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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lo que había en las urnas

LA FOTOGRAFíA del mapa político ofrecida por los resultados electorales del domingo permite interpretaciones ventajistas a todos los contendientes; a condición, claro está, de que cada uno de ellos elija el ángulo en que resulte más favorecido. Así, el PP pondrá el acento en los 13 puntos que ha sacado al PSOE en las autonómicas y en su victoria rotunda en las capitales de provincia, mientras que los socialistas iluminarán preferentemente la reducción de diez a cinco puntos de la distancia que les sacaron los populares en las europeas de 1994. Anguita, por su parte, se consolará de unos resultados muy alejados del proyectado sorpasso con el argumento de que IU es, proporcionalmente, la formación que más crece desde las anteriores elecciones locales.Nadie miente. Pero nadie dice toda la verdad. Cada cual oculta la parte menos brillante del retrato. Los socialistas, que regresan al punto en que iniciaron la carrera, en 1977, perdiendo por el camino gran parte del poder territorial en que asentaron su hegemonía durante 12 años: de ser el partido más votado en 12 comunidades, ahora lo es sólo en 3, y de serlo en 38 capitales de provincia, incluyendo nueve de las 10 más pobladas, sólo conserva esa posición en cuatro. El PP, por su parte, pretende ignorar que las únicas eleccionesde ámbito nacional celebradas el domingo, fueron las municipales, y que los socialistas les superan en tres de las cuatro comunidades en que no ha habido ahora elecciones autonómicas. Cualquier extrapolación a unas generales es arriesgada, pero parece evidente que los datos del domingo no permiten atribuir una mayoría absoluta al PP. Un dato que habrá tranquilizado a Pujol y a Arzalluz.

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Y es así pese a la polarización producida en torno a los dos principales partidos. Entre ambos recogen ahora el 65% de los votos, dos puntos más que en 1991 y seis más que en 1987. Lejos, de todas formas, de la concentración producida en las generales de 1993, en que PSOE y PP atrayeron a cerca del 75% de los votos. Los partidos nacionalistas y regionalistas, que hace cuatro años agruparon al 15% de los votos, ven reducida ahora su presencia al 13%. Esa polarización ha perjudicado proporcionalmente más a Izquierda Unida, que ha visto frenada su progresión. La suma de los votos de ambos partidos se mantiene constante en relación a las anteriores elecciones locales, en torno al 46%, y unos dos puntos por debajo de las generales de 1989 y 1993. Pero, con el 35% de los votos, el PP tiene desde el domingo cerca de 25.000 concejales, tantos como la suma de los que tenían PSOE. e IU.

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Así pues, el giro genérico hacia la derecha constatado por los estudios de opinión desde comienzos de la década se manifiesta más en la extensión del poder que ahora ocupa el Partido Popular que en variaciones espectaculares de las inclinaciones de fondo del electorado. Sigue siendo cierto que el grueso del mismo, se reconoce en posiciones de centro; la novedad respecto a los años ochenta es que ahora el PP no es percibido, como lo era la antigua Alianza Popular, en uno de los extremos del espectro político. Justamente el control de esa zona central, hasta ahora ocupada en buena medida por el PSOE, es lo que ha permitido el despegue electoral del PP.

Ello es en parte el logro del esfuerzo de Aznar por proyectar una imagen centrista, pero también de la renovación generacional y del deterioro de la imagen de los socialistas. Los escándalos asociados al Gobierno del PSOE convierten al PP en un partido que puede presentarse como el de la regeneración democrática, acabando así con el plus de legitimidad de que disfrutó la izquierda por el hecho de no haber estado comprometida con el franquismo. Ese factor es seguramente determinante en la decantación de un amplio sector de la juventud, sobre todo de las ciudades, hacia el PP.

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