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Crítica:XX FESTIVAL DE JAZZ DE VITORIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sensibilidad por bandera

Cosas del destino. Con 24 horas de diferencia, el Festival de Jazz de Vitoria ha presentado a los tres paladines del jazz-róck de los setenta: Joe Zawinul, líder de Weather Report; Chick Corea, de Return to Forever, y John McLaughlin, de Mahavishnu Orchestra. Tres camaleones del la música contemporánea en su versión más actual y desmitificadora. Zawinul sigue fiel a las parafernalias electrónicas, pero Corea y McLaughlin han escogido un camino muy diferente.El guitarrista, embarcado en un trío a la antigua (guitarra-órgano-batería), pero proyectado hacia el futuro; el pianista, buscando la sencillez y acercamiento solitario a su instrumento. Ambos ofrecieron en Vitoria conciertos magistrales, pero muy especialmente Corea, que compartió escenario con nuestro Tete Montoliú en uno de los momentos más emotivos de los últimos festivales de jazz de Vitoria.

XIX Festival de Jazz de Vitoria

Tete Montoliú. Chick Corea. JohnMcLaughlin. Human Chain. Sala Araba y polideportivo de Mendizorrotza. 15 de julio.

Así pues, clausura de lujo para el certamen alavés, que se completó con un concierto apasionante en la sección Jazz del siglo XXI, a cargo de la Human Chain del británico Django Bates. La propuesta de Bates y sus tres colegas (a destacar el saxo de lan Ballarny) es desquiciada como pocas: una mezcla aparentemente anárquica pero tremendamente lúcida de las más variada! influencias dominadas por el ritmo y en las que la búsqueda constante de nuevos caminos marca su ley. Imposible encontrar, parangón a su versión del New York, New York, de Liza Minelli.

Tete Montoliú abrió la sesión de noche ante su piano y abordando una suite de temas de Thelonius Monk. Tete está en espléndida forma. Monk sigue siendo su caballo de batalla" y la sensibilidad su bandera. En Mendizorrotza consiguió algo que parecía imposible: un silencio catedralicio se apoderó de un polideportivo prácticamente lleno. El público, atrapado en la fina tela de araña del compadreo Monk-Montoliú, no se atrevió ni siquiera a aplaudir entre los diferentes temas encadenados por el pianista para no romper la magia. Al final, la ovación fue de las que se recuerdan.

Siguió Corea también en solitario. Con cara de niño travieso, comenzó su actuación golpeando el, piano con un mazo, pero pronto se sentó ante el teclado para recrear tres composiciones propias y dos. estándares de Gerswin y Bud Powell.

Tras un breve paréntesis, los dos pianistas se enfrentaron en un intercambio de sensibilidades profundo, emotivo y bello. Un diálogo a dos pianos íntimo, intimista. y a la vez exuberante, resplandeciente. Como si en toda su vida no hubieran hecho otra cosa que tocar juntos (y prácticamente, no habían ni ensayado), y lo que es más importante: se notaba que disfrutaban ellos tanto o más que el público, y ese entusiasmó, lógicamente, se contagia. Corea y Montoliú vivieron, e hicieron vivir, momentos de auténtico estremecimiento, puro escalofrío.

Acabó la larga velada con el nuevo trío de John McLaughlin, en que la guitarra del británico se complementa a la perfección con el órgano. y la trompeta de Joey de Francesco y la batería de Dennis Chambers. Música apabullante, repleta de ideas y altamente virtuosística (virtuosismo que nunca ocupa el primer plano ni justifica en ningún momento la totalidad de la propuesta). McLaughlin, como suele ser su norma, ha vuelto a dar en el clavo.

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