Valor y coraje
Esta gacetillera se encontraba de espaldas al televisor cuando la voz de Pasqual Maragall sonó enfáticamente: "Yo he tenido un sueño". Como estoy falta de rapidez locomotriz, tardé algo en darme la vuelta, y aun así estuve a punto de estrellarme con las muletas. Me dio tiempo a preguntarme, estremecida, si el émulo barcelonés de Martin Luther King, en su más famoso discurso, había soñado tal vez que era negro y que se pasaba las tardes de domingo desafiando a los skin heads en cualquiera de las plazas duras de Barcelona. Pero no: el candidato a alcalde por el PSC estaba metido en un autobús, y éste en un anuncio electoral, y se limitaba a reproducir la conocida frase para enumerar los logros que los ciudadanos obtendrán si se hacen a sí mismos el favor de votarle.Me dejé caer sobre la cama en decúbito supino, para que lo por venir me sorprendiera, al menos, en territorio seguro. Porque es cierto que, tal como aseveran los entendidos, la campaña electoral en Barcelona parece, comparada con el resto del Estado, un simple lance entre los caballeros del rey Arturo. Pero la publicidad, que en su totalidad -me juego la rótula restante- sólo seguimos los impedidos morbosos, es, generalmente, lamentable. Hice bien en tumbarme: poco después salió Miquel Roca haciendo encaje de bolillos, rodeado de puntaires. Sólo la visión de Narcís Serra como un loco -¿por qué?- en el reclamo nacional del PSOE consiguió bajarme la tensión.
Aunque siempre hay recompensas: la sobria batalla planteada por Eulália Vintró, de Iniciativa-Els Verds, se refuerza con un anuncio en el que aparecen diáfanos sus objetivos -arbolito verde, casita roja, corazón malva: ecología, izquierda, gays-, y en el que los candidatos posan con sencillez, como si participaran en un anuncio de patés La Piara. Lo cual contrasta con la aparición del superlativo Anguita, en el anuncio nacional peinado de Moisés como por Abraham antes del sacrificio, y, por fin, gracias a la técnica del croma, completamente ubicuo en todas las manifestaciones, puertas de fábrica, osos y madroños, y, más milagro aún, recortes y fotos de periódicos que le ponen por detrás.
No deben doler prendas, sin embargo, al reconocer que la palma de lo absurdo se la lleva -en lo que supone un dulce anticipo de nuevas aventuras- el Partido Popular. Ese largo y elaborado mensaje, rodado -creo- en el libertario Café Central de Madrid -o,al menos, en un plató que lo reproduce fielmente-, en cuya figuración, haciendo de clientela y personal de servicio, coinciden todas las cuitas que azotan España, es una mezcla curiosa de Los ladrones van a la oficina en versión Serrano y Apocalypse now con final ejemplificador a lo Billy Graham. Los camareros no encuentran piso, la joven pareja no encuentra empleo, las señoras mayores se quejan de los atracos -seguramente porque el café se halla cerca de Tirso de Molina, una de las zonas más abandonadas a su suerte por el insolidario alcalde del PP Álvarez del Manzano- y los ejecutivos que entran por la puerta comentan la corrupción y se preguntan adónde vamos a ir a parar.
En la versión estatal de esta obra, cumbre y síntesis del pensamiento político de la derecha, se pasa directamente del Central al parlamento de José María Aznar. Pero para los catalanes -supongo que en otras autonomías ocurrirá lo mismo- no termina aquí el cáliz. Aparte del doblaje a nuestra lengua, a nosotros se nos materializa, súbitamente, en un velador, como si saliera de un sobrecito de café instantáneo, el genio pepero local Enrique Lacalle, a cuyo cargo corre un pequeño aunque confuso speech del que no se acaba de desprender si promete menos burocracia y seguridad o viceversa.
Como esto dure mucho, voy a pedirle a Constantino Romero que me entreviste para el programa Valor y coraje. ¿O eran carajos?
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