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Reportaje:

Argüelles, un barrio acosado

La zona oeste de Chamberí sufre cada fin de semana las agresiones de tribus urbanas

Elsa Fernández-Santos

En la Casa de las Flores, el edifico del barrio de Argüelles donde vivió Pablo Neruda, alguien ha estampado una cruz gamada que levantaría de la tumba al poeta chileno. Junto a ella, en caracteres mucho más grandes, el símbolo del grupo neonazi Bases Autónomas tampoco pasa inadvertido. A pocos metros, en otro muro, dos frases se enfrentan. Una dice: "Rojos, guarros, hijos de puta", y otra: "Franco, tan alto como Carrero Blanco". Las pintadas, como el intenso olor a pis de algunos portales o los vómitos entre los coches, son la parte más dulce de la pesadilla. La resaca de asuntos mayores.Argüelles, la zona oeste del distrito de Chamberí, trinchera republicana durante la guerra civil, es hoy un lugar acosado y atemorizado por las llamadas tribus urbanas, en su mayoría de cabezas rapadas. Estos grupos acampan cada fin de semana convirtiéndose en amos de la zona, la más azotada de la ciudad, según la policía, por las agresiones de estos grupos de ideología neonazi, cuya media de edad oscila entre los 15 y los 20 años. Las gamberradas de grupos sin ideología se mezclan aquí con las agresiones de grupos que tienen una idea muy clara: "Limpiar la ciudad como no lo hace la policía".

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Begofia, de 33 años, ha vivido ocho en Lavapiés. Hace uno se cambió a un bonito piso de la Casa de las Flores. Argüelles es un barrio de edificios de buena construcción. "He sido vecina de una casa de okupas durante todos los años que he vivido en Lavapiés y no he tenido ni un solo problema. Aquí no aguanto más. Nunca me había sentido tan insegura". Begoña, embarazada de seis meses, vio hace dos semanas cómo una veintena de adolescentes rodeaban su coche. Uno se subió en el capó y con los pies rompió el cristal de atrás del vehículo. Ella salió del coche, y al ver que estaba embarazada una chica del grupo se le acercó. "Tía, no te mosquees, sólo es una broma. Es que están muy pasados", dijo la muchacha. Otra vecina recuerda cómo cuatro cabezas rapadas le rodearon en la calle de Fernando el Católico: "Estaba aterrorizada. Pero de repente me abrieron paso y me dijeron con respeto: 'Rubia, aria"."Es difícil explicar la agresividad que puede llegar a transmitir un mocoso", dice un hombre que vive enfrente de los bajos de Aurrerá. En estos bajos, inaugurados en el año 1972 con tiendas caras y locales de moda, conviven hoy más de 50 bares en los que dos minis de cerveza cuestan 700 pesetas. De sus inicios sólo resiste, además de algunos bares, la parroquia de San Ricardo, quizá la única iglesia subterránea de Madrid. Para muchos vecinos es Aurrerá el foco de todos los conflictos. Conflicto que, aunque no es nuevo, está pasando por su peor momento. Hace cuatro años, la Policía Municipal instaló una unidad permanente en el centro de la galería. Por el pasillo que conecta los dos patios de los bajos constantemente pasean dos agentes. Cerca de allí, en la otra galería, la de los edificos Galaxia, también pasean dos vigilantes. Cada fin de semana, dos guardias jurados contratados por los vecinos intentan evitar lo que parece inevitable.

María José, de 19 años, reparte invitaciones para una discoteca de Galaxia. "Los rapados que vienen por aquí son niños. No son del barrio. Llegan cientos cada fin de semana y sólo buscan una cosa: pelea. Cualquier tontería puede provocar una bronca. Aquí enfrente pegaron un día a una chica punki porque sí"."Me acurruqué en el suelo como pude y pensé: 'Que sea lo que sea", relata, una víctima de un grupo de rapados agredida también en Argüelles. "Mi miedo eran las orejas. A una amiga punki dos rapados le arrancaron los pendientes a tirones, le rajaron las orejas. Me obsesionaba esa idea".

El fin de semana pasado, tres incidentes manchaban el metro y las aceras de Argüelles. Cinco personas resultaron heridas, una de ellas grave, al recibir una puñalada por la espalda. El joven apuñalado cometió la imprudencia de llevar una camiseta ecologista. Un vecino de la calle de Blasco de Garay escribía tres días después a EL PAÍS: "Esta carta es fruto de la indignación. Vivo en Blasco ole Garay y tengo hijos de edades similares a los jóvenes agredidos. Digo vivo, pero cuando salen los chavales de casa esto no es vivir. ¿Es que vamos a tener que pensar en qué zapatos o qué camisa llevan nuestros hijos por si acaso no les gusta a alguna tribu? Ya no vale decir: tienen que pasar las cosas para arreglar algo, no. Las cosas ya han pasado, siguen pasando. Estamos desbordados por la desesperación. Y la desesperación de un barrio lleva a cosas peores. Las no deseadas patrullas ciudadanas..., etcétera".

Este último fin de semana, la Delegación del Gobierno ya ha puesto en marcha su primera medida urgente y la presencia policial se ha duplicado en las zonas conflictivas. "Hemos hecho mucha presión en determinados puntos, como en la plaza de los Cubos", explica la delegada del Gobierno de Madrid, Pilar Lledó. "Ahora se han desplaza do a otras zonas, como Argüelles o Retiro. Estos grupos tienen mucha movilidad. Sé que la excesiva presencia policial en las calles no es buena, pero no nos queda otra alternativa", continúa Lledó.

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"No es una cuestión de barrio", afirma Esteban Ibáñez, presidente de Jóvenes contra la Intolerancia. "Se proyecta en Argüelles porque es una de las zonas de mayor afluencia juvenil y los grupos violentos acampan donde hay presencia juvenil: campos de fútbol, zonas de copas. Pero no todos los grupos son iguales y, evidentemente, no es lo mismo la violencia de los skins, ideológica, que la de otros grupos que se defienden y que yo llamo violencia reactiva".

Una víctima de los rapados asegura que le da igual que el problema sea o no el de una zona localizada de la ciudad o que la presencia policial se duplique. "Yo por Argüelles no aparezco en un tiempo largo", dice. "Tengo miedo. No quiero dar mi nombre ni hablar sobre lo ocurrido. No quiero darles ni un poco de publicidad. Lo que quieren es que se hable de ellos, salir en la televisión y en los periódicos. No pienso contribuir a ello".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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