Por la senda de la discordia civil
Avanzamos de nuevo y a buen paso por la senda de la discordia civil. En efecto, algunos síntomas indican que, desde las últimas elecciones generales del 93 y a velocidad uniformemente acelerada, las fuerzas contendientes en la pugna política española abandonan el esquema civilizado, dentro del cual el adversario electoral es considerado, ante todo, un competidor necesario para su buen funcionamiento. Así, las reglas del juego dejan de ser defendidas por todos como una garantía recíproca y, en aras de seguir en el ejercicio del poder o de alcanzarlo, gana terreno el aventurerismo del vale todo, jaleado con entusiasmo parigual, tanto por los que se malician el regreso ingrato a sus labores como por los que ansían poner a prueba, sin más aplazamientos, su vocación de servicio.Se adivina, cada vez más, una regresión donde los otros contendientes adquieren el perfil del enemigo más hostil al que se ambiciona deshonrar y aniquilar, en lugar de reducir el número de sus adeptos a minoría social. Ese vértigo antagónico, tan español, esa sed insaciable de absoluto, tan católica, una vez interiorizada, es una formidable pértiga que permite, por ejemplo, saltar limpiamente desde la lectura de san Juan de la Cruz en el seminario o en el noviciado religioso hasta la primera fila del terrorismo etarra, para ensayar el disparo en la nuca o activar las cargas de explosivos en los coches bombas o donde haya víctimas por cobrar.En otras ocasiones los intentos asesinos o golpistas, más o menos logrados o malogrados, incitaban siempre a la reflexión de las fuerzas con responsabilidades políticas y abrían entre sus dirigentes y entre los medios de comunicación una tregua neutralizada durante la que se descartaba todo aprovechamiento de cualquier signo ideológico. El último miércoles, el fracasado intento de magnicidio ha nimbado la imagen de José María Aznar en sus vísperas cantadas, ha permitido, una vez más, comprobar cómo las actitudes sociales tienden a configurarse en relación con las expectativas de poder y ha demostrado cómo se han evaporado esos inteligentes hábitos de ahorrar la exhibición de diferencias y de preferir un frente unido contra los asesinos.Veníamos, venían nuestros mayores, de una guerra civil, donde ninguno de los dos bandos disparaba con mazapán, según recordaba en Cubas de la Sagra a sus 80 cumplidos Pablo Barrigüete esta pasada Semana Santa cuando resumía los tres años que pasó movilizado en zapadores. El final de las operaciones bélicas, el 1 de abril del 39, había instalado a. los sublevados en el orgullo de la victoria y había dejado en la humillación de la derrota y en el punto de mira de la represión a otros con igual título de españoles, los de la República. Casi cuatro décadas después, todo apuntaba hacia el nunca más y el rechazo a volver a las andadas propició la crecida de un consenso social favorable al intento dialogado de inaugurar la paz, a la que sólo se llegó con la Constitución de 1978, 39 años después de haber concluido la guerra.
Ahora, cuando se agitan de nuevo los fantasmas, se espera de los españoles que continúen prefiriendo la mansedumbre del diálogo al paroxismo exaltado, por muchos que sean los siglos de admiración que con ese recurso se haya granjeado por doquier el genio hispánico. Ahora, en su cuarto menguante, el poder socialista propende a reflexionar sobre la ingratitud y el abandono, mientras busca afanoso la prórroga y se aferra, llegado el caso, a una salida honorable. Entre tanto, los predestinados del PP se ven desbordados por la multitud de quienes acuden a ofrecerse solícitos en socorro del vencedor. Así las cosas, es urgente que en, Génova 13 se instale la prevención frente a tanto entusiasta. Ya advirtió Elías Canetti que el ambiente se hace irrespirable cuando todo se llena de victoria. O sea, que la de Gabriel Cisneros debería ser la última carta abierta a Ana Botella. Incluso en las apreturas triunfales habría que evitar la asimilación tergiversadora de gangas adheridas y, una vez comprobada la naturaleza corruptible de toda clase de militantes, conviene precaverse y evitar las sorpresas por todo lo previsible.
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