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Alerta roja

La embestida de un toro en el ruedo activó los servicios de emergencia médicos de la plaza

Los toros iban entrando a la plaza de uno en uno, porque todos se habían ido cayendo por el recorrido. Cuando se encontraban, entonces se hermanaban para avanzar unos metros juntos, hasta que alguno se volvía a caer. Los cabestros ya estaban en los corrales y los toros seguían llegando. Héctor Ortiz, el cirujano jefe de la plaza, asomado al portón del patio de cuadrillas, el que da acceso a la enfermería, estaba preocupado. La cogida podía llegar en cualquier momento. Cuando un toro se ve solo en la plaza, embiste. Uno lo hizo contra la barrera en la que se agolpaban los mozos. El equipo médico de la plaza, compuesto por 15 personas, entró en alerta roja."¡Ay, joder! ¡Ay, joder!". El doctor Ortiz va lanzando estas exclamaciones, encaramado sobre una silla, cada vez que ve que puede llegar la cornada. "¡A ver ese imbécil!", también grita y señala con el brazo cuando algún inconsciente cita al toro. Ayer, como en el encierro de los miuras, lo pasó mal. Ese toro lanzándose sobre la barrera en busca de la gente casi le hace salir corriendo hacia la enfermería.

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Presencia, como otros compañeros del servicio médico, la llegada del encierro desde la plaza. "Si se produce la cogida, podemos ir haciéndonos una idea de lo que nos vamos a encontrar", comenta. Dentro, a escasos 20 metros de distancia, está todo preparado. Una docena de personas, entre traumatólogos, hematólogos, anestesistas, cirujanos, quirofanistas y ATS, permanecen en estado de alerta a las puertas de los tres quirófanos y la sala de curas.

Sólo un susto

Ayer, todo quedó en un susto. El movimiento reflejo del doctor Ortiz de salir corriendo hacia la enfermería según veía la embestida del toro se quedó en un amago. Los mozos fueron más rápidos y pudieron tirarse de cabeza al callejón, es decir, que las atenciones serían las mismas de siempre: contusiones y heridas sin importancia que se arreglan con media docena de puntos.

Terminado el encierro, descendió de su puesto de observación, se enfundó la bata y se dispuso a recibir a los afectados y a los que llegarían después en tropel, a consecuencia de la suelta de vaquillas. Entran dos, por su propio pie, con heridas en la cara. Uno va dejando un rastro de sangre, porque lleva la ceja abierta. De repente, la emergencia: un chaval había sido pisoteado por la manada de cabestros a la entrada de la plaza y le traen casi inconsciente. Respira con dificultad y se queja del pecho, donde presenta señales inequívocas de que ha sufrido golpes en él. Recibe las primeras atenciones y el doctor Ortiz ordena su traslado al hospital.

Éste fue el caso más alarmante que se produjo en todo el recorrido del encierro y fue calificado de carácter leve. En la enfermería de la plaza, afortunadamente, fue un día más, aunque la sala se le llenara de jóvenes con golpes, principalmente, en la cara y las rodillas. No faltaron los atendidos por cornadas etílicas, los muertos de miedo -"¡ay, qué susto he pasado!", exclama una chica tras recuperarse milagrosamente nada más tumbarse en la camilla, o aquellos que tan sólo buscan que les pinten de mercromina para salir luego en los periódicos.

El pasado sábado llegó uno, se bajó los pantalones y enseñó el culo, donde se le apreciaba un golpe. Intentaba explicar sin que nadie le entendiera, pese a que los médicos hablan inglés y francés, que el toro le había golpeado; el facultativo que le atendió comprobó que la marca correspondía a la suela de una zapatilla.

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