Washington y París juegan a la guerra fría
El cuartel general de las Fuerzas Populares de Defensa, las llamadas milicias islámicas que agrupan a miles de voluntarios sudaneses que se renuevan sin cesar para luchar en la yihad (guerra santa islámica), está levantado a las afueras de Jartum, en un descampado polvoriento y achicharrado por el sol, junto al club social de la empresa Shell. El brigadier coronel Abd Elmageid Mahmud Mohamed, de 46 años, su jefe, salta como un resorte y, entre risas, proclama: "¿Acaso puede ser éste el centro del terrorismo mundial? En este edificio de mala muerte". Elmageld Mahmud acusa a Estados Unidos de armar a las guerrillas cristianas del sur de Sudán a través de la frontera con Uganda.Tras la voladura del mal llamado socialismo real, dos potencias aliadas, Francia y Estados Unidos, juegan su propia guerra fría en África. Sudán es la penúltima casilla después de haber identificado los cerebros de Washington al nuevo enemigo: el islamismo radical. El pretexto se lo facilitó Jartum al apoyar a Bagdad en la cruzada de la guerra del Golfo. Washington sacó a Siria (nuevo aliado frente a Irak) de la lista negra y apuntó a Sudán en agosto de 1993, y eso cuando el régimen acababa de liberalizar la economía, cumplir las indicaciones del Fondo Monetario Internacional, abrir el diálogo con las iglesias y levantar el toque de queda en la capital.
Un año después, en agosto- pasado, la diplomacia francesa y sus servicios secretos, que siempre han preferido la influencia política y económica a cambio de cerrar los ojos en cuestión de derechos humanos, movió ficha. Jartum le entregó al terrorista Carlos. Elmageid Mahmud, enmascarado tras una carcajada delatora, dice que Sudán no recibió nada por el favor. Pero informes fidedignos dan cuenta de que París ha facilitado a Jartum fotos de satélite de las posiciones de la guerrilla sureña y ha prestado aviones para transportar tropas a retaguardia del enemigo.
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