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El concierto de Induráin

En un espacio tan pequeño no se puede explicar toda la grandeza de Induráin, pero se puede decir una verdad: que es grande.Con el inicio, el sábado pasado, del Tour de Francia comenzó también el camino de Induráin hacia su esperada quinta victoria en la ronda gala. Pero también podríamos decir que empezó su concierto, en el que todos tocan al ritmo que él marca.

Por eso, cuando en una de las grandes vueltas no está él, parece que no existiera director, y sin nadie a quien mirar, la orquesta acaba desafinando; sólo así se explica que todos queramos que esté en todos los sitios. Pero ahora es el momento del silencio, de que todos callemos y que Induráin encuentre, así, la tranquilidad que para él es tan necesaria y tan querida como el propio maillot amarillo. Ganar un Tour parece fácil, ganar cuatro también, sobre todo porque sale a gusto de los demás, casi sin que nos demos cuenta; en cambio, qué difícil es todo... cuando no sale. Este quinto Tour, éste, que puede llevar a Induráin a lo más alto del olimpo deportivo, no tiene nada de fácil. Muchos han vendido la piel del oso antes de cazarlo y han hecho de la victoria la mujer legítima de Induráin (perdón, Marisa) cuando no deja de ser una amante, en el deporte siempre pasajera, y cuanto menos fugaz más atractiva, pero nunca permanente.

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Como tantos y tantos españoles, deseo que Induráin gane, pero también sé lo difícil que es, el mérito que supone y el esfuerzo que significa y, como España es un país que enseguida olvida, de poco habrán servido los cuatro anteriores sin la guinda del quinto. El esfuerzo pasado ya ha pasado y para muchos ya no existe, pero en el deporte español ya nadie le quitará el mérito de ser su bandera. El deporte español ha irrumpido con autoridad y descaro en el concierto internacional, como símbolo de un país nuevo, con empuje e ilusión, con sana envidia de otros (no hay más que mirar las caras de las autoridades francesas en los Campos Elíseos cuando suena el himno español) y también con asombro. ¿Cuándo seremos capaces de reconocer nuestros méritos, aunque no ganemos el quinto Tour?

Induráin es un hombre que, apoyado en realidades y ficciones, ha conquistado Francia y hecho de París el símbolo de nuestro deporte (no olvido a Sergio Bruguera o a Arantxa Sánchez Vicario en Roland Garros). Entre las realidades, su obsesión por encaminar su preparación casi exclusivamente hacia el Tour y también dos nombres: Echávarri y Unzúe, cada uno responsable en su parcela de lo que hoy es Induráin, y entre las ficciones, el hecho de que Induráin nació en estas fechas y que, como navarro, parece que cada 7 de julio san Fermín se acuerda de él y le da energías para llegar a París (el color preferido del santo debía de ser el amarillo).

Induráin ha jubilado a dos generaciones de ciclistas, la que le precedía (Lemond, Fignon...) y la suya propia (Bugno, Chiapucci...) y, a poco que le dejen, lo hará con la que le sigue.

Hay pocas cosas tan impresionantes y emocionantes como la vista de los Campos Elíseos sin coches y llenos de banderas españolas. Es algo fascinante, que, si pudiera, llevaría a París a todos los españoles para que disfrutasen del momento. La hasta hace poco ministra francesa del deporte me decía que antes los españoles no éramos chovinistas, pero porque no teníamos motivos; ahora, en cambio, con los triunfos lo somos tanto o más que ellos.

Siempre he estado convencido de que el español, por su carácter, contaba con grandes posibilidades de destacar en el deporte. Cuando el Gobierno socialista apostó por el deporte acertó, y éste ha devuelto a la sociedad lo que ésta le ha dado.

El deporte español: deportistas, técnicos, aficionados, están animando a Induráin, deseando que gane su quinto Tour consecutivo, la gesta que nadie ha realizado, pero, por encima de todo, transmitiéndole su afecto y admiración para poder decir una gran verdad: Induráin es grande.

Rafael Cortés Elvira es secretario de Estado para el Deporte.

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