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El 'atraco del siglo'

Los dirigentes del socialismo francés que lanzaron a Jospin a la candidatura apenas confiaban en su éxito electoral

Dos líneas en un gráfico, que desde hace dos semanas tienden a converger, determinarán con su posición el próximo domingo quién va a ser el nuevo presidente de Francia. La línea de popularidad de Jacques Chirac, líder de la derecha, baja perceptiblemente en los últimos días, en tanto que la del socialista Lionel Jospin brinca audazmente hacia el punto de encuentro. El director del diario parisiense Libération, Serge July, califica una eventual victoria del candidato de la izquierda de "atraco del siglo" -hold-up en correcto francés contemporáneo- July no apunta que Jospin sea un amigo de lo ajerio, sino que los atracados serían los dirigentes del socialismo francés, Michel Rocard, Jacques Delors y Jack Lang, entre otros, que lanzaron a Jospin a la candidatura creyendo que la hecatombe era segura y que para ello bastaba con sacrificar a un marginal del partido.Los sondeos privados, que quedarán inéditos por ley electoral, oscilan entre un 52,5% contra un 47,5%, en el caso más favorable al líder gaullista, hasta un virtual empate de los dos candidatos. Pero el mundo político parisiense es consciente de que las líneas se mueven hacia adentro y la gran pregunta en todos los labios es si habrá tiempo para que se entrecrucen, de aquí a la gran misa dominical del voto a la presidencia.

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La conclusión de todo ello parece ser que el debate televisado del martes, aunque formalmente pudiera acabar sin vencedor ni vencido, favoreció más a Jospin, porque éste supo establecer su primera imagen de marca ante la. opinión. De ministro que fue de la Educación y el Deporte a fines de los ochenta y duradero secretario del PS, bajo la presidencia de François Mitterrand, es decir nada, ha pasado a ser un candidato verosímil al Elíseo. El hecho de que el debate, que congregaba a dos agresivos fajadores del cuadrilátero político, fuera un discurrir de cortesías, aunque siempre con el socialista a la iniciativa, se explica, entonces, porque ambos trataban de exaltar el aspecto convivencial de su persona. Esto es así porque Jospin ha causado una gran impresión en el electorado femenino, supuestamente menos dado a la santa cólera, pero, sobre todo, porque la partida va a jugarse en el voto de la derecha.

Es cierto que el mapa electoral francés se divide en 60-40 a favor del campo conservador, pero de esa masa Chirac no cuenta como punto de partida, en el mejor de los casos, más que con un cuarenta y algo: el gaullismo, dividido entre sus partidarios y los de Balladur, y la derecha profunda, católica y campesina de Philippe de Villiers; mientras que Jospin podría hacer casi el copo de la izquierda, con una base mínima de más del 35%. Ese resto de cerca de un 20% es lo que queda de la derecha, Frente Nacional y residuales del gaullismo y la UDF del ex presidente Giscard d'Estaing.

Jugándose ambos candidatos el voto conservador, ninguno quería parecer en el debate menos senorial y presidenciable que su oponente. Por eso se piensa en medios periodísticos que pudo haber un pacto, al menos tácito, entre los contendientes para no perturbar la digestión de los telespectadores. Jean-Marie Colombani, director del gran diario francés Le Monde, cree también que Jospin tiene una oportunidad, aunque "minoritaria", de calzarse el coturno presidencial. En ese mismo sentido, un sondeo privado de Libération da un 27% de votos del Frente Nacional -exactamente el número de sus ex militantes comunistas- a Jospin, y Colombani añade que probablemente un buen número de frentistas votarán en blanco, como ha pedido su líder, Jean-Marie Le Pen. Todo ello le deja relativamente poco margen a Jacques Chirac, que necesita un fuerte sufragio de la extrema derecha para ponerse en casa.

Lionel Jospin, en cualquier caso, ya es la sensación del día. Hace sólo dos años, cuando se divorció, cayó en una profunda depresión, quizá relacionada con su temperamento híper-rigorista, atribuible a su formación de protestante calvinista, y quiso retirarse de la política.

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Como diplomiático de carrera, le pidió a Alain Juppé que le diera una embajada en alguna parte. El ministro de Exteriores consultó con Mitterrand y éste le dijo que le disuadiera ofreciéndole una minucia escondida en el mapa. Jospin se convenció entonces de que no le querían ni para embajador en las Maldivas, y siguió en la política porque era más fácil quedarse que irse. En 1995, el más complementario, razonable, monótono, y bien intencionado de los dirigentes socialistas, amenaza con rozar seriamente el título de campeón de las presidenciales.

La paradoja final es la de que el vasto movimiento antielitista, de cansancio y descreencia en la clase política que sacude Francia sólo puede expresarse con el recurso a dos veteranos routiers, dos enarcas, como señala el filósofo Régis Debray, que por primera vez en la historia de las presidenciales copan ambas candidaturas. Y que, de ellos, el que parece menos repetido es el socialista. Por eso, Jospin no pierde la esperanza.

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