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Trampa y cartón

La generosa siembra de artefactos, cachivaches y mamotretos efectuada por los ediles del Partido Popular en las calles de la urbe constituye una habilísima y meritoria añagaza electoral, una maniobra de distracción digna de un estratega genial, una espesa y municipal cortina de humo que ha conseguido su ob7 jetivo primordial, cegar a sus rivales y azuzar a sus críticos para lanzarles sobre una pista falsa. Una jugada maquiavélica del seráfico Manzano que debe estar riéndose de lo lindo al ver cómo sus enemigos .han caído en la trampa y se refocilan, en vísperas de los comicios, ensañándose con estos señuelos dispuestos para tal fin sobre el campo de batalla, y mientras tanto se olvidan de los asuntos fundamenta les en los que debería centrarse la pugna electoral, de los problemas básicos de los ciudadanos madrileños y de la urbe, de la mala gestión, la corrupción, la especulación o la marginación.Aquello de la virgen monolítica que iba a reinar sobre el Retiro para alejar las malas- vibraciones del Ángel Caído no fue más que un ensayo. Ni un millar de vírgenes diseminadas por la ciudad, aunque llevaran en su pedestal contenedores de pilas o de cartones, habrían producido un efecto tan fulminante, una reacción tan virulenta y tan ingenua por parte de los opositores al equipo actual que gobierna el Ayuntamiento de Madrid.

Henos aquí, a un paso de las elecciones, enzarzados en una polémica ornamental y accesoria que divide a la ciudad en dos bandos irreconciliables, una de esas polémicas a las que tanto fruto le sacamos los medios de comunicación, reclamo que sirve para re llenar páginas y páginas de periódicos con artículos como éste, y minutos y minutos de radio y de televisión con opiniones, encuestas y tertulias. Los árboles no dejan ver el bosque, el nuevo mobiliario no sólo perturba la visibilidad del paisaje urbano, también interfiere gravemente en la visión que los madrileños tienen de los asuntos de su ciudad.

Bien está que, en momentos de bonanza, o de sequía informativa, las polémicas se centren en el diseño de las farolas de la Puerta del Sol, las orondas criaturas de Botero o la estili2ada Virgen del Retiro. En, este tipo de debates, el pueblo madrileño exhibe su proverbial humor: pone motes, inventa chistes y afila su ingenio en mil agudezas castizas. Son estas contiendas la sal de. la vida ciudadana y el pan cotidiano, de muchos cronistas como el que esto suscribe, pero hay momentos en los que una polémica sobre diseño, ornato y mobiliario puede resultar frívola y supérflua.

La aberrante estética del equipo del Ayuntamiento, que ha regado de estatuas liliputienses, monumentos absurdos y muebles infames la ciudad, no es má9 que el envase, la cáscara de una gestión que no ha solucionado ninguno de los problemas más acuciantes de la urbe y ha agravado más de uno. Es el momento de exigir cuentas y no de andarse por las ramas, aunque estas ramas se nos metan más de una vez en el ojo cuando salimos a la calle.

Si, por ejemplo, Madrid no es un absoluto desierto cultural no será porque - no lo hayan intentado con

cienzudamente los responsables del área. De las aficiones artísticas del elenco municipal sirva de botón de muestra la elección del último pregonero de los carnavales, el erudito y refinado artista jerezano Bertín Osborne. De las iniciativas por mejorar los pro blemas del tráfico sirva de patrón esa furia enterradora de automóviles que ha agujereado con túneles y aparcamientos la ciudad, contribuyendo a entorpecer, la circulación con interminables obras y sembrando de agujeros el paisaje urbano, agujeros que, los automovilistas persistirán en ignorar mientras puedan campar por sus respetos en dobles y triples filas, so bre* las aceras o en los pasos de peatones. De su preocupación por mejorar la seguridad urbana quedarán los continuos hostigamientos policiales a inmigrantes, gitanos y marginados en general.

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Álvarez del Manzano y sus colaboradores han gobernado Madrid con absoluta fidelidad al ideario conservador más cavernícola, favoreciendo a los ricos y a Ias gentes de orden", entre los que cuentan con sus más importantes reservas de votos, e ignorando, cuando no ofendiendo, a los más modestos, con una prepotencia que no han podido disimular algunos gestos demágógicos.

Personajes como el renegado Matanzo, o el general Monzón, sólo pueden medrar bajo los auspicios de los déspotas, fuera de cualquier marco democrático, y sólo la presión y las denuncias de los medios de comunicación consiguieron descabalgarlos de sus puestos. Ellos eran los mascarones de proa que afrontaban las oleadas' de la crítica mientras en la sala de máquinas se fraguaban maniobras más discretas, sospechosas operaciones inmobiliarias y turbias maquinaciones especulativas al socaire de la opinión pública. Tras la defenestración de Matanzo se impusieron en el Ayuntamiento nuevos modos más sutiles, sonrientes y aun faldicortos, un nuevo envase más atrayente para el mismo producto de siempre.

El nuevo mobiliario urbano no es más que la última guinda del pastel, con o sin publicidad institucional, los célebres cachivaches son adorno, rúbrica y símbolo de la forma de hacer del equipo municipal, huecos por dentro y falsos por fuera, un simulacro más en una larga lista de simulacros.

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