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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Conversacion irlandesa

SEGUIR HABLANDO, aunque sea del tiempo. Las delegaciones del Gobierno de Londres y del Sinn Fein, brazo político del IRA, no acercaron posturas en la entrevista celebrada el miércoles, pero acordaron volver a encontrarse la semana próxima. El acuerdo era difícil. Se trataba de hablar de la entrega (le las armas por parte del IRA, condición previa planteada por los británicos para aceptar la participación del Sinn Fein en las conversaciones multilaterales sobre el futuro institucional de Irlanda del Norte. El argumento es que nadie podría aceptar sentarse a una mesa bajo la amenaza de uno de los interlocutores de recurrir a la violencia si no se aceptaban sus puntos de vista.En su reciente visita a Belfast, el primer ministro británico, John Major, precisó que lo que se exigía no era la entrega de todas las armas, sino el compromiso de un desarme progresivo acreditado mediante el decomiso comprobable de cierto número de armas. Pero Londres ha insistido desde el primer momento en que no está negociando, ni lo hará nunca, con los terroristas del IRA; que lo hace con un partido legal, el Sinn Fein. Hay, por tanto, un cierto nivel de sobreentendidos admitidos por ambas partes: la exigencia se plantea a ese partido, pero quien debe desarmarse es el IRA. Se trata, pues, de un gesto: el que se requiere a la dirección del Sinn Fein para acreditar la sinceridad de su compromiso.

Pero si de gestos se trata, los republicanos plantean, como una cuestión de principio, un tratamiento igualitario: ser aceptados en la mesa negociadora como cualquier otro partido, sin condiciones previas. Tal concesión sería interpretada por el IRA y su brazo político como un reconocimiento implícito de su legitimidad como interlocutores pese a haber practicado o apoyado la violencia. Por eso plantean que ese reconocimiento se plasme en la elevación del rango de las delegaciones que discuten el asunto: que sean el presidente del Sinn Fein en persona, Gerry Adams, y el ministro británico para el Ulster, y no su segundo, como hasta ahora, quienes se vean las caras.

La semana de plazo servirá para sondear las reacciones de la opinión pública: la local, la que afecta a las partes interesadas -Londres y Dublín-, y la internacional, que fue decisiva en el impulso inicial del proceso de paz. No será fácil, en todo caso, hallar una fórmula de compromiso. Tras varios meses de darle vueltas al asunto, la cosa se plantea hoy en términos de quién cede antes. El mensaje implícito del Sinn Fein es que si se le admite incondicionalmente en la negociación multilateral, estaría dispuesto a considerar la exigencia relativa al desarme. Pero en tal caso es seguro que intentaría ligar ese desarme a lo que los republicanos denominan desmilitarización del conflicto: la retirada de los 18.000 soldados británicos desplegados en Irlanda del Norte. Demasiado a cambio de media docena de pistolas.

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En fin, no sería realista esperar soluciones fáciles para un conflicto tan complicado. Pero la virtualidad del actual proceso consiste en que no se trata tanto de resolver, de una vez por todas, un contencioso histórico con siglos de antigüedad como de encontrar una fórmula que permita seguir intentándolo por vías pacíficas. Ello implica sustituir la imposición por el mutuo consentimiento, y de ahí que la renuncia a la violencia por parte del IRA (y los paramilitares protestantes) fuera, y siga siendo, una condición necesaria, aunque no se sabe si suficiente, para el avance del proceso. El resto depende de la presión de una población que, a medida que se acostumbre a la ausencia de atentados, considerará inaceptable el regreso al pasado. Por eso hay que seguir hablando, aunque sea del tiempo.

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