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MÚSICA EN LA BIENAL DE VENECIA

La mirada hacia Oriente

El festival veneciano de música, tras la ojeada a Gran Bretaña, abrió la mirada y los oídos hacia Oriente. Bien entendido, a la música de europeos y americanos influida y renovada por mil aspectos místicos, formales, temporales y sonoros de las culturas extraeuropeas. El canadiense Claude Vivier (Montreal, 1948-París, 1983) realizó su gran viaje a Asia en 1977, pero llevaba en su ánimo la inquietud orientalista forjada al contacto con las enseñanzas de Olivier Messiaen y Karlheinz Stockhausen.

Para suobra Siddharta, para orquesta, parte de impresiones recibidas por la narrativa de Hermann Hesse, con lo que tenemos tenuemente trazado el círcuIo mágico y determinante de una música que, para empezar, suena, de distinta manera: la que elogiara Ligeti "por la seductora sensualidad de los timbres complejos" con los que el maestro de tan corta vida y muerte violenta se ganó la atención de los públicos. La ha tenido, entre interrogante y absorta, por parte de la audiencia veneciana.Escrita para la presente edición de la Bienal Apariciones y desapariciones nos descubre el preciosismo mágico, estático y expectante con el que el húngaro Iván Vandor (Pècs, 1932) resuelve sus aproximaciones al budismo a partir de textos de autor o de la Bhagavadgité, apenas apuntes de una poética mínima. intensa y sugerente. Discípulo formalista de Guido Turchi, termina su formación romana en las aulas creativas de Goffredo Petrassi y, antes de establecerse en Estados Unidos, practica las corrientes actuales dentro de grupos como Música Electrónica Viva y Nuova Consonanza.

Los estudios etnomusicológicos llevados a cabo en Los Angeles conducen a Vandor a la investigación del budismo tibetano, tema sobre cuyos aspectos musicales publica un valioso ensayo en París el año 1976. Todavía pasa una temporada en el instituto berlinés de música comparada, y de tan varios fermentos surge sucesivamente una serie de partituras tan sutiles como las más refinadas de Morton Feldmann, al que, en unión de John Cage, dedica Apariciones y desapariciones, estrenada anteayer en la Fenice.

Podría incluirse el nombre y la producción de Giacinto Scelsi (La Spezia, 1905-Roma, 1988) en la lista de casos que, de vez en cuando, jalonan la historia musical. Interesado por cuanto podía significar apertura hacia nuevos modos de pensar y expresar la música -desde el misticismo de Scriabin hasta el oriental, pasando por el serialismo integral y conciso de Anton Webern-, Scelsi sufrió el desvío de sus coetáneos para imponer la fuerza de su a veces abrupta originalidad a partir del final de los años cincuenta, cuando la editora Salabert, durante su inmersión en el repertorio contemporáneo, publica las Cuatropiezas sobre una sola nota, para cuarteto -e influyeron más de lo que se reconoce en otros autores- o Aion, para orquesta, de 1961, interpretado ahora en primera ejecución italiana.

Los silencios

Los cuatro episodios de la vida de Brahma que subyacen bajo la continuidad de Aion, de 1961, parecen impulsar secretamente una medida propia del tiempo y del espacio, una particular incorporación de los silencios al discurso musical y un pensamiento sonoro potente y ajeno a cualquier delectación. ¿Qué hay más allá del sonido? Es difícil clarificarlo en una creación sustantivamente cargada de misterio.No escaso misterio alienta en el Poema del éxtasis, de Seriabin, pero su herencia romanticista aclara en buena parte las ocultas intenciones y los aparentemente escondidos móviles. Se produjo con excelencia la Orquesta Sinfónica Nacional de la Radiotelevisión Italiana, dirigida por David Robertson y con la colaboración, en la obra de Vandor, de la soprano Gundula Hintz y el barítono Thomas Potter, dos artistas de medios e inteligencia muy notables.

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