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Tribuna
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Biografías

Jamás se conocieron. De haberlo hecho, fácilmente hubieran sentido mutua repugnancia. El azar ha querido que sus biografías -las oficiales- se cruzaran en la actualidad. Uno moría en Belgrado cuando el otro gozaba en Madrid de la hospitalidad oficial. Se sentirían insultados de saberse aún remotamente asociados. Pero son dos hombres que ilustran bien -por ser extremos- conductas políticas, conceptos de vida y lo que podemos llamar la pasta de la que se hace el carácter.En un polo estaría Milovan Djilas, un anciano con la vista rota de estudiar y mirar al mundo con voluntad de saber y entender, que murió en su casa en Belgrado, rodeado de libros y de respeto, en paz consigo y con lucidez desapasionada y cariñosa hacia el mundo. Hombre de larguísima trayectoria política, siempre arriesgada, siempre sincera, solía asegurar haberse equivocado un millón de veces. Siempre se pidió cuentas por ello, y al arrepentimiento seguía, con el rigor que sólo de sí mismo exigía, la enmienda. Fue comunista contra la injusticia y el despotismo de la monarquía serbia de los Karadjorjevic, fue partisano contra la invasión criminal de los nazis alemanes y disidente contra el nepotismo sátrapa de Tito. Fue muy pronto un hombre sabio mientras su ex camarada, ya jefe del Estado, sucumbía a la adulación y a la delectación del poder. Fue siempre victorioso en sus luchas. Jamás participó en el reparto del botín resultante.

Mientras se iba aquel gran testigo de este siglo, estaba en Madrid, en una delegación del Senado rumano, su actual secretario, Comeliu Vadim Tudor. Poeta y trovador de Ceausescu, fue el más celoso de los aduladores profesionales que forjaban las hiperbólicas elegías al glorioso Conducator. Mientras sus compatriotas sufrían y morían en cárceles, mientras los niños rumanos enfermaban por la miseria y crónica desnutrición y la Securitate sembraba el terror, Vadim Tudor cantaba al titán de los titanes. Y trincaba ansioso la calderilla de privilegios de su amo.

Días después de la caída de Ceausescu, estuvo a punto de ser linchado por unos estudiantes que, lloraban a sus compañeros asesinados en las manifestaciones previas a la Navidad de 1989. Huyó saltando unas vallas con la agilidad que da el pánico pese a estar ya por entonces casi tan obeso como hoy. Estar gordo entonces en Bucarest no era fácil. Pero entre las babosas de la corte de Ceausescu Vadim Tudor era la más insaciable.

La falta de dignidad y vergüenza lo ha hecho inmune a los avatares de la historia. Vadim Tudor retornó al éxito. Fundó la revista Romania Mare (Gran Rumania) y después un partido político con el mismo nombre. Y se dedicó desde esta tribuna a agitar los más bajos instintos de la población rumana. Con su antisemitismo venenoso, el nacionalismo y la mitología pararreligiosa es uno de los grandes contribuyentes a mantener a Rumania en un ambiente de oscurantismo tan bien aprovechado políticamente por fascistas y los neocomunistas del entorno del presidente Iliescu para impedir que los rumanos avancen hacia una sociedad abierta, libre y articulada.

Su partido forma parte de la alianza rojiparda en el poder. Hoy canta a la Iglesia ortodoxa y al mito nacional en cruzada contra la conspiración judía como antes lo hacía a los "milagros del pensamiento y la obra del glorioso timonel". Vadim Tudor miente hoy como mentía antes. Eso sí, jamás se equivoca. Impermeable a la vergüenza, vive gozoso glotoneando por las viscosas espumas del privilegio. Lealtad y dignidad se le antojan manías de pardillo. Él sólo es fiel a su método. Y campeón del medro. Ya es un hombre inmensamente rico.

Djilas caía en el error y se levantaba, dudaba, sufría y rectificaba. Vadim Tudor, no. Regurgita coherencia y satisfacción. Dos biografías balcánicas sin duda. Pero también por estos lares conviene recordar de cuando en cuando que hay formas y formas de caminar por la vida.

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