Traca en Paris
Los responsables de la seguridad europea siguen sin resistir a las tentaciones de la grandilocuencia. Sólo así se explica que no les asaltara cierto pudor al reunirse en París para firmar nada menos que un pacto de estabilidad para Europa. A 52 pares de manos, que tantos son los ministros de Exteriores de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OCSE). Con tan solemne denominación, tanto participante y consenso semejante, podría pensarse que los males europeos han encontrado remedio.Pues no. Se trata de un espejismo, digamos que inducido. Los ministros de Asuntos Exteriores reunidos en París no saben qué hacer para evitar que las relaciones en el Viejo Continente sigan pudriéndose. Lo intentan disimular repitiendo ceremonias de antaño. Con candidez los más sonrientes y poco advertidos, con cierto cinismo los menos ilusos, han acudido a la capital gala a conjurar fantasmas. Y a Paris siempre le ha encantado ser sede de "acuerdos históricos", incluso cuando éstos corren peligro de tener menos valor que una promesa en los Balcanes. Pero lo malo no es que la reunión de los 51ininistros sea inútil en sí. Lo han sido varias en este último lustro. Ni que el anfitrión se dedicara en su discurso a autofelicitarse y a lanzar como gran idea de estadista en campaña electoral a la presidencia de Francia la necesidad de una defensa común europea. ¡Solución imaginativa, vive Dios!
Lo malo y peligroso es que los intentos de compensar con imágenes televisivas -de banderas, mesas redondas y ministros llegando a las salas de plenos- la ausencia de pasos concretos y una política de seguridad definida amenazan con dinamitar la poca fe que los ciudadanos europeos aún puedan tener en la diplomacia multilateral. E impiden las medidas reales necesarias para hacer frente a los muchos peligros y enemigos que la. sociedad libre tiene en Europa y, por cierto, no del todo ausentes éstos de París.
¿Se acuerdan de la magna conferencia de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, con los jefes de Estado y Gobierno en gran foto de familia europea unida por los mismos valores? Corría el año 1990. Firmaron todos la Carta de París para una nueva Europa. Queda recomendada su lectura tanto para quien quiera reír como para el que desee llorar. Se congratulaban de todo entonces los líderes de este continente y se comprometían a la armonía y el escrúpulo en la defensa de todos los derechos habidos. "Afirmarnos que la identidad étnica, cultural, lingüística y religiosa de las minorías nacionales será protegida". "Garantizaremos que todo el mundo pueda interponer recursos efectivos contra la violación de sus derechos".
Se comprende que los organizadores de esta traca de optimismo europeo hayan preferido no invitar a una delegación de Bosnia-Herzegovina. Porque en París se ha vuelto a hablar mucho de la necesidad de respetar a las minorías y de defender las fronteras. Que no se preocupe Kozirev, nadie tratará en los países bálticos a la minoría rusa como si fueran chechenos. Pero nadie ha dicho cómo se van a hacer respetar y defender en caso de que alguien, por un motivo u otro, los ataque. Y dado que ahora, aquí, en Europa, hay casos en que han sido violados todos los derechos de individuos, de minorías y mayorías y de fronteras, territorios, etnias, Estados y religiones, alguien quizá todavía esperaba que alguien clamara contra la impunidad del crimen. Pero no.
Se supone que la OCSE se enfadará con los agresores. Si son pequeños. Como no lo sean, nadie se engañe, nuestros ministros conseguirán culpar al agredido de su suerte Porque no hay voluntad para defender los principios cuya apología en salones parisienses es gratis. Y mientras eso sea así y exista un vigoroso precedente de violación impune y culminada en éxito de todos estos principios de la con vivencia entre Estados libres y civilizados, todos los acuerdos sobre minorías y fronteras desde el Rin a los Urales son y serán papel mojado.
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