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El 'agnóstico' François Mitterrand reconoce que se ha pasado la vida buscando a Dios

Enric González

François Mitterrand ha repetido muchas veces que no escribirá un libro de memorias. Pero en el tramo final de su mandato, aquejado de un cáncer de próstata que proyecta un gran interrogante sobre su futuro, Mitterrand ha hablado prolijamente de sus recuerdos y de su vida. La última confesión, la más íntima hasta el momento, queda recogida en un libro que se publica hoy en Francia. Memoria a dos voces, conversación con el escritor judío Elie Wiesel, gira en torno a Dios, la fe y la moral. Mitterrand, que se define como agnóstico, reconoce, en realidad, que se ha pasado la vida buscando a Dios, se proclama "espiritualista", dice que reza con frecuencia y habla de su interés por la mística.

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Pecado de juventud

Elie Wiesel, escritor judío nacido en Rumania en 1928 y ciudadano estadounidense desde 1963, premiado con el Nobel de la Paz en 1986 y amigo personal de Mitterrand, ha sido el receptor de las confidencias del viejo presidente. La conversación entre ambos se articula en seis pasajes (Infancia, Fe, Guerras, Escritura, Poder y Momentos), de los que el segundo es con mucho el más amplio y revelador. De su infancia, que define como "muy feliz", Mitterrand recuerda sobre todo la fe católica, la lectura y la muerte. El fallecimiento de un compañero de juegos y el de su abuela, que le conmocionó especialmente, le vincularon para siempre a los muertos: "Me dije que hacía falta, en vida, ser fiel a los muertos. A menudo me juraba que no pasaría un día sin que los recordara. Y he cumplido, más o menos, el juramento. Cada noche consagro un rato a la reflexión. No olvido a nadie que me haya rodeado, que me haya acompañado, incluidos aquellos a quienes no me unían lazos afectivos fuertes. Siempre he tenido la sensación de ser la tumba de los recuerdos. Pensar en los muertos es asegurar la supervivencia de aquellos a quienes se ha amado, con la esperanza de que otros lo hagan por uno. Es un deber de rnemoria".Mitterrand se define como agnóstico". "No sé si sé, no sé si no sé: eso no puede llamarse fe", dice. "Pero usted dijo un día", le recuerda Wiesel, "evocando su infancia: 'El tiempo y las cosas hablaban de Dios como una evidencia". "Es cierto", responde. "He experimentado esa clase de certeza. Si se trata de la idea de un principio, por no hablar de un Dios, que ordena las cosas, yo diría, en mi agnosticismo, que si me inclino de un lado, es siempre de ése. Sin embargo, no soy practicante y desconfío de los dogmas".

El presidente francés señala que perdió la fe durante la guerra y el cautiverio, pero no su interés por la mística. Sigue leyendo sobre Santa Teresa de Ávila, San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz "e incluso la pequeña Teresa, Santa Teresa, de Jesús

[como llaman los franceses a Santa Teresa de Lisieux]", y afirma que la ciencia puede explicar el cómo del mundo, pero no el por qué. "¿Siente a veces la necesidad de: rezar?", le pregunta Wiesel. "Me ocurre a veces", responde: Mitterrand, "pero a mi manera. No me dirijo a nada en particular. Creo que se tiene la necesidad de rezar, es decir, de buscar una comunicación con el pensamiento". %Cuándo fue la última vez?", inquiere el escritor. "No sabría decirle", responde el presidente. "Todo depende del sentido que se dé a la oración. Si se trata de dirigir el pensamiento hacia una fuerza superior y, en el fondo, desconocida, eso me ocurre con frecuencia. Quizá no sea muy razonable, pero mi educación me lleva a ello". Y añade: "Si se trata de recitar palabras memorizadas para implorar una intervención divina, comunicar con un mundo trascendente, entonces sí, a veces rezo, repito esas palabras, por costumbre, por educación, a veces incluso por necesidad. Pero no rezo como hombre de fe, con el sentimiento de comunicar, de ser escuchado". Cuando su interlocutor vuelve a preguntarle por su fe, parece incómodo: "No hable de mi fe. Me hago preguntas como muchísima gente y, se lo repito, tengo una cierta tendencia espiritualista".

Respecto al Antiguo Testamento, Mitterrand expresa su desagrado por el profeta Jeremías, "un llorón, un caradura, un poco colaboracionista

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[con los asirios], ambicioso", y su aprecio por Saúl y, sobre todo, por Moisés, "un gran hombre".

Tras largas disquisiciones sobre el sentido de los textos bíblicos, su relación con la historia judia y sus añadidos posteriores, habla de Jesucristo: "He leído todo lo que se podía leer sobre él: históricamente, creo en la existencia de Cristo. Y creo que un hombre puede asumir ese papel. Está dentro de sus posibilidades. Santo o héroe, existen bastantes hombres inspirados como para aceptar morir por la salvación de otros hombres". Y agrega, sobre el Sermón de la Montaña, el de las bienaventuranzas: "Es uno de los más bellos textos que conozco. ¡Piense que Jesucristo pronunció esas palabras hace unos 2.000 años y que, en el fondo, nada ha cambiado!"

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