El 'faraón' se despide de sus pirámides
François Mitterrand, consumido por su enfermedad, habla de los grandes monumentos que lega a la posteridad
Físicamente consumido, sostenido en pie por una voluntad que se diría mística, François Mitterrand es ya más espíritu que cuerpo terrenal. El viejo presidente apura su mandato y cincela cuidadosamente el perfil con el que quiere ingresar en su estimada historia. Ya todo son recuerdos. El viernes por la noche se despidió, en televisión, de las Grandes obras que lega al mundo: su pirámide, su arco, su biblioteca... "Amo la historia e inscribirme en la historia, en una cierta historia. Pero si apenas nos acordamos de Tutankamón, ¿qué se dirá del general De Gaulle, de Pompidou, de Giscard, de mí, y del próximo presidente, dentro de unos cuantos miles de años?", se preguntó Mitterrand.El programa extraordinario de Bouillon de culture (Caldo de cultura) se grabó el martes, y su presentador, el guru cultural Bernard Pivot, se declaró "Impresionado" por el "coraje físico" demostrado por el presidente durante los 80 minutos de conversación. Mitterrand estaba visiblemente transido por el dolor. El cáncer de próstata le obliga a un tratamiento de quimioterapia y le causa terribles sufrimientos.
El viernes por la mañana, horas antes de que se emitiera el programa, se rumoreó que el anciano líder francés había entrado en coma. La portavoz del Elíseo se vio obligada a desmentir: "El presidente no está hospitalizado". A juzgar por el aspecto y la gestualidad angustiosos de Mitterrand durante la emisión de Bouillón de culture, voz y manos temblorosas, ojos enrojecidos en una máscara cerúlea, se asistía a uno de los capítulos finales del largo adiós. Pivot le preguntó, de entrada, por su salud. La respuesta: "Hasta el mes de mayo, ya no muy lejano, hasta el 7 de mayo, es una cuestión de Estado. Después, será una cuestión privada. Intentaré resistir hasta entonces".
Tras esa referencia a su agonía, hizo un repaso a las Grandes obras, los monumentos que el faraón Mitterrand deja a la posteridad. Ningún político de este siglo habrá dejado tras sí un legado comparable al de Mitterrand. Materializar sus sueños en piedra ha costado casi un billón de pesetas. "Hay quien dice que ese dinero podría haberse gastado en viviendas sociales, y ésa es una tesis defendible", admite. "Pero la inversión efectuada será rentable gracias a ingresos culturales y turísticos, y contribuirá a la grandeza de Francia y de sus habitantes. Eso tampoco hay que olvidarlo", puntualiza. Una aclaración previa: "Yo no soy el autor de esos monumentos. Sólo he hecho lo necesario para financiarlos y llevarlos a cabo. No existe un estilo Mitterrand, lo cual he lamentado en ocasiones".
La reforma y restauración del museo, reconvertido hoy en Gran Louvre, fue el principio. En realidad, el Mitterrand que llegó al Elíseo en 1981 tenía ya una idea muy clara sobre sus proyectos arquitectónicos, y había pensado mucho sobre ellos. El 11 de mayo, al día siguiente de tomar posesión, creó una unidad especial, encabezada por Jack Lang, para impulsarlos. El Gran Louvre, dice, es "una cosa muy hermosa". La restauración de las fachadas, la redecoración interior, la reforma del entorno y la pirámide acristalada del arquitecto Ieoh Ming Pei han costado más de 150.000 millones de pesetas, y aún no está todo hecho. El faraón se siente orgulloso del resultado, y no le disgusta en absoluto la polémica creada por la construcción de una pirámide en el gran patio napoleónico: "Si hubo ofensa a un entorno histórico, fue pequeñita", sonríe trabajosamente la máscara. Fue ahí, bajo la pirámide, donde reunió, el 14 de julio de 1989, bicentenario de la Revolución, a los principales dirigentes del mundo. Aquel fue su 14 de julio, la fecha culminante de su carrera política, quizá de toda su vida. Hubo que desalojar del Louvre a los funcionarios del Ministerio de Economía, que ocupaban toda un ala.
Pese a la feroz resistencia mantenida entre 1986 y.1988 por el ministro de la época, Édouard Balladur, el ministerio fue desplazado a Bercy, donde creció, otro de los proyectos de Mitterrand. De ése no está satisfecho. Los nuevos ministerios de Bercy, con un coste superior a los 100.000 millones de pesetas, le recuerdan "un gran peaje de autopísta". "Pero, en fin", añade, "el arquitecto Chemetov me dijo que ésa era su imagen del Estado, sin grietas, sin vacilaciones. Y la gente que trabaja ahí parece bastante contenta".
Tampoco está satisfecho de la mastodóntica ópera de la Bastilla: "Habría preferido otro proyecto. Pero es el exterior lo más discutible, y yo lo discuto. La sala, sin embargo, es muy bella". Ni el edificio, que costó unos 70.000 millones de pesetas, ni la gestión artística encargada a Pierre Bergé, uno de los cortesanos mitterrandistas, convencieron demasiado. "Hubo errores", admite, lacónicó, el faraón.
El arco-arca de La Défense sí goza del plácet presidencial, como digno testimonio de la era Mitterrand ante futuras generaciones. "Esa gran perspectiva desde el Louvre hacia el oeste, pasando por el Arco de Triunfo, estaba prevista desde hacía muchos años", explica. "Según los antiguos planes, la avenida debería llegar hasta el mirador de Saint Germain [a una veintena de kilómetros de París]. Mi antecesor Georges Pompidou quería construir en La Défense, pero su proyecto bloqueaba la perspectiva. Yo decidí hacer un arco moderno, útil, como una ventana urbanística. Alguno de mis sucesores podrá continuar hasta el mirador de Saint Germain. El arco quedará como una puerta abierta hacia el futuro". El arco de La Défense fue encargado a un arquitecto semidesconocido, el danés Von Spreckelsen. El edificio, blanco, de gran pureza formal, con una nube de lona entre ambos pilares, alberga el Ministerio del Ambiente y otras oficinas. Costó unos 80.000 millones de pesetas.
El presidente insiste ante Pivot en que no todas sus Grandes obras quedarán en París. "Hay 36 en provincias", dice en un par de ocasiones. Pero la grandeza está en París. Más prodigios parisienses: la Ciudad de la Ciencia (120.000 millones) y el Museo d'Orsay (30.000 millones), ambos proyectos heredados de Valéry Giscard d'Estaing; la Ciudad de la Música (23.000 millones de pesetas); el Instituto del Mundo Arabe (obra del arquitecto Jean Nouvel, 10.000 millones, de los que 3.500 correspondían a donaciones árabes que jamás llegaron); el parque de La Villette (30.000 millones)... Mitterrand luchó ásperamente contra sucesivos ministros de Economía, para quienes "todos esos proyectos eran suntuarios y, por tanto, postergables. Para mí no eran suntuarios. Según mi idea, los grandes trabajos debían dar un nuevo impulso a Francia. Hubiera querido hacer más, muchos más. Y, con ellos, procuré trabajo a 2.000 personas cada año, especialmente a artesanos", se justifica el faraón, antes de hablar de su último y más querido proyecto, la recién inaugurada Muy Grande Biblioteca. Un inmenso mausoleo junto al Sena, con cuatro torres en forma de libros abiertos al cielo, con capacidad para 40 millones de tomos y un coste cercano a los 170.000 millones de pesetas, más 30.000 millones anuales para el mantenimiento.
¿Le gustaría que la inmensa biblioteca llevara su nombre? Mitterrand, hombre de letras, enamorado de los libros, titubea: "No me importa lo que ocurra cuando yo ya no esté aquí", responde, hosco. Pivot insiste. "Hoy por hoy, la respuesta es no", concluye el presidente. Pivot le pregunta a Mitterrand por su palabra preferida: "Vida". Para terminar, hablan de Dios y de religión. El faraón vuelve a declararse agnóstico. Si Dios existe, inquiere Pivot a Mitterrand, ¿con qué palabras le gustaría que le acogiera? "Al fin sabes...". Y concluye: "Espero que Dios añada: 'Sé bienvenido'".
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