"La esquizofrenia en un ingeniero no es como en un parado"
Presidente de la Asociación española de Neuropsquiatría y director desde hace nueve años del Instituto Psiquiátrico José. Germain de Leganés (Madrid) Manuel Desviat (Cuenca, 1943) es uno de los ideólogos de la reforma psiquiátrica que intentó acabar con los manicomios salvajes y sustituir el estigma social de la locura por la solidaridad comunitaria.Ahora, esa reforma está a punto de cumplir 10 años, y Desviat ha escrito un libro - La reforma psiquiátrica (Ediciones Dor)- que explica los desafíos que afronta el tratamiento sanitario de ese 20% aproximado de la población que tiene problemas mentales.
Pregunta: ¿Cómo nació la. reforma psiquiátrica?
Respuesta. Surgió de una necesidad, cerrar los manicomios, y de una complicidad: poder elegir el nuevo marco desde donde seguir atendiendo las enfermedades mentales. Había que crear un nuevo espacio en el que escuchar al mayor número de pacientes posible. Debía ser un medio lo más normalizado posible, cercano a la asistencia primaria y al usuario... Por otra parte, teníamos que usar todas las técnicas que maneja la psiquiatría moderna porque no había excusas económicas, ni médicas, para no hacerlo. Otro criterio decisivo fue la discriminación positiva: el enfermo más grave es el que más se atiende. Muchas veces la sanidad pública se deja seducir por los -cientes bonitos, los que seran pronto, pero hay pacientes incómodos, que no se lavan, y a esos es a los que más esfuerzo hay que dedicar.
P. La reforma perseguía mejorar el concepto social de la enfermedad mental ¿Lo logró?
R. Sí.
P. Pero hay voces que dicen que el Estado se limitó a pasar el marrón a las familias.
R. Las familias deben ayudar en el proceso de tratar a los enfermos, pero no pueden ser condenadas a ser responsables únicos. Es la comunidad, la propia sociedad organizada, la que debe cuidar de uno de nosotros que ha caído enfermo. Eso, claro, en un sistema solidario, no digo en otro sistema... Pero para que ese sistema se legitime, tiene que ser eficaz.
P. Diez años después, ¿se han cumplido los objetivos de la reforma sanitaria?
R. Se ha avanzado mucho, se ha roto con el monopolio de una medicina hospitalaria, de élite, pero queda mucho por hacer. Tal vez lo que más falta es que la sociedad asuma mucho más el protagonismo de la sanidad pública, que pierda la pasividad, que se rebele contra la desigualdad de que el médico maneje una jerga que manipula al paciente. Lo que hace falta son pacientes más cultos, que sean capaces de exigir que su médico no se limite a darles una pastilla. Y que los profesionales asuman que son funcionarios al servicio de la comunidad.
P. Pues suelen más bien parecer dioses.
R. Como los jueces, sí. Pero los psiquiatras, acostumbrados a escuchar a los pacientes, debemos enseñar a la medicina a tratar al enfermo como a un ser humano que tiene sentimientos: debemos aportar la antropología del ser humano.
P. ¿Tiene clases la locura?
R. No es patrimonio de los pobres, pero, primero, se notan más, y, segundo, en esta vida todo es un problema de recursos: no es lo mismo que te dé una esquizofrenia siendo un ingeniero de caminos -siempre podrás ser un ingeniero raro-, que siendo un parado de 17 años, porque es muy fácil que acabes siendo una persona muy invalidada. El factor social es determinante en el pronóstico, más que en las posibilidades de caer enfermo. Si uno se encuentra mal y tiene dinero para que alguien le escuche, se encontrará mejor. Así que lo público debe garantizar la equidad, que todo el mundo tenga acceso a todos los tratamientos.
P. ¿También al psicoanálisis?
R. Todas las escuelas son importantes. Sin Freud, como sin Marx o sin Hegel, el mundo se entendería peor. El psicoanálisis impregna nuestra época.
P. ¿Se usa en Leganés?
R. Usamos todas las técnicas, cada una allí donde se necesita más. Los pacientes muy deteriorados solían recibir mucho cariño, mucha compañía, y técnicas psicoanalíticas a las que no respondían. Ahora utilizamos terapias psicoeducacionales, programas de rehabilitación más conductistas, y mejoran bastante.P. Eso queda muy lejos de los electroshocks.
R. Y de las consultas de la seguridad social en la que no tenías tiempo ni de verle la cara al paciente. La nueva ley mejoró mucho la situación de los derechos del enfermo, ahora es muy difícil cometer barbaridades como antes.
P. Según cuenta en el libro, el Mayo francés influyó mucho en la reforma española.
R. Toda la corriente contra cultural tuvo importancia, porque rompió los límites entre razón y sinrazón, entre locura y cordura. Mayo multiplica la antipsiquiatría, surgen ideas que cuestionan la familia: la pareja, el estado, el individuo, y subvierten los valores sociales.P. ¿Y qué quedó de aquello?R. Quedó un poso muy importante: hizo que el ciudadano se interrogara sobre la locura, flexibilizó el concepto. A partir de eso, lo que se plantea en los años 70 es que unos quieren hacer la reforma y otros quieren hacer radicalismo. En los 80, sabemos ya que el problema no desaparece quitando los manicomios, que hay enfermos a los que hay que seguir atendiendo, a algunos, seguramente hasta que se mueran. Y sabemos también que hay que crear un abanico amplio de espacios, porque hay necesidades muy dispares: residencias, hospitales-día, centros de día, pisos...
P. ¿Es ese sistema más caro que los manicomios?
R. En absoluto, al principio no recibimos ni un duro... Luego sí, porque éramos más creíbles, la historia empezó a interesar más, era una cosa que incluso se podía enseñar.
P. Parece la panacea, pero ¿no es Leganés una isla?
R. Fuera de aquí la situación no es tan buena.
P. ¿Mantendrá la derecha, si llega al poder, la reforma?
R. No sé lo que harán, pero sí creo la sanidad debe ser objeto de un pacto de Estado.
P. ¿Sigue pensando que la psiquiatría es una solución?
R. Sirve siempre que se tome con humildad, que perdamos la omnipotencia que nos ensenaron a tener. El objetivo, para ser eficaces, debe ser tan simple como conseguir que la gente viva con el mayor nivel de autonomía posible en un medio digno. Aunque sea con muchas muletas. Sin idealizarla, sirve.
P. ¿Cuáles son los retos del futuro?
R. La cuestión fundamental es mejorar en el conocimiento de la calidad subjetiva de vida del paciente crónico, saber qué es lo que le interesa, y adaptar con flexibilidad los programas terapéuticos y educacionales a esos intereses.
P. ¿Existe la locura moderna, cambia en el tiempo?
R. Los cuadros piscopatológicos siguen siendo los mismos, pero ha cambiado la expresión. Ya no hay grandes ataques histéricos, son considerados una cosa muy burda y sólamente se dan ya en los sitios poco avanzados, en zonas muy rurales. Los cuadros se manifiestan ahora en pequeños síntomas, pequeñas molestias múltiples. Cuando yo empecé se deliraba con -la guerra civil, ahora deliran con la ciencia ficción, con la violencia...
P. ¿Hablan los locos españoles de Roldán?
R. Claro, hablan de lo que todo el mundo, es fácil encontrar gente que te diga: 'Quiero convertirme en Roldán lo antes posible, por favor'. El problema es que vivimos una época sin, opinión, y que una sociedad idiotizada es una sociedad enferma.
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