El pasado de Aznar
TODO EL mundo tiene derecho a cambiar. Lo han hecho no poco los socialistas: entre sus despojos ideológicos se cuenta el marxismo, el antiimperialismo, el tercermundismo o el antiatlantismo. También los comunistas, que han dejado tras sí una estela de reliquias ideológicas. Y muchos otros, todos casi. Nada tiene, por tanto, de extraordinaria la localización de unos artículos de José María Aznar escritos en 1979 que lo alinean en la derecha dura y nostálgica del posfranquismo. El presidente del Partido Popular se lamentaba entonces de la eliminación de los nombres franquistas de calles y plazas, alertaba contra los males del consenso en política, subrayaba el número excesivo de ocasiones en que los españoles tenían que acudir a las urnas, justificaba la abstención en el referéndum que ratificó la Constitución y denunciaba "tendencias gravemente disolutorias agazapadas en el término nacionalidades".Los artículos exhumados ahora por los socialistas para su aprovechamiento como arma electoral revelaban a un Aznar en perfecta sintonía con lo que era la derecha posfranquista del momento, agrupada en Alianza Popular, bajo el liderazgo de varios ex ministros de Franco, una derecha favorable al mantenimiento de la pena de muerte y contraria al título VIII de la Constitución, que reconoce la pluralidad de regiones y nacionalidades en España. Esto pensaba Aznar en 1979, a sus 25 o 26 años, en su primer destino como funcionario público en La Rioja. Ciertamente, ya no se trata de una ingenua misiva dirigida a un periódico por parte de un jovencito de 16 años con vagas y contradictorias ideas falangistas. Es algo más serio, pero a la vez nada sensacional. Aznar pensaba lo mismo que el grueso de la derecha española, la derecha que había sido franquista y que deseaba acotar lo más posible el camino de la transición hacia la democracia.
El aprovechamiento electoral de estos papeles, presente en la intención de quien los ha exhibido, no merma lo más mínimo su interés. A nadie debe escandalizar, antes al contrario, que la biografía de quien parece claramente destinado a responsabilizarse de la gobernación de España en un futuro muy próximo sea mirada con lupa y analizada hasta su último detalle. Es algo inherente al funcionamiento de una opinión pública sana, como se ha demostrado con el desvelamiento del pasado juvenil de muchos mandatarios de otros países. Mitterrand fue partidario del general Pétain, Clinton fumó cigarrillos de marihuana en su juventud, y Jacques Chirac vendió el órgano oficial del Partido Comunista, L'Humanité, por las calles de París. Es bueno que el propio interesado lo asuma y que hagan lo propio sus votantes y la entera opinión pública. Nada peor que las ocultaciones y las tergiversaciones, que pueden incubar, a la larga, escándalos mucho mayores que los pequeños golpes de efecto suscitados en su momento por la revelación.
Más que reprochar hoy a Aznar sus, convicciones de 1971), hay que felicitarse por su evolución ideológica hacia el centro del espectro político. La suya, la de su partido y la de sus votantes, que nada tienen que ver con la actitud añorante del pasado y recelosa ante la democracia que revelan los artículos de hace 16 años. El reproche que legítimamente puede hacérsele es a su empeño por cultivar una imagen lineal de alguien sin dudas o errores. La imagen que el PP ha querido transmitir de su líder es la de un hombre sin pasado político, que irrumpe en la vida pública como un centrista, un moderado. El partido al que Aznar se afilia en Logroño no era ni lo uno ni lo otro, pero sí lo es el que ahora dirige, y en buena medida gracias a su influencia.
Aznar ha acompañado a muchos otros compatriotas en el camino que va del falangismo adolescente y el franquismo, sociológico al conservadurismo democrático. De manera que su cambio ha avanzado en la buena dirección y hay que felicitarse por ello.
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