¿Una Europa neogaullista?
Al analizar la evolución de las Comunidades Europeas desde su origen, podía uno escribir a principios de 1994 sin que le contradijeran que "después de Jean Monnet, ningún otro per sonaje contribuyó más que el general De Gaulle al desarrollo de la Unión Europea". En la oposición, había empujado a su partido a torpedear la Comunidad de Defensa y a rechazar la ratificación del Tratado de Roma. En el poder, reforzó la aplicación de este último al inaugurar la política económica con la política agrícola, apoyar el tratado de fusión de las Comunidades en 1965, acelerar la unión aduanera en 1968 y pro poner con el apoyo de Jean Monnet el llamado "plan Fouchet", que habría establecido, más de treinta años antes, una política exterior común mejor organizada que la del Tratado de Maastricht. No temió describir en una ocasión la Europa que deseaba, que tendría los rasgos de "una imponente federación de los pueblos libres", ni tampoco rechazar en 1960 la publicación de una colección de discursos antes que suprimir esa declaración. Todas sus decisiones relativas a la Comunidad se explican por lo que yo llamaba, en la batalla de la Comunidad Europea de Defensa, "la Europa de los cinco síes a la dominación norteamericana frente al único no de Francia". En 1963, en una de las manifestaciones recogidas por Alain Peyrefitte, el general declaró con melancolía: "Francia es el único país que quiere una Europa que lo sea. Nuestros socios europeos ni siquiera pueden imaginar no ceder ante la menor presión de Washington".Pero si bien no era antieuropeo, De Gaulle -el único jefe de Estado de la Alianza Atlántica que garantizó expresamente la intervención de su país del lado de EE UU si los norteamericanos tuvieran que intervenir militarmente contra la URSS en la crisis de Cuba- tampoco era antinorteamericano. Sólo quería un Occidente donde Europa fuera un igual y no un satélite. Esta visión de futuro tropezaba con unos vecinos más sensibles a la situación de un Viejo Continente cuya protección garantizaba en aquel entonces el Nuevo con su potencia militar, y cuya reconstrucción aceleraba con su potencia económica. Para salir de esa posguerra, el general desarrolló una estrategia que descansaba en dos bases fundamentales: una disuasión nuclear nacional que preparara el renacimiento militar de Europa y una alianza estrecha con Alemania para formar con ella una pareja indisoluble que se convirtiera en motor de la construcción comunitaria. Las buenas relaciones con la Unión Soviética eran una base complementaria.
Los actos iniciales del presidente Jacques Chirac y su primer ministro sugieren que los discípulos serán fieles a su maestro, aunque renueven sus métodos para adaptarlos al nuevo entorno al que se enfrentan, tres décadas después de él. Así, se ven despuntar los preludios de una Europa neogaullista. Las preguntas sobre la posible reanudación de las pruebas nucleares se produjeron sólo días después de la visita simbólica al canciller Kohl. Algunas declaraciones sobre la necesidad de reforzar las instituciones comunitarias para evitar la parálisis de la Unión cuando tenga cerca de, treinta, Estados miembros permiten esperar la atenuación de las anteriores divergencias entre París y Bonn, que fueron la causa de la insuficiencia de las reformas estructurales contenidas en el Tratado de Maastricht.
La captura de los soldados de la Unprofor, como rehenes por parte de los serbios de Bosnia no dejó ningún margen de tiempo a Jacques Chirac para manifestar su capacidad de decisión y su nueva orientación Nada es más gaullista que la orden dada al contingente francés de reconquistar un puente mediante acciones bélicas sin remitirse a las Naciones Unidas. A pesar de las apariencias, la estrecha alianza con el Reino Unido pira organizar en la ex Yugoslavia una fuerza de reacción rápida con unidades de élite también es fiel al pensamiento del general. De Gaulle alejaba a los ingleses de la Unión Europea porque, a sus ojos, la habían traicionado al colocar su fuerza de disuasión bajo el mando de Washington. Al aliarse con París para crear un nuevo cuerpo de ejército europeo, Londres hace exactamente lo contrario.
Este flirteo franco-inglés en una aventura balcánica no debilitará la pareja franco-alemana. Por el contrario, la refuerza -igual que el desarrollo de los cuerpos de ejército europeos constituidos entre Estados continentales- al restablecer un equilibrio entre los socios. En el terreno económico, en el que, la Unión Europea ya es más fuerte que EE UU, Alemania tiene la supremacía por su peso demográfico, su expansión comercial y el prestigio del marco. En el terreno militar, subsiste la hegemonía norteamericana, e incluso la ONU la respeta al aceptar que Washington tenga el mando directo de las fuerzas de Unprofor donde haya soldados suyos. La alianza franco-británica empieza a cuestionar esa hegemonía en el terreno yugoslavo, donde Londres y París están estableciendo la misma autonomía para las fuerzas europeas bajo el impulso del presidente Chirac.
¿Irá Chirac hasta el final de la lógica neogaullista, tal como se ha sugerido, proponiendo que la Unión Europea se divida a partir de ahora en dos ramas, la Comunidad y la Política Exterior y de Seguridad Común, de las que la segunda se abriría urgentemente a las ex "democracias populares", que participarían en ese campo en todas las instituciones de la Unión? Uno puede dudar de que la Conferencia Intergubernamental de 1996 sea capaz de adoptar una reforma tan profunda. Pero ésta se podría realizar progresivamente. empleando la técnica de los acuerdos de Schengen, el cuerpo de ejército europeo y la fuerza de reacción rápida, establecidos por acuerdos diplomáticos ordinarios que unen a los Estados miembros más decididos y pueden llegar incluso a incluir a terceros Estados.
¿Tendrá el heredero del general De Gaulle la audacia de responder a la necesidad de seguridad de los países del Este y recuperar así las alianzas tradicionales de Francia con esas naciones en una forma original? No cabe duda de que Polonia, Rumania y Hungría aceptarían entrar en un nuevo cuerpo de ejército europeo bajo iniciativa francesa, al lado de una España y una Italia cuya participación amplia en una empresa así permitiría reequilibrar hacia el sur una Europa que en la actualidad deriva hacia el norte. Puede uno imaginar que Hungría, la República Checa y Eslovaquia se unirían a esa iniciativa. Al incorporarse a su vez, los países de la ex Yugoslavia realizarían el mismo esfuerzo que franceses y alemanes, el único que podrá aportarles una paz auténtica.
Esto implicaría que el presidente de la República. Francesa declarase oficialmente que a partir de ahora podrá considerarse un ataque contra los intereses vitales protegidos por la fuerza de disuasión nacional toda violación de la frontera oriental de la Unión Europea, que se extendería, hasta la de la ex Unión Soviética. Para esta última, esa perspectiva sería más aceptable que la semiinclusión en una OTAN que sigue a merced de Washington. Moscú tiene el mismo interés que París, Bonn, y Londres en que ésta se convierta en una OTAN de dos cabezas. La Europa neogaullista tendría él mismo interés en no descuidar la base complementaria de la estrategia del general: las buenas relaciones con Rusia, con el deseo de que se convierta en la impulsora de, una Comunidad hermana de la Unión Europea.
es profesor emérito de la Sorbona.
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