De la poda preelectoral
El Ayuntamiento de Madrid, en estas ya vísperas del sufragio municipal, ha querido seducir a sus potenciales. votantes instalando en la vía pública sus armarios, aparadores y trincheros (el llamado mobiliario urbano). Algunos de estos chirimbolos (pilas, botellas) son útiles, aunque. siempre excesivos y a veces embarazosos. Lo peor para mí no es eso, sino que, en el súbito afán de enamorar perdidamente a sus administrados, dicha institución ha decidido también exhumar la vieja, iconoclasta y brutal costumbre hispánica de la poda. ¡Craso error! Porque me consta que somos muchos todavía los madrileños con sensibilidad, sentido estético o, simplemente, sentido común, opuestos a tal práctica. En mi caso, por ejemplo, la renuncia de la actual administración municipal a dicho martirio consuetudinario, para árboles y administrados, era lo único que me predisponía a su favor.Llevo años besando (sólo espiritualmente, por supuesto) el suelo que pisa doña Esperanza Aguirre, y hasta condonaba otras acciones, sobre todo omisiones, del señor Álvarez del Manzano ante esta muestra de inteligencia y cultura. Pero seamos objetivos, que yo no escribo alentado por. sectarismo alguno reconozco que dicha poda ha sído tímida y hasta ponderada, si bien fluctúa, supongo que según la presunta alcurnia (u orientación política) del barrio. En algunas calles de Aluche se han pasado lo suyo. En Tetuán, según: calles Lope de Haro y Covadonga, poda respetuosa; calle General Varela (y eso que dicen que era del PP), poda severa. Y ahora mismo, a frondas crecidas, que es mucho más patético, le están pegando un buen vapuleo (selelectivo, parece) al argentino general Perón en su avenida. ¿Y la del paseo del Prado, también, selectiva, puesto que afecta sólo a la manzana del Museo? Bueno tampoco ha sido demasiado sal vaje, pero confieso que me deprimen esos árboles privados de sus frondas, con sus ramas verticales y al final truncadas, como lúgubres cirios, sobre todo porque éste es el paraje de España más visitado por cientos de miles de turistas y porque, contrastándolo con el bulevar de enfrente, tan umbroso como siempre (el paseo del Prado, cuidado tradicionalmente por el Botánico, era el único oasis en los tiempos de desolación), me invade la envidia. Así no hay quien vote al señor Álvarez del Manzano, y hasta dudo que pueda seguir amando eternamente a doña Esperanza Aguirre.-
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