Esa calle de la Victoria"
Bajar y subir por la calle de la Victoria. Una caña en la Oreja de Oro, unas gambas y otra cerveza en El Abuelo. Pasar por delante de El Urogallo y mirar de reojo tantos recuerdos: unos sorbos de cerveza que pusieron nubecillas, golosas y voladoras, en los ojos del infante que escuchaba, a unos acólitos de El Viti, palabras como temple y majestuosidad. Cuando era joven, aquel infante hizo interminables colas para sacar entradas en las taquillas oficiales de la plaza de Las Ventas. Por las cercanías, musas del arroyo taconeaban ritos y amarguras, y ácidos reventas practicaban el vuelo raso. San Lazarillo de Tormes preside la reunión. Enfrente de las taquillas, en mitad de la calle de la Victoria, está el pasaje de Matheu. Todo un lado del pasaje, hasta la calle de Espoz y Mina, lo ocupaban unos billares donde paraban macarras, membrillos, pisaverdes, descuideros y algún grupo pasajero de adolescentes que estaban de ruta por el centro. Adolescentes que entre ración de patatas bravas y lluvia de miradas a todas las chicas del mundo, que, tarde o temprano, atraviesan la Puerta del Sol, juegan una partida de billar con los sueños y continúan la aventura ciudadana: cada paso es un descubrimiento. En la plaza del kilómetro cero, la DGS custodiaba el reloj de las campanadas de fin de año.
Años más tarde, aquel infante, ya menos joven, recorre la calle de la Victoria con la nostalgia al alcance de la mano recordatoria. Esa imagen de los piños de oro de Manuel Agujetas que sale de tal bar, y escucharle al Nino: "Mi hijo tiene todos tus discos...". Y es ver, años más tarde, que las taquillas oficiales de Las Ventas están cerradas. Y que los billares, esa superficie como de petrolero pronto al desguace, ya no están, y en su lugar hay dos restaurantes, uno de ellos chino, y el resto está ocupado por un lugar llamado Massai. Cuando el siglo camina raudo, tumultuoso y feroz hacia el año 2000, y quedan los dedos de una mano cibernética para llegar, y nos anuncian él maná, la revolución sin fondo de las autopistas de la información.
Nuestro personaje una noche atraviesa las puertas de Massai. Y un aire cálido le envuelve los pies: una cumbia. le tiende un lazo a su sorprendida cintura y comienza a moverse. Es viernes y, por tanto, santo., Dos. gacelas. mulatas allí cerca se cimbrean de locura. El local es como un zaguán rectangular, la parte de la izquierda ocupada en buena medida por la barra, asistida por camareras que a todos enamoran.
Y ya se sabe es un personaje en busca del feliz encuentro. Está acodado en la repisa de una columna enfundada en una especie de palmera. No es la playa ni el Caribe, pero puede parecerlo si. los hados le son favorables. La gente la goza bailando. A una guaracha le sucede una conga, después dos merengues seguidos. Empieza entonces a oírse un estribillo salsero, "mueve la cintura, mami, mueve la cintura", y las dos mulatas, que bailan de locura, comienzan a disponer al personal en un gran corro. Un mulato que mide uno ochenta, pelo rapado y pendiente en la oreja, recorre en diagonal el cuasi corro, y salta alborozado. Una voz canturrea: esto es la rueda cubana, ¡ajá!, no te confunnndas...
O sea, aquello es una fiesta de música y baile, un kamasutra salsero, que algunos observan con ojos de buey. Ningún cuerpo para de batir la cintura. El mulato del pendiente, en el centro de la pista, está emparedado por las mulatonas, los tres forman un solo cuerpo que serpentea, se zambulle en el frenesí y emerge con cara de satisfacción. La operación la repiten con quienes hacen corro. Que nadie se resista. En diferentes posturas insinuantes y marchosas.
Y llega el turno a nuestro querido personaje, que está tan contento en primera fila. Y sale al mismo platillo de la mano de ésa explosiva mulata que desbarata el hipo. Ésta le hace ponerse boca arriba, haciendo puente con manos y pies. La música no para, voces y palmas j alean con fervor. La mulata se monta como a horcajadas, en mitad del cuerpo del bailador que hace arco con pies y manos, y ambos mueven la cintura que parece que en ello fuera el movimiento de los planetas...
Calle de la Victoria abajo un taxi busca clientes cuando el alba está rompiendo. En la Fontana de Oro no están apagadas del todo las luces, hay gente que recoge enseres. Por la puerta de Massai, los últimos impenitentes salen con el paso dulzón y a compás. Hay un coche con policías aparcado en la esquina con la calle de la Cruz. Por si el delincuente imprevisto, se supone.
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