Una estrategia hispano-italiana
JAVIER SOLANA / SUSANA AGNELLILos autores proponen que la Unión Europea desarrolle una estrategia global en la región del Mediterráneo para garantizar su estabilidad mediante el diálogo y la cooperación.
Quien conoce el Mediterráneo sabe que es un mar variable, tan pronto en calma como borrascoso, en el que hay, que saber navegar cualquiera que sea la condición meteorológica., España e Italia, dos naciones mediterráneas por excelencia, han adquirido una especial sensibilidad en el transcurso de su historia frente a los riesgos y desafíos de esta región, pero también ante las oportunidades y potencialidades que han surgido en la zona. El Mediterráneo ha sido durante siglos una encrucijada de civilizaciones, una arteria de intercambios y una de las zonas de desarrollo económico más alto del mundo. ¿Cabe hoy la posibilidad de promover el retorno de condiciones análogas?Algunos elementos positivos son más evidentes que nunca. El fin de la guerra fría ha hecho perder al Mediterráneo su carácter de zona de confrontación entre las dos superpotencias. En Oriente Próximo se ha puesto en marcha un proceso de paz. La Conferencia de Madrid abrió una oportunidad para la esperanza en esta región. No obstante, su futuro sigue cargado de profundas incertidumbres. Si este proceso culmina con éxito, y éste es nuestro compromiso mutuo, se eliminará una de las mayores fuentes de tensión internacional, que ha repercutido en la estabilidad y la seguridad no sólo de Europa, sino de todo el mundo árabe e islámico. Por otra parte, muchos países de la orilla sur no parecen haber estado nunca tan deseosos como hoy de reforzar sus relaciones con la orilla norte.
La ribera sur del Mediterráneo se ve enfrentada a profundos desequilibrios sociales y económicos, que han llevado a generar una cierta inestabilidad política. Se asiste, asimismo, a la aparición de algunas formas de extremismo radical. El fuerte crecimiento demográfico parece amenazar las posibilidades de desarrollo económico y augura éxodos de población masivos, internos y externos. Estas tendencias pueden repercutir en la estabilidad general del área mediterránea y en la seguridad de los países europeos.
En estas circunstancias es necesaria una respuesta global, que parta de un análisis objetivo tanto de los riesgos y desafíos que esta situación acarrea, como de las oportunidades y potencialidades que ofrece la región mediterránea. Esta respuesta debe ser consensuada por todos los actores mediterráneos, innovadora y ofrecer soluciones de largo alcance.
Desde luego, España e Italia no pueden hacerse cargo por sí solas de una acción de tal envergadura. El Consejo Europeo de Essen, del pasado mes de noviembre, ha reconocido que la región del Mediterráneo tiene una importancia estratégica fundamental para la Unión Europea en su conjunto. España e Italia, entre otros países, no han dejado de estimular esa concienciación. Francia, actual presidente de la Unión Europea, ha comenzado a ponerla activamente en práctica. La proyección exterior de la Unión Europea adquirirá de esta manera una dimensión nueva e irrenunciable. Está perfectamente justificado que entre las prioridades de la Unión haya figurado hasta ahora el reforzamiento, tanto político como económico, del diálogo con los países de Europa centro-oriental. Ahora bien, la puesta en marcha de una política hacia el sur mediterráneo habrá de ser igualmente necesaria, de ahora en adelante, para la Unión en su conjunto.
El seminario italo-español, que se celebra en Nápoles el 10 de mayo bajo la presidencia de los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países, nos da la oportunidad ' de reflexionar juntos sobre la "estrategia mediterránea" y la contribución que nuestros dos países deberán seguir aportando en este ámbito. Dicha estrategia debe tener una dimensión global. Aunque los problemas que tenemos sobre la mesa son de diversa índole, todos ellos están estrictamente interrelacionados. ¿Cómo separar los problemas económicos, sociales y culturales de los políticos, de la intolerancia extremista, del terrorismo? ¿Cómo realizar, junto a los propios Estados interesados, un esfuerzo común para la seguridad y el diálogo político trasmediterráneo? ¿Cómo promover la realización progresiva de una zona cada vez más homogénea desde el punto de vista económico? Estos planteamientos apuntan a un único objetivo: garantizar una mayor estabilidad y prosperidad en la región del Mediterráneo. En ningún caso pretendemos satanizar enemigos, ni reinventar viejas cruzadas.
El diálogo debería estar articulado en tres niveles. En primer lugar, mediante el desarrollo y fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre los países de una y otra orilla. En segundo lugar, a través de las relaciones privilegiadas que establezca la Unión Europea con los países de la ribera sur, suscribiendo nuevos acuerdos de asociación. Y en tercer lugar, mediante el desarrollo de iniciativas multilaterales mediterráneas.
El diálogo trasmediterráneo podrá avanzar según la capacidad concreta de iniciativa y de respuesta de los diversos, interlocutores de la UE y de los países que, desde el otro lado, estén dispuestos a participar en él. La reflexión de Nápoles ha de ser muy útil con vistas a la Conferencia Euromediterránea de Barcelona, que se celebrará el próximo mes de noviembre y en la que participarán los Quince, junto a los países mediterráneos vinculados mediante acuerdos con la Unión Europea. La conferencia será la primera etapa de un proceso largo y no siempre fácil. Ha comenzado ya una serie de contactos efectuados por la troika de la Unión Europea. En el plano político, podría elaborarse un marco de tutela de la estabilidad y seguridad mediterráneas. Este marco, para poder funcionar, deberá ser muy pragmático y no pretender dar a todos los problemas el mismo tipo de soluciones. El interés que reviste una iniciativa como la que ya e ha mencionado del Foro Mediterráneo en la que España e Italia participan activamente, consiste en reunir a varios países árabes y europeos en un consenso permanente, aunque. sea' informal, de consulta y cooperación sobre toda una serie de problemas: la seguridad, la ecología, la cultura... Es esencial, por añadidura, mantener en este tipo de ejercicio una cierta flexibilidad, por causa de las diferencias que existen entre los socios mediterráneos en materia de cultura jurídica y política, de nivel económico y de concepciones sociales y religiosas.
En el plano económico, es posible combinar dos líneas de acción: la construcción gradual y realista de una zona de libre cambio mediterráneo, y proseguir las transferencias financieras de la Comunidad Europea. Sabemos que estos dos instrumentos resultarán costosos: consideramos, sin embargo, que la difusión de la democracia de mercado es un factor de desarrollo y una condición para que el área sea más homogénea desde el punto de vista económico, al permitir que se creen nuevas oportunidades laborales y de prosperidad, capaces de contrarrestar la desestabilización demográfica en curso. En el plano cultural, por último, se debería tratar de estimular una mayor comprensión entre las dos orillas del Mediterráneo, entre el mundo europeo y el mundo árabe, indispensable para disipar equívocos "ideológicos", de los que no se libra en la actualidad ninguna de las dos partes. No se deberían, por tanto, proponer solamente acuerdos políticos, de cooperación o comerciales, sino. también aproximar, en la medida. de lo posible, las opiniones públicas de las dos partes. Este último objetivo tal vez parezca ambicioso, pero es necesario favorecer también la aproximación de las conciencias, sobre todo ahora que en el suelo europeo las comunidades emigradas de la orilla sur, en su primera o segunda generación, ascienden ya a varios millones de personas.
La cooperación euromediterránea deberá ser desarrollada por todas las instituciones afectadas y por cada uno de los participantes, europeos o no, dentro de un espíritu constructivo y de respeto recíproco. En el plano de los Estados, esto podrá hacerse actuando sobre el discurso político. En el plano de la economía, se tratará de poner las bases de un espacio de prosperidad compartida. En el plano social, se procurará favorecer toda las formas posibles de contacto e intercambio cultural. El Mediterráneo debe volver a ser ese espacio de unión, ese lugar de encuentro de culturas y civilizaciones. Sus problemas actuales deben incitarnos a actuar en esa dirección.
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