_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La película del rey

Vicente Molina Foix

Mucho se ha escrito sobre el carácter de "obra de arte total" de la boda, pero ya que el evento perteneció no sólo al reino habitual de las nueve Musas (hubo Danza, mucho Teatro, Música azul celeste, gestos de Astronomía, entrada en la Historia, y Poesía eres tú) sino más específicamente al séptimo arte, me voy a permitir -por un día- usurpar la función de los críticos de cine que comparecen regularmente en esta página, aprovechando en mi juicio estético la distancia que permiten el repetido estudio del vídeo, la reflexión con la almohada y el examen de la literatura secundaria generada.Lo primero que hay que establecer, siguiendo en esto las más modernas teorías gramatológicas del medio, es el género del producto, y a ese respecto creo que no hay dudas: la boda fue un musical, y no sólo en la banda sonora. Las bodas reales, como todas las ceremonias que se precien, llevan música, y precisamente la revista Tiempo nos lo recuerda esta semana ofreciendo un muestreo de cinco grandes bodas en compact. El disco es útil a efectos de comparativismo patriótico. La reina Sofía es una melómana, pero yo soy un mitómano, y no me quedé muy contento con su germanofilía musical (predominio de Mozart, Haendel y Bach, frente a dos momentitos de Cabezón y Vitoria). Carlos de Inglaterra hizo para su enlace un excelente programa casi exclusivamente británico, y Grace Kelly, pese a su pasado, no recurrió a

Rernard Herrmann u otros compositores de Hollywood para la boda de su hija Carolina, sino que eligió, no existiendo la música monegasca, música francesa. Menos mal que los sevillanos pusieron al final, con la preciosa Salve rociera del Salvador, el contrapunto autóctono, recordando que no nos falta -desde Florián Rey a Carlos Saura- un cine musical saleroso y gitano.

La musicalidad de la peli vino también por su ambientación, por su decorado, hasta por el clima radiante de su único día de rodaje. Los gallardetes rojos: vaya camelot, pero la concejala de IU que dio con la ocurrencia tendría que ser más cinéfila; las luces verdes del interior del templo parecían un homenaje del clero a la irrealidad electrónica del Corazonada de Coppolá, pero quien sí hizo un guiño fue nuestra realizadora Miró: al genial Busby Berkeley en los grandes picados de cámara sobre la infanta y su cola.

El vestuario, sin embargo, funcionó un poco manga por hombro. La que mejor vendió el género -musical, me refiero fue Agatha Ruiz de la Prada con su canotier estilo Maurice Chevalier, pero a mí me defraudó que la ministra de Cultura no llevase, viniendo de donde viene, un tocado frutal a lo Carmen Miranda. Debería tomar ejemplo de la Gran Duquesa rusa, quien, pese a no haber un musical estrictamente eslavo, se presentó con atuendo de cine: tipo Iván, el terrible.

Abundante diálogo

El guión no es el fuerte del musical. El tema de la obra, romántico-lujoso, era sabido, pero la gran sorpresa fue la abundancia de diálogo de sus dos protagonistas, algo nunca previsto ni en el protocolo ni en el género. La reina (lo dice una revista del corazón, y ellos saben de esto) ordenó que esos diálogos no los oyera el espectador, pero ¿han quedado grabados? Tiempos más curiosos nos permitirían así comprar en láser disc "La boda Elena-Jaime. El montaje definitivo, con las escenas antes suprimidas".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Dejo para el final la interpretación. Los figurantes, espontáneos, gratuitos, auténticos: nadie hace mejor en pantalla de sevillano que un sevillano. En los actores de carácter ya pongo más pegas: los duques de Alba llegaron demasiado pronto al plató, y envarados, y monseñor Amigo, que el día antes amenazó con ser el malo de la película, acabó por ablandarse. El cabildo en la puerta, bien (¿pero a qué ese beso de un canónigo a Felipe González?). En los primeros papeles, incluídas sus majestades, aprecié falta de método, y no quiero decir el de Stanislavski. Hubo un algo de impaciencia, barullo y campechanía que acababa acercándoles a nuestro amado cine de comedia con Pepe Isbert y Tony Leblanc. El príncipe Felipe, eso sí, en su punto. Con la infanta recién casada allí estaba, aguantando las miradas de medio mundo y de unas cuantas princesas casaderas. Pero eso será otra película: Siete novias para un hermano. de los tiempos

PATXO UNZUETA

La noche del día en que se había sabido que los papeles de la extradición de Roldán eran falsos, un dirigente de Herri Batasuna era entrevistado en la televisión vasca. Tras reiterar que las condiciones para la paz eran el reconocimiento de la integridad territorial vasca -es decir, la integración de Navarra en Euskadi- y del derecho de autodeterminación, el político abertzale fue invitado a comentar la noticia del día. El enredo de los papeles de Laos, vino a decir , confirma que España es un país impresentable, de charanga y pandereta, y nos reafirma en nuestro deseo de separarnos de él.

Argumentos similares utilizaron hace un siglo Sabino Arana y sus primeros seguidores. Uno de ellos, Engracio de Aranzadi, escribía, en un artículo publicado en julio de 1895 bajo el título de "Vengan escobas", lo siguiente: "España sometió a nuestra patria contra toda razón, contra toda justicia, contra todo derecho. Pero ¡qué entienden ciertos pueblos de razón, justicia y derecho cuando su cultura y civilización están a la altura de los seres animados más inferiores!" Ese autor, el más próximo al fundador, renunciaría años después a esa intransigencia doctrinal y acabaría convirtiéndose en el principal impulsor del giro reformista que culminaría en la adopción por el PNV de la política autonomista.

Lo extraordinario es la persistencia, un siglo después, de ese discurso banalmente antiespañol y que sean quienes se presentaron como renovadores del mensaje nacionalista tradicional los que lo encarnen con más propiedad. Para mayor paradoja, el dirigente de HB entrevistado por Euskal-Telebista procede de la extrema izquierda grupuscular, especialista en los años setenta en desenmascarar el fondo racista del aranismo. Fueron esos sectores los que introdujeron en el nacionalismo vasco el mito de la autodeterminación, término que entonces suscitaba gran desconfianza en los medios abertzales: ellos lo que querían era la independencia.

Ahora, sin embargo, ningún nacionalista dejaría de sentirse ofendido si alguien dudase de su autodeterminismo. En una encuesta realizada en 1990 por los profesores Ferrando, Beltrán y Aranguren, el 48,3% de los vascos se declaraban partidarios del reconocimiento de la autodeterminación. Pero que ésa sea desde hace algunos años la respuesta políticamente correcta de los nacionalistas no garantiza que tengan una idea muy precisa de lo que significa. De hecho, ese porcentaje es mucho mayor que el de quienes se pronuncian abiertamente por la independencia (entre el 20% y el 30%, según las encuestas) o el de los que votan por los partidos independentistas.En abril de 1790, unos campesinos revolucionarios, desconfiados ante la elegante ropa que vestía un hombre que pasaba por sus campos, conminaron al gentilhombre a gritar Vive la nation!"; a continuación le pidieron tímidamente: "Ahora explícanos qué es la nación". Los nacionalistas no sólo evitan cuidadosamente incluir la reivindicación de la independencia en sus programas electorales, sino que se resisten a explicar las consecuencias políticas del ejercicio de la autodeterminación. A saber, la secesión de los territorios que voten a favor. ¿Qué territorios serían ésos en la práctica? ¿Cúales serían las consecuencias de tal decisión para una economía que depende del mercado español en un 52,3% en ventas y un 46,3% en suministros? Eso de que, "si no nos compran en Burgos, ya nos comprarán en Luxemburgo" ¿lo repetiría el portavoz del PNV, Joseba Egibar, en la Cámara de Comercio de Bilbao o en una asamblea de empresarios del Goierri?

Pero, además, esa idea de que la Constitución de un estado democrático pudiera incluir el reconocimiento del derecho de secesión es tan descabellada como la de que proclamase el derecho a hacer la revolución: tal vez haya que hacerla, pero no es realista pensar que vaya a ser el propio estado a destruir quien invite a ello.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_