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Tribuna
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La mirada

Este país navega en un mar de mierda de tal calibre que a una no le queda otra que compadecer al pobre espía del Cesid, que para putearnos y por orden superior tuvo que soportar la turrada que tiene que ser, Dios nos acoja, escuchar las conversaciones de Enrique Múgica con sus amistades, y hasta del Monarca con alguna que otra realeza de tercera. Créanme: en el pecado mortal de hacer el pino sobre los inalámbricos de la clase alta, política y periodística -cuyas vidas, estoy segura, carecen de interés-, tienen los Manglano Boys su penitencia. El problema es qué nos queda a nosotros.Coincide este vía crucis con la presentación de las Obras completas de Raymond Chandler, que Debate ha tenido el buen gusto de editar bajo la batuta vigilante y experta de Javier Comas. Chandler, que fue, como otros pocos, un mirón moral que retrató, posiblemente sin quererlo ni siquiera saberlo -el buen narrador, narra: y luego se le hace justicia-, el perfil de una era en descomposición, de un país en crisis, se acerca a nosotros para decirnos que hasta lo más podrido se convierte en historia útil si la mirada, que lo refleja acaba por sacarle arte.

En cambio, ¿quién va a dar sentido a nuestra época? No serán los vengadores ultrajados, ni los falsos virtuosos que ahora se desmelenan, ni las supuestas vírgenes. No serán, mucho menos, aquellos para quienes todo lo que ocurre carece de gravedad, porque siempre comparan con la dictadura, no con la libertad, su rapiña del bien cotidiano.

Nos hace falta un Chandler -en su lugar, compren los dos tomos de Debate y pónganle a sus héroes desengañados la sonrisa negra de Bogart-, para que eche una mirada artística, escéptica y redentora sobre esta, nuestra ciénaga. De lo contrario, ¿para qué, para quién y, sobre todo, por qué?

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