_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sueño de invierno

Hace unos días, a eso de las cuatro de la madrugada, me desperté trémulo y sonado, aquejado por serios amagos de vómito; y supongo que también algo ojeroso y demacrado. Acababa de vivir una pesadilla tan brutal, tan descarnada y feroz, que ya me hubiera gustado ver a Sigmund Freud en su consulta vienesa tratando de analizar mi caso. Quién sabe si la sobrecarga no le habría obligado a jubilarse con veinte años de antelación.Me explicaré: iba servidor caminando por un interminable pasillo del Ayuntamiento de Madrid cuando de repente se abrió una puerta a mi derecha (bien a la derecha) y un golpe de viento me introdujo en un recinto bañado de luz azul: una sala tristísima, gigante, con techos altos y esquinas en la sombra. Al fondo, sobre un estrado de madera, una silueta me hacía signos imperiosos para que me acercara a ella; y aunque yo ya sospechaba algo raro, no pude evitar sentirme arrastrado por la orden.

Paso a paso, tragando con dificultad, fui aproximándome a la tarima, primero con reserva, luego con recelo, más tarde con aprensión, y por fin, cuando ya no había modo de reaccionar, con un terror indescriptible; porque aquella figura correspondía a uno de los personajes que más pavor ha llegado a producirme en los últimos tiempos: Ángel Matanzo. Sí. En persona. Y por si fuera poco, y anticipándose a la entrada en vigor de las nuevas normas legislativas, se disponía a casarme en el acto con Mercedes de la Merced.

Naturalmente, mi primer impulso fue dar media vuelta y poner pies en polvorosa, ya que, además, el alcalde Manzano se reía desde lejos y me mostraba un par de temibles colmillos. Pero ya se sabe cómo son las pesadillas: a veces, cuando más se necesita la agilidad, de repente el aparato locomotor se te encasquilla y parece como si el mundo se obstinara en frenar la soltura de nuestros movimientos. No obstante, gritando como un poseso, logré alcanzar la puerta de salida justo en el mismo momento en el que el monstruo procedía a lanzarme un hacha y a seccionarme la oreja izquierda de cuajo. Y aunque lo habitual en estos casos suele ser soltar un par de alaridos, crispar el gesto y despertarse en busca del oxígeno, ¡que si quieres arroz, Catalina!: nada más llegar al pasillo, otra figura, ésta con sotana y caperuza picada, se interpuso en mi camino y me obligó a acompañarla hasta un confesonario. ¡Cáspita!, se dirá confundido el lector. Y con razón. El caso es que no pude distinguir bien las facciones de aquel pollo, aunque, eso sí, su rostro me resultó vagamente familiar. En el acto fui obligado - a arrodillarme frente al ventanuco del confesonario, y pese a que se suponía que yo era el que debía exponer algo, fue el sacerdote quien comenzó a disertar sobre asuntos extrañísimos; cosas, creo recordar, relacionadas con Juan Barranco, el Gobierno y con los socialistas en general. Su tono era hosco y cerrado; hostil, incluso; y se dirigía, a mí elevando el dedo índice, recriminándome un sinnúmero de infracciones, y lanzándome de cuando en cuando un gigantesco misal a la cabeza. Tan severo estuvo que al poco yo ya me encontraba llorando y pidiendo clemencia desconsolado.

Pero, en fin: lo verdaderamente grimoso todavía estaba por venir; porque aquel cura furtivo, haciendo un alto para limpiarse la espuma de los labios, giró por un instante la cabeza, se rascó la nariz, dejó al descubierto su cara, y me proporcionó un sobresalto aún más recio que el anterior: sin ir más lejos, se trataba de Norberto Ortiz Osborne, alias Bertín Osborne torrente de voz, filósofo independiente, reconocido pensador, can tante de insigne nuez y compositor de melodías me morables, a tal punto profundas que hace años la NASA seleccionó varias baladas suyas para formar parte del programa de mensajes intergalácticos que portaba en su seno la nave estelar Voyager, enviada al espacio con la idea de que los eventuales extraterrestres que se toparan con ella pudieran llegar a hacerse una idea exacta de lo que son capaces de gestar algunos terrícolas. Un aviso muy honrado, creo yo.

En fin, que ignoro lo que hubiera sido de mí si en ese momento no llego a despertarme. Matanzo, De la Merced, Manzano y Osborne. Todo en el mismo lote. Desproporcionado. Fuera de lugar, incluso para una pesadilla. Salté de la cama, tomé un cigarrillo de la mesilla, me sequé el sudor y poco a poco fui recobrando la calma. "Tranquilo, chico", me repetí varias veces con la boca reseca, atacando la toba con continuas, diminutas y feroces caladas finales.

Me tendí de nuevo en la cama y cerré los ojos con la esperanza de aprovechar las pocas horas de des canso que me quedaban. Pero no hubo lugar: la no che parecía haberme marcado como víctima fácil y las imágenes pasadas todavía acribillaban mis surcos cerebrales. Encendí, pues, la lámpara, tomé mi libro de cabecera, Versos de Schiller, y todavía con la imagen del cura Bertín hiriéndome los recursos, lo abrí al azar por una página intermedia. Contra la necedad, hasta los dioses luchan en vano, pude leer entonces. Y comprendí el mensaje. Aunque estuviera en alemán.

Alfonso Lafora es escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_