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Aldaya, entre la ira y la resignación

Hace ya 20 días que enterraron al empresario José María Aldaya en uno de esos cajones hechos a la medida del cautivo y que no permiten erguirse sin que la cabeza roce el techo ni estirarse sin que los pies choquen pared. Es muy probable que no sepa exactamente cuánto tiempo ha transcurrido desde que le asaltaron camino, de su casa, el pasado 8 de mayo, e ignorá, desde luego, que la ciudadanía donostiarra se ha echado a la calle en su defensa y que hay carteles con el lazo azul en las paredes de la ciudad y también pintadas con la exigencia "José Mari etxera" ("a casa"), a la que algunos eso sí, han añadido: "Cuando pague".

Probablemente, supone todas estas cosas porque el precedente de Julio Iglesias Zamora, 117 días metido en el agujero, le resultará bastante cercano, ya que él mismo participó en las intensas movilizaciones del verano de 1993. A estas alturas, debe de estar atrapado en lo que los psicólogos expertos en secuestros caracterizan como "la fase de la depresión traumática", un estado anímico mezcla de sensaciones y sentimientos donde la apatía da paso a la ira y ésta a la resignación, donde las pesadillas y la rememoración de sucesos personalmente desgraciados se deslizan entre las fantasías a las que tratar de asirse con desesperación.Si los estudiosos no se equivocan, y ciertamente las experiencias de las víctimas de ETA han avalado hasta ahora sus tesis, Aldaya puede estar en estos momentos recorriendo mentalmente los paisajes más gratificantes de su infancia y su juventud o sentirse como un juguete roto a la deriva en el mar de la angustia. Pasados aquellos primeros días, vividos en una especie de nebulosa -"como si fuera un sueño", que dicen los supervivientes-, en los que se negaba a aceptar la realidad de su condición de secuestrado y no conseguía reconocer siquiera el espacio físico de su encierro, el último rehén de ETA ha debido de terminar de "poner los pies en el suelo" y asumir que ni esta noche ni probablemente la siguiente podrá volver a su casa.

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Es lo que los psicólogos denominan "la fase de la consciencia", una etapa crucial porque la víctima se sitúa ante la disyuntiva de someterse a un terror paralizante, "como un perro apaleado que ha perdido toda capacidad de respuesta", o intentar protegerse de lo que se le viene encima. En el diario Egin no se ha publicado todavía la fotografía que, según el ritual establecido, da paso a la negociación entre ETA y la familia, pero, a la vista de los precedentes, cabe imaginar a Aldaya recostado sobre la colchoneta, junto al balde reservado para sus necesidades fisiológicas, sucio y con barba.

Humillado hasta extremos que nunca llegó a imaginar, rota su dignidad, psicológicamente deshecho, el secuestrado busca la comunicación con sus guardianes porque son ellos los que poseen la llave de su libertad. Siente pánico ante el silencio prolongado, ante la posilidad de quedarse enterrado de por vida, de llegar a olvidar quién es, y, aunque esas voces le atormenten a menudo, necesita escucharlas con periodicidad, hilvanar un diálogo en el que se le reconozca como persona por que es también la manera de racionalizar su situación y de ahuyentar el miedo al asesinato. Sus guardianes lo saben y juegan con él, dosifican su presencia y sus voces, para que no olvide su condición Y sus obligaciones de rehén y también para evitar que se vuelva loco.No todas las víctimas de los secuestros reaccionan igual, pero casi todos los que han estado en un trance semejante reconocen haber pasado por los distintos estadios anímicos que explican los expertos. Aldaya, de 53 años de edad, es, según sus familiares y amigos, una persona animosa a la que le gusta conversar y, probablemente, de forma consciente o inconsciente, ha puesto ya en marcha lo que se denomina "la estrategia de la supervivencia". Mantener viva la esperanza; recrearse, por ejemplo, en las imágenes de los seres queridos, hablar con Dios si se es creyente..., resulta una disciplina imprescindible para conjurar la idea del suicidio, para no caer en la parálisis de afectividad conocida, como el "terror frío". Las otras disciplinas son asignarse metas individuales, comer con regularidad y hacer ejercicio físico por mucho que la ratonera, "el ataúd" según la descripción de Iglesias, sólo permita dar cuatro pasos y muy cortos.

Si Iglesias recorrió cientos de kilómetros trasladándose mentalmente a la montaña nevada que figuraba en un cartel de su habitáculo, si llegó a bañarse y nadar en las aguas del lago, cabe suponer que un andariego como Aldaya podrá hacer otro tanto reviviendo sus paseos por los alrededores de su casa, en el monte Jaizkibel, o plantando y replantado los tomates, las cebollas y las lechugas de su huerta. Es también la manera de evitar los terribles dolores musculares que han padecido muchos secuestrados por ETA. Y es que la experiencia demuestra que el estrés, el terror, puede causar además. agarrotamiento, insomnio, dolores de cabeza, manías persecutorias, claustrofobia, pérdida de capacidad de comunicación y también dolores gastrointestinales, colitis, arritmias cardiacas e hipertensión con secuelas que en algunos casos persisten durante el resto de' la vida. Como persiste en muchos de los antiguos secuestrados por ETA el recuerdo del "frío espantoso", de la "terrible humedad", del "olor nauseabundo del zulo",

Lo dicen las propias víctimas: "Adaptarse resulta imprescindible para poder sobrevivir y poder dar la siguiente batalla, que no es otra que la de preservar, en lo posible, claro está, la dignidad y el pensamiento propio". En ocasiones, la dependencia y el temor permanecen en los secuestrados hasta mucho después de su liberación. Hay víctimas que agradecen o exculpan públicamente el comportamiento de sus guardianes y hay rehenes que allí, en el agujero, vuelcan contra, sus familias y la policía el reproche de que están poniendo en peligro su vida por no acceder con la suficiente celeridad a las exigencias de los secuestradores o por poner bajo viligancia a los supuestos intermediarios.

El lenguaje "políticamente correcto" de Herri Batasuna acuñado estos días, determina que el secuestro de Aldaya es "una retención fuera de la legalidad establecida".

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