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Tribuna:BODA REAL
Tribuna
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Cosa de mujeres

MARUJA TORRES. Las más pudientes pagaron cinco mil duros a estudiantes que, dotados de teléfonos móviles, ocuparon desde la noche los lugares de mejor visión; las que no podían permitírselo, montaron guardia por sí mismas, con muy buen humor y vestidas, para afrontar el frío, con ropas del muy sevillano estilo campestre-urbano, arrebujándose en prendas acolchadas. Pasaban las horas y, ya con el Horno de San Buenaventura abierto, tomaron café con leche y churros o tostada con manteca, e hicieron cola, ante, el servicio de señoras. En una esquina, frente a la Catedral, un piquete' de mujeres con mantillas artísticamente recogidas en la base de la peineta se hacía servir bebidas calientes del termo que llevaban, pacientes y dóciles, sus maridos: hoy era su día, pues en la implacable división de tareas que caracteriza a la. sociedad sevillana, ellos habían reconocido que la boda les pertenecía. Del mismo modo que las tascas, las noches y la falsa soltería son de ellos, mientras el matriarcado cavila.

"Fíjate que yo pensaba seguir la boda por televisión, pero una amiga que tengo aquí en el barrio me ha puesto la mantilla y traído". Quien habla es Laura Valenzuela, sevillana, presentadora de televisión, actriz. Con un vaso de plástico lleno de café con leche en una mano y un melindre en la otra cuenta lo fantástico que está siendo para ella encontrarse entre las "señoras del barrio de Santa Cruz", como se define a sí misma la crema de las mujeres sevillanas.

Un poco más allá, otra mujer, que se declara "muy ilusa de Encarna Sánchez", trata de averiguar para qué radio trabajan los periodistas. En los corralillos en donde han sido confinados los informadores reina un ambiente de jaula impotente. Alrededor mandan las mujeres, de todas las edades: bailan sevillanas, se cantan de lado a lado de la calle, se dejan rondar por los tunos, se ríen. Abroncan a los periodistas que, presurosos, quieren atravesar el camino que conducirá a la infanta Elena, del brazo de su padre, hasta la Catedral y Jaime de Marichalar: "¡La alfombra no se pisa! ¡Pasad por el plástico!", canturrean. El plástico es una especie de membrana peligrosa en la que nos podemos estrellar, pero peor sería caer en las garras del pueblo-hembra.

Al principio de la avenida de la Constitución -de Ivanhoe para los lugareños, debido a los gallardetes que la ornan-, una periodista alemana trata de convencer a un autóctono para que arranque el pie de hierro, relleno de arena y atornillado al suelo, que sustenta una de las banderolas. "Para hacerme sitio", explica ella, ingenua. A su lado, tres catalanas monárquicas que han acudido expresamente a Sevilla para el evento leen el ¡Hola! mientras esperan. "Hija, llevamos aquí desde las seis de la mañana. Tenemos que entretenernos", dicen, abriendo mucho las vocales.Todas se entregan al deporte de intentar identificar famosos. Cuando pasa Irma Soriano, la musa de El Corte Inglés -en donde las catalanas compraron el viernes las tumbonas-, hay una ovación general. Hoy día, la fama la persigue a una entre dos anuncios.

En la parroquia del Salvador, en donde la infanta Elena y Jaime de Marichalar, recién casados, depositaron el ramo nupcial, el alcalde Rojas Marcos vive un momento mundial. "Es el mejor que podemos tener, el que mejor nos entiende", dice unamujer que, en el interior del soberbio templo -el segundo más antiguo de Sevilla, situado donde antaño hubo una mezquita-, sigue, junto a una amiga, la ceremonia nupcial, compartiendo con ella radio y auriculares. Hay en el Salvador un público muy distinto al que se encuentra ahora mismo, siguiendo la evolución el casorio, dentro de la Catedral: gente de clase media, vecinos del barrio, sevillanos -sobre todo, sevillanas- puros, invitados del Ayuntamiento y miembros de la Hermandad de la Pasión, que es la del templo. Aquí tienen lugar los comentarios estéticos rigurosos "Mira,_niña, qué peina más bonita lleva la tercera del coro a la derecha".

Las dos amigas que siguen por radio el enlace comentan: "Ahora ha llorado el Rey". O: "Que no, que la que llora es la Reina" (luego se comprobó, vídeo delante, que no lloró nadie).

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"El primer regalo que recibió la Infanta se lo dio una sevillana", informa una. "Una liga de encaje", añade con picardía. Tienen tiempo de comentar la belleza del Salvador, los recuerdos de otras bodas de sus familias y, horror, escandalizarse porque en el programa de Luis del Olmo acaban. de oír que el traje de Elena no es acertado". Se miran, espantadas: "Dice que el escote es muy abierto y que se le desboca". "No puede ser" acaba dictaminando la otra. "Cambia de emisora, pásate a Iñaki, que es más positivo". No están para malas noticias.

Cuando entran Elena y Jaime por la puerta, después de bajar de la carretela, las mujeres que llenan la iglesia se convierten en una oleada incontenible. Saltan bancos, se suben a sillas, rodean a los y las cantantes del coro que, ellas vestidas de sevillanas y ellos en sobrio traje corto, entonarán en honor de los casados la Salve rociera. Están las mujeres desencadenadas, cotillas, emocionadas en este día que creen suyo: porque la boda es de las mujeres y el matrimonio, luego, de los hombres. Eso creen, son muy clásicas. Y muy tiquismiquis. Capaces de embobarse con el boato del la ceremonia y al mismo tiempo, sintiéndose depositarias de la elegancia y el diseño que ha hecho de Sevilla este capullito de alhelí que languidece desde el siglo XVII, de criticar de forma virulenta las puntas de las banderas que engalanan la plaza del Salvador por deferencia, otra vez, de El Corte Inglés. "Hija, qué feas puntas", dicen. Y en la cátedra de la estética sientan plaza, aunque luego sus maridos, en la vida, les pongan unos cuerno de campeonato.

Cuando todo ha pasado y la Infanta ya se ha ido del brazo de su esposo, cuando las muchedumbres se disuelven y se esparcen por la ciudad lagarta, las mujeres, muñeequeando de abanico se reúnen en torno a una caña de cerveza o una copa de manzanilla y dictaminan: "Hija, digo que qué birria de tocado el de Carmen Romero, lo llevaba ta atrás que parecía que se lo había dejado en casa". O bien: "Cómo se atreven algunas a llevar marntilla blanca, cuando ese derecho sólo lo tiene la Reina de los españoles".

Temibles.

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