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Tribuna
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El legado

Todos invocan la transición. Especialmente quienes, confío que sólo por razones cronológicas, estuvieron ausentes de ella. Ello podría ser síntoma de que ya es patrimonio común, por todos asumido. Pero el caso es que cuanto más se la invoca, mitificándola incluso, tanto más cerca se está de amortizar definitivamente su legado. Este legado consiste, ante todo, en la cancelación de una serie de contenciosos históricos que habían desgarrado el último siglo y medio de historia española. El contencioso religioso, integrando en un Estado secular tanto la plena libertad religiosa como la trascendencia sociocultural de las confesiones y, en consecuencia, de manera especial, de la de la Iglesia católica. El contencioso institucional, a través de la Monarquía parlamentaria como forma de Estado. El contencioso político, a través del reconocimiento del pluralismo democrático que supone la clara distinción entre discrepancia y delito y, por tanto, la moderación de las contiendas. El contencioso nacional, a través del reconocimiento de la plurinacionalidad de España. Pues bien, lo grave es que hoy las soluciones integradoras dadas a estos cuatro problemas están puestas en tela de juicio.Todo comenzó, con la irresponsable radicalización de la contienda política en la que las querellas criminales terminaron sustituyendo los debates hasta el punto de que, cuando éstos se celebran se parecen mucho a la caricatura de los tribunales populares. La judicialización de lo político y la confusión entre las responsabilidades políticas y las penales son las meras consecuencias de tan disfuncional y peligrosa mutación. Peligrosa porque la incriminación del adversario es la antítesis de la alternancia democrática y a la larga la hace imposible. Quienes hicimos la transición, desde la amnistía de 1976, nos esforzamos en distinguir el proceso político del derecho penal y, al menos, lo hemos conseguido durante dos décadas, que sería bueno no constituyeran un paréntesis en nuestra atormentada historia contemporánea. Disfuncional, porque la conversión del Estado en objeto litigioso lleva a su destrucción. Baste pensar en lo que se ha hecho con el aparato de seguridad. Los protagonistas de una polémica política radicalizada acudieron a todas las armas a su alcance. La guerra total no para mientes en los medios. ¿Qué importa -dirá el poeta- si se trata de enemigos? Y de ahí que se haya reabierto el conflicto con la plurinacional España periférica, aunque sea a riesgo de hacer inviable la única España hoy y mañana posible que es aquella capaz de reconocer el "derecho a ser" de sus diferentes pueblos. ¡Como precisamente lo fue la España grande!Paralelamente, motivos del más simple electoralismo han llevado a poner sobre la mesa de nuestra sobreexcitada actualidad la cuestión del aborto, a riesgo de desencadenar un espíritu de cruzada, -felizmente dormido. Cuando los problemas superabundan, el Gobierno decide añadir uno más. Y claro está que no por fidelidad programática sino por meras razones de táctica, ya sea electorera, ya de equilibrios internos del propio partido, ya de sus relaciones con terceros. Pero en una situación crispada hasta el exceso, movilizar gratuitamente los púlpitos de España por tales motivos es de una frivolidad que hará historia. Y no de la mejor.

Es claro que las turbulencias así desencadenadas en nada benefician a la Corona, institución que representando, moderando y arbitrando, expresa la continuidad de la vida del Estado, la unión de sus diferentes nacionalidades, la concordia pública. Al margen de interpretaciones conspiratorias, las instituciones y las situaciones tienen su lógica. Y la Monarquía está en el punto de mira de cuantos pescadores, en río revuelto, tienen ambiciones, no en el Estado, sino sobre el Estado. Pero sería muy insensato quien no se diera cuenta de que la quiebra de la Monarquía en la España actual, mediante la erosión de los valores que encarna, pondría en tela de juicio todo lo demás. Incluida la propia España. La ética del malcriado, decía Ortega, consiste en dar por definitivo y consolidado lo costoso y frágil. Y hoy abundan los malcriados.

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