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Grúa para todos

-¡Esto es un atraco! -Vaya, hombre, bien empezamos el día. Y toda vía no son más que las diez y media de la mañana -meditó Magdalena para sus adentros. Evitó dejar traslucir su cansancio, no exento de aburrimiento, pues no quería empeorar las cosas. Llevaba ya tres años trabajando en el centro de recogida de vehículos (vulgarmente llamado "la puta grúa") situado en la calle Alfonso XIII, sección atención / desesperacion del cliente. Suficientes meses como para haber desarrollado un afinado sexto sentido por el que reconocía con prontitud al personal que circulaba diaria mente por aquella pequeña oficina. Esta vez se en contraba ante un hombre de unos 45 años, pelo cano so y ligeramente bronceado. ¿Golf, esquí, rayos UVA, descapotable; quién sabe? Miró a Conchi, su compañera, un poco mayor que ella y de la que había aprendido no hacía mucho el petit point, relajante especialidad de punto muy recomendada por la división psiquiátrica de la compañía para todos aquellos que trabajaban de cara al público.

-Tipo 3 -susurró a su cómplice. Habían configurado un código secreto entre ambas por el cual de finían con un simple número a los siempre injusta mente damnificados usuarios de vehículos que ha bían visto alteradas sus apacibles existencias al per catarse que su inseparable compañero de cuatro ruedas se había esfumado como por arte de magia. El tipo 3 era de los más peligrosos. Buena apariencia física, cuidada vestimenta y en los primeros instantes agradables maneras. Pura fachada. Según se van de sarrollando los trámites, entra en calor y empieza a despotricar.

-No hay derecho. Esto es ilegal. Señorita, ¿cómo puedo evitar esta injusticia?

-Mire usted -intentó Magda, ser amable-, puede recurrir la multa, pero para sacar el coche de aquí debe abonar la tarifa por el servicio de grúa.

-¿Cuánto es?

-Algo menos de 19.000 pesetas.

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-¡Diecinueve mil pesetas, qué barbaridad! -enrojeció de ira el tipo 3.- Pero si sólo me he bajado del coche cinco minutos para recoger una bolsa de palos de golf, que tengo partido en la Moraleja. Y además, el coche no estorbaba a nadie.

Magdalena, ni se molestó ya en contestar. Sabía de sobra que cualquier explicación, incluida la denuncia de la Policía Municipal, donde se especificaba que el automóvil, un BMW blanco, se encontraba aparcado en el carril bus de la calle Raimundo Fernández Villaverde, era inútil. Había que aguantar -una vez más el chaparrón.

-Esto lo pongo en manos de mi. abogado. Por Dios que no queda así. Que saque el Ayuntamiento dinero de otro sitio, no. de gente que trabaja duramente 14 horas al día como para perder casi veinte mil pesetas en un momento. ¡Esto es un atraco! -insistió a grito pelado el ilustre personaje, mirando hacia atrás buscando la conformidad de otros pobres ultrajados y su admiración por la valentía que estaba demostrando encarándose con los opresores.

Y a fe cierta que aquella mañana, como casi todas las mañanas, los había a pares. Detrás del tipo 3, un claro exponente del tipo 6. Ingenuos y más apacibles, son de los que piensan que la posible decisión de cobrar o no el servicio de grúa está en manos de gente como Magdalena o Conchi, por lo que les cuentan su desdichada vida a ver si cuela.

-Mire usted, yo soy representante de ropa, y claro, por mi trabajo debo estar todo, el día de un lado a otro. Me encantaría meter el coche en parkings siempre, pero estará de acuerdo conmigo que a veces no es posible. Deberían hacer más. Hoy tenía una urgencia y lo he tenido que dejar en una esquina. No molestaba a nadie, pero, joder, se lo han llevado en cinco minutos. ¿Me puedo llevar el coche y venir a pagar otro día? Se lo juro.

La fila de Conchi no era mejor. La componían una señora tipo 2 de avanzada edad que había ido a buscar a su nieto a la salida del colegio; un repartidor de bebidas tipo 10, propietario de una furgoneta y con una cara de cabreo de asustar, y un estudiante tipo 5, que no apartaba la mirada del cartel de tarifas, donde estaba escrita la mágica cifra de 18.750 pesetas. Parecía que en cualquier momento se iba a echar a llorar suplicando que no tenía un duro, y además, el coche no molestaba a nadie y se lo habían llevado en menos de cinco minutos. Y encima no le había dicho a su padre que le había cogido el automóvil.

Entonces entró un hombre como de 40 años, guapo y atlético. Parecía tener prisa, pero tuvo que esperar, inquieto, que le llegase el momento. Después de 15 minutos, una docena de juramentos y una amenaza del tipo 3 ("que se olvide el señor Álvarez del Manzano de mi voto"), le atendió Magda. Su cara le resultaba familiar, pero no acertaba a saber de quién se trataba. Es un tipo 1, seguro. Carrascal no era, se dijo mirándole la bonita y elegante corbata.

-¿Marca de coche y matrícula?

-Aston Martin, 4572JMB.

-¿Nombre?

-Bond, James Bond.

-La grúa, como Hacienda, es igual para todos Por lo menos en Madrid -confirmó orgullosa Magdalena, mientras, ligeramente ruborizada, le pedía un autógrafo. Una vez su héroe había satisfecho las 19.000 pelas de rigor, por supuesto.

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