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Entrevista:

"Hay que evitar caer en los errores de Maastricht"

Carlos Westendorp, de 58 años, secretario de Estado para la Unión Europea, es además el representante del ministro español de Exteriores, Javier Solana, en el Grupo de Reflexión que preparará la gran reforma de la UE en 1996. España preside ese grupo.

Pregunta. ¿En qué consistirá la labor del grupo?

Respuesta. Un par de semanas antes de la cumbre de diciembre en Madrid, debemos tener listo un informe en el que presentemos opciones de modificaciones institucionales de la UE. Los líderes comunitarios lo examinarán. En el grupo no se negociara, lo que significa que no está prohibido sonar. Me gustaría que cada delegación nos someta de buena fe las soluciones que considere mejores para los desafÍos que nos esperan.

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P. Aunque el grupo pueda soñar, ¿habrá que organizar su trabajo?

R. Sí. Sus 17 delegaciones (los Quince, la Comisión Europea y la bicéfala del Europarlamento) tendremos 15 sesiones de trabajo, una de ellas en julio en Toledo. Antes del verano, en las cinco primeras sesiones [la primera tuvo lugar ayer en Mesina] queremos dar ya una primera vuelta a los ocho grandes temas que tenemos sobre el tapete.

P. ¿Cuándo empezará y cuánto durará la verdadera negociación?

R. Se iniciará al inaugurarse la Conferencia Intergubernamental, probablemente en abril o mayo de 1996. Lo decidirá en Madrid el Consejo Europeo de diciembre. Su duración no debería exceder un año. No concluirá hasta después de las elecciones legislativas en el Reino Unido, en la primavera de 1997, porque difícilmente el Gobierno británico podrá comprometerse antes de esa cita. Sí convendría que. esté acabada, antes de otras elecciones, las que están previstas en Francia y Alemania ese mismo año.

P. ¿Por qué es necesaria esta Conferencia para reformar las instituciones de la UE?

R. La reforma se justifica porque hay que preparar la UE a la próxima ampliación, probablemente la de mayor alcance de su historia. Tenemos ante nosotros el reto de pasar de una Unión de 15 miembros, política y económicamente relativamente homogénea, a 27 socios bastante mas heterogéneos. Si no se adaptan de antemano las instituciones para garantizar su eficacia, la ampliación puede debilitar a la Unión.

P. ¿Es necesario ampliar la UE otra vez?

R. Es imprescindible, aunque sólo sea por motivos egoístas. Nuestro desarrollo y prosperidad pasa por integrar a las economías del Este. Más importante aún, nuestra seguridad pasa por amarrar a esos países al sistema democrático.

P. ¿Se puede reformar de nuevo la UE cuando aún no han cicatrizado las heridas del Tratado de Maastricht?

R. Hay que evitar a toda costa caer en los errores de aquella negociación que fue percibida por una parte minoritaria de la opinión pública como poco democrática, poco transparente y alejada de los problemas que de verdad preocupan al ciudadano. Es tanto más necesario cambiar el método cuanto que el resultado final de la conferencia deberá contar con el aval de los ciudadanos. Algunos Estados organizarán referendos antes de ratificar el nuevo tratado y es posible incluso que haya una consulta a nivel europeo. Si en dos o tres países se rechaza tendremos entonces un problema grave. ¿Se podrá ampliar la UE sin haber la previamente reformado? ¿No deberán, más bien, aquellos estados que se hayan negado a ir más lejos dejar a sus otros socios ahondar la Unión?

P. Maastricht se negoció mal pero, ¿tampoco se aplica demasiado bien?

R. Se negoció en una época de auge económico, pero vió la luz en tiempos de crisis. De ahí se derivan algunos problemas. Los recientes informes de la Comisión, de la Eurocámara e in cluso, en menor medida, del Consejo de Ministros de la UE señalan sus deficiencias en. materia de política exterior y de seguridad común (PESC) y en lo referente al llamado III pilar (cooperación policial y judicial). El problema más sangrante es el de la antigua Yugoslavia. Me consuelo pensando que sin Maastricht todo hubiese sido peor en los Balcanes. Cuando se analizan los posibles remedios a la carencia de una auténtica PESC ninguno seduce demasiado. A veces se oculta que lo que realmente falta es la voluntad porque la política exterior es uno de los símbolos de la soberanía nacional. Sólo se podrá poner en marcha adoptando medidas de confianza. Después de todo la primera Comunidad supuso la puesta en común por Francia y Alemania de lo que entonces era un símbolo de la soberanía: el carbón y el acero.

P. La última ampliación y la próxima supondrán el ingreso en la UE de países poco poblados. Se acentuará así la subrepresentación de aquellos con mayor peso demográfico. ¿No se corregirá modificando la ponderación del voto en el Consejo de Ministros de la UE?

R. No lo sé. Ante todo quiero evitar una lucha entre grandes y pequeños. Si se produce fracasaremos. Hay que hacer adaptaciones institucionales que respondan a tres criterios: Más democracia, más eficacia y más trasparencia. Se puede lograr otorgando sufragios en función de la población o preservando el actual sistema de votación pero duplicándolo con otro que permita, por ejemplo, a tres países con un total de cien millones de habitantes bloquear una decisión que les perjudique.

P. ¿Modificará la conferencia los criterios que deben cumplir los Estados para acceder en 1999 a la tercera fase de la Unión Económica y Monetaria añadiendo, por ejemplo, el paro o el déficit comercial?

R. No. Hay consenso en el grupo para no tocarlos. Si abriésemos ese debate mandaríamos mensajes equivocados a los mercados financieros.

P. ¿Conlleva para España la próxima ampliación el riesgo de perder las ayudas estructurales que recibe y que irían a parar al Este?

R. Si una mayoría de los actuales Estados miembros insiste en no gastarse más dinero en cohesión estructural del que se está desembolsando ahora resultará que la próxima ampliación la van a pagar España, Portugal, Grecia e Irlanda. Si alguien cree de verdad que va a ser así está imposibilitando nuevas adhesiones.

P. Sólo un 12% de los españoles, el porcentaje más bajo de toda la UE, sabe que habrá una conferencia en 1996, según un reciente sondeo. ¿No hay, 10 años después de la adhesión, un creciente desapego de la opinión pública hacia Europa?

R. Los últimos acontecimientos, como la guerra del fletán con Canadá o el estancamiento de la negociación pesquera con Marruecos, no han contribuido a realzar el europeismo. En España se tuvo, en un principio, idealizada a Europa. Se pensaba que era la panacea, el bálsamo que lo curaba todo. Ahora el péndulo se inclina un poco del otro lado. Cuando las aguas vuelvan a su cauce nos daremos cuenta de que es mejor afrontar los problemas con la Unión que sin ella. En ambos casos hay que hacer ajustes pero en el segundo es menos duro.

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