El Estado y el pueblo
En un reciente número de Claves, Javier Pradera escribe un interesante artículo sobre las relaciones entre el, Estado y el pueblo. Tiene el indisputable mérito de plantear el problema, pero se equivoca porque cree que en estos asuntos el culpable es el pueblo.Constata Pradera un doble lamento y un doble deseó. Por un lado, la gente se queja porque paga muchos impuestos y recibe pocos servicios. Por otro lado, desea más gasto público y no desea pagar más impuestos.
Esta doble constatación hace concluir al autor que algo funciona mal... en la gente. Así, sostiene que "buena parte de la sociedad española no termina de comprender los mecanismos de funcionamiento del Estado de bienestar"; más adelante afirma: "Un elevado porcentaje de españoles no tiene conciencia suficiente de los nexos necesarios entre los impuestos que los ciudadanos pagan al Estado y los servicios que el Estado presta a los ciudadanos"; y también: "Una gran parte de la sociedad española no parece entender los mecanismos básicos de financiación y de gasto del Estado de bienestar".
Sin embargo, en un Estado como el actual, es decir, democrático y ampliamente intervencionista y redistribuidor, la conducta del pueblo revela que ha comprendido exactamente las reglas del juego: su comportamiento es la única respuesta racional, descartada la toma de la Bastilla y la reforma radical del poder estatal. El sistema está montado de forma tal que prácticamente no contempla otra conducta posible, y por ello es ilusorio reclamar ante una eventual incomprensión de la gente. Es algo parecido a quienes arguyen que el gran problema de la Hacienda pública es el fraude fiscal y no quieren aceptar que, el fraude fiscal es una conducta lógica cuando la presión tributaria aumenta a un ritmo acentuado mientras que el gasto público resulta visiblemente deslegitimado por la hipertrofia, el despilfarro, el favoritismo político, la ineficacia y la corrupción.
Los amigos del Estado no toman en consideración las consecuencias deseadas y no deseadas de su existencia, ni las contradicciones que plantea sobre la naturaleza humana. Por ejemplo, si se subvenciona la agricultura y se subvenciona el riego agrícola, no cabe después asombrarse si se acaba el agua en España. La solución nunca será hacer más pantanos, y lo que no se puede seriamente es argumentar que la culpa es de los agricultores porque consumen mucha agua: si la consumen es porque está artificialmente barata. En este caso como en tantos otros es el Estado el que ha causado originalmente el problema y después le echa la culpa a la gente porque actúa racionalmente según los estímulos que el propio Estado arbitra.
La actual desorientación de la izquierda podría empezar a resolverse si se pensara siempre en último lugar en la idea de que la gente es culpable, por tonta, ignorante o egoísta, y se pensara en primer lugar si el marco institucional no está condicionando gravemente a la gente para que actúe de una manera determinada.
Javier Pradera tiene la valentía de denunciar que el tamaño actual del Estado es un problema y a continuación expone cuatro mecanismos que bloquean la reforma: uno, la izquierda teratológica, es decir, los que proponen más de lo mismo; dos, los grupos de presión; tres, los agravios comparativos, y cuatro, la cobardía intelectual y el temor político a lo impopular, que ejemplifica con un muy acertado reproche al llamado Pacto de Toledo.
Todo esto está muy bien, pero le falta el elemento más importante: el consenso actualmente existente sobre el papel del Estado. Si no se pone ese consenso en cuestión, la reforma será imposible. Pero el cuestionamiento comportará un cambio ideológico profundo y difícil.
Los resultados aparentemente paradójicos de las encuestas se explican porque ese consenso es tomado corno un dato. En caso contrario habría que formular preguntas algo distintas, que sacaran a la luz las contradicciones sobre las que se edifica el Estado moderno. Esto no es una novedad entre los especialistas: por ejemnplo, Harris y Seldon lo hicieron en un conocido estudio publicado en 1987, por el Institute of Economic Affairs de Londres.
Como ejemplo he elaborado un cuestionario que pone el énfasis en la lógica del free rider, gran principio subyacente a la expansión del gasto público.
1. ¿Paga usted pocos impuestos?
2.-Piense en la cantidad que paga directa, pero también indirectamente, a las diversas administraciones públicas, en sus compras y quehaceres; piense en lo que le retienen. Ahora vuelva a responder a la pregunta 1.
3. ¿Cree que usted debería pagar mas impuestos?
4. ¿Cree que otros deberían pagar más impuestos?
5. Observe el riesgo de la pregunta 4. Hay otras, personas que pueden decir lo mismo y obligarlo a usted a pagar más. Ahora suponga que todos los españoles pudiésemos mirarnos a la cara al mismo tiempo y en un mismo lugar y que a todos nos formularan la pregunta 4. En tal caso, ¿qué contestaría usted?
6. ¿Cree que el gasto público debería subir? (Olvide el motivo o imagine el más loable).
7. El Estado no tiene dinero. Todo lo que tiene lo obtiene con impuestos hoy o con impuestos mañana, por ejemplo, si se endeuda. Ahora vuelva a contestar la pregunta 6.
8. ¿Cree que todos los deberes del Estado actual que no se cumplen satisfactoriamente se podrían cumplir si el gasto público se mantuviese tal cual, pero mejorase la administración? (Recuerde que los gastos de personal y administración del sector público son pequeños en comparación con las transferencias).
9. ¿Le parece a usted evidente que la peseta gastada por el Estado se gasta de forma más eficiente y justa que si la gastara usted? .
10. Si el Estado ha crecido con el argumento de la igualdad y la justicia, ¿cree usted posible que se reduzca sobre la base de la igualdad y la justicia?
El cambio del Estado moderno es la gran empresa política de finales de siglo. Pero no es una empresa condenada irreparablemente al fracaso. La propia consciencia de los problemas del Estado, que Javier Pradera ejemplifica con destreza, habría resultado impensable hace pocos años. Si parece escrito que en las próximas elecciones ganarán los conservadores, no es, absurdo suponer que ello no se deberá sólo al hartazgo de la población ante los gobernantes socialistas, sino a que la derecha se ha adelantado tímidamente a proponer que bajen los impuestos y a cuestionar siquiera marginalmente los dogmas del Estado de bienestar.
Ante el asombro de la izquierda, se ha abierto una brecha entre el pueblo y ese presunto amigo incondicional suyo, el Estado. Ésta es la condición necesaria para la reforma y a. ella apunta perceptivamente Javier Pradera. La condición suficiente será la comprensión, ausente en el artículo de Pradera, de que el Estado imprime una dinámica peligrosa a la sociedad y no la va a dejar de imprimir mientras campee el consenso de que en todos los problemas de la sociedad frente al Estado las culpas recaen sobre la sociedad.
es catedráfico de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid.
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