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LA SUCESIÓN DE MITTERRANDEL PERDEDOR LIONEL JOSPIN

Un 'llanero solitario' para regenerar la izquierda

Xavier Vidal-Folch

ENVIADO ESPECIALEl hombre encargado de encabezar el relanzamiento de la izquierda tiene el corazón del llanero solitario. Sólo un político curtido en mil reveses y experto en los salones del poder pero más desde las cortinas que desde las mesas del ágape, sólo un periférico del mitterrandismo, sólo un hombre así podía desafiar a la historia y cargar la pesada mochila de ahormar el socialismo cuando todos lo daban ya por liquidado. Y de retar al viejo routier Jacques Chirac, quedando más que dignamente.

Cuando en diciembre Jacques Delors el deseado renunció a la candidatura, lo explicó por su falta de fe en que, después, los franceses le dieran la mayoría parlamentaria suficiente para llevar a buen puerto su proyecto. La sangre se heló en las venas de los socialistas, doblemente huérfanos: un presidente agonizante, François Mitterrand, y un líder que no quiso serio.

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Los seguidores de Jospin le aclaman con igual entusiasmo que si hubiera ganado

Sólo Lionel Jospin no se rasgó las vestiduras. Con su abrigo blanco, y su cargo de alcalde en Cintagabelle -un pueblo de 2.000 habitantes en el Midi- como único bagaje actual, acudió el 4 de enero a la sede del Partido Socialista (PS) en la calle Solférino, y espetó a sus líderes: "Si me necesitáis, estoy disponible". Algo así como "no tengo nada mejor que hacer".

Este solo gesto, que le valió desdenes de los viejos dinosaurios y el voto de las bases en las primeras elecciones primarias celebradas por el PS en toda su historia, le ha ungido como nuevo Moisés renovador de la gauche, a lo que se ve, no tan enterrada. Jospin es ya el nuevo guía para la larga travesía de un desierto menos inhóspito gracias a su sólida campaña. Una campaña basada en un programa socialdemócrata y una oferta que combina cultura de izquierdas y experiencia de gobierno. Pasada por el cedazo del "inventario" lo que le ha permitido exhibir como virtudes propias el europeísmo y el rigor económico mayoritario en los dos septenatos de Mitterrand y rehuir como vicios ajenos el clientelismo, el affairismo y el monarquismo.

Lionel Jospin nació hace 57 años en Meudon, cerca de París. Hijo de un socialista -Jupiterino y demagogo- de la vieja SFIO, con quien siempre tuvo broncas, y de una comadrona, se educó en un ambiente influido por la militancia masónica de su abuelo, pastor protestante. Tuvo sus primeros ardores militantes contra la guerra de Argelia, canalizados hacia un grupito que en 1960 desembocaría en el PSU de Michel Rocard. Se graduó en la elitista Escuela Nacional de Administración y se enroló en 1965 como alto funcionario del Ministerio de Exteriores, dejando su carnet en duermevela y desechando entrar en la Convención de Instituciones Republicanas, semillero de los más fieles mitterrandistas.

Presentado a Mitterrand

Con la mala conciencia de no haber olido desde el Quai d'Orsay la revuelta de 1968, abandonó el servicio exterior, se casó, y se convirtió en profesor universitario. Pierre Joxe le presentó en 1971 a Mitterrand, quien quedó "impresionado por su capacidad de análisis", le llevó a la dirección del PS que acababa de refundar en Epinay y le encomendó las tareas más difíciles -enfrentarse al comunista George Marcháis en un debate televisado-, pero nunca le consideró como hijo predilecto.Durante el primer septenato de Tonton, el mejor recordado, le tocó hacer de perro guardián ante un poder completamente concentrado en el Elíseo, en calidad de primer secretario, una tarea de aparatchik de la que obtuvo sinsabores y confidencias en las reuniones semanales con el presidente y el primer ministro El favor que Mitterrand dispensó al joven Laurent Fabius, postulándolo para controlar el partido, pespunteó la ruptura Y acreció la lucha de clanes. Jospin apoyó a Pierre Mauroy. Solo llegó al Gobierno, como ministro de Educación, en el segundo septenato, entre 1988 y 1992, bajo el tempestuoso mandato de Michel Rocard y el de la efimera Edith Cresson. Saboreó pues la miel del verdadero poder cuando ya se convertía en hiel.

Luego quedó solo. Ante sí mismo, con una enfermedad tiroidal y una fuerte depresión. Ante su familia, al morir su padre y divorciarse de su primera mujer. Ante la política, al renunciar a todos los cargos partidistas. Quiso volver al Quai d'Orsay: Alain Juppé le cortó el paso, siguiendo el consejo de Mitterrand. Y empezó su travesía del desierto, mientras los socialistas caían en sucesivos y profundos infiernos electorales. Así, hasta el 4 de enero, cuando recuperado, casado otra vez y tranquilo, reapareció. Para erigirse en el nuevo patrón de una izquierda que vuelve a respirar. No ha llegado al Elíseo por los pelos. Quizá nunca llegue.

Como susurra Chirac, los franceses le han tomado gusto a la alternancia, por eso le han elegido. Pero esa lógica querría que pasados siete años, un socialista volviera al Elíseo: se llamaría Martine Aubry porque es sinceramente de izquierdas y gusta a los empresarios, la receta del éxito. O quizás no. También los franceses parecen otorgar su devoción a los perdedores. A los llaneros solitarios forjados de heridas y olvidos, se llamen De Gaulle o Mitterrand. 0 Jacques Chirac.

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