La llamada de la sangre
La temperatura ambiente sube por momentos, real -nunca mejor dicho- y metafóricamente hablando. Veintipico grados y toda la ciudad en la calle festejaron el jueves prepasión de la Semana Infanta. Como dice la delegada del Gobierno, Amparo Rubiales, "Sevilla siente la llamada de la sangre, con la calor y el perfume de los azahares, y como, además, este año la Semana Santa viene retrasada, la boda los saca de casa, porque están deseando salir". Rubiales se ha comprado un traje de chaqueta corto, color pistacho, en la tienda de Matilde Lorca, y ayer fue a la peluquería "a que me tapen las canitas con lo más fuerte que tengan". ¿Pamela o mantilla? "Hija, no, en la cabeza sólo un adornito, porque yo voy a trabajar, y no es cuestión de ir con mantilla y motorola".Quien sí lucirá mantilla será Concepción Sáenz de Tejada, la madre del novio, que acaba de adquirir la peineta en Blasford, seguramente la fachada mejor engalanada de la ciudad, cuya propietaria, Sara Balbuena de Foronda, no oculta el orgullo que le produce la admiración que despierta su obra, rematada por un plato de cerámica antigua con la efigie de los Reyes Católicos, "que si se rompe, mi marido me mata". Prohibido el tiro al blanco.
Los políticos están, en general, felices de ir al evento. Rubiales lo dice claramente. Chiqui Gutiérrez del Álamo, del PSOE, miembro de la mesa del Parlamento, piensa que "es una suerte que nos hayan invitado, porque se trata nada menos que de la boda de la hija del Rey". A ella el traje, de seda color salmón, se lo ha hecho su costurera, y lo complementará con mantilla y pendientes de coral.
Otros están tristes de no ir, aunque hagan lo posible por disimularlo. Aparte de las muchas casas de nobles de medio pelo que se han cerrado a cal y canto para hacer ver que no acuden por ausencia voluntaria, hay gente como el coordinador de IU-LV-CA, Juan Carlos Rejón, que estaba deseando ponerse el chaqué de su boda para cotillear, y le ha hecho polvo la decisión de su jefe, Julio Anguita, de no asistir a la ceremonia. Aunque oficialmente vaya diciendo que "si se casara el príncipe Felipe, hubiera ido a la boda, porque es el futuro Rey del Estado español, pero la boda de la infanta Elena es un acto privado y familiar que mi presencia ni aporta ni quita nada", en privado comenta su decepcion, y añade que le ha dejado el chaqué a su correligionario Diego Valderas, que irá a la Catedral en calidad de presidente del Parlamento andaluz. Claro que le habrán metido un par de tallas, porque le quedaba largo de tiro.
El día de ayer se puso al rojo vivo con las declaraciones de arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo -alto, guapo, elegante siguiendo con el toque Camelot más bien parece Thomas Beckett-, que se agarró un santo cabreo cuando vio los destrozos que se habían perpetrado en la Catedral. Y eso que la Reina supervisó personalmente los cambios, parece que cinta métrica en mano. El ensayo, que tuvo lugar bajo la enérgica dirección de Pilar Miró -que vuelve a Televisión Española, aunque sea por un día, por la puerta grande de Palacio-, se realizó sin problemas, aunque iban pelín justos de extras: por ejemplo, Belén García Posadas, que hacía de infanta Elena, actuó también de figurante en el séquito del altísimo muchacho que iba de Jaime de Marichalar.
Lo más divertido fue que al pueblo, arracimado a la Puerta de Campanillas, a la salida de la pareja, rompió a aplaudir, en una especie de reflejo pavloviano que se les pasó en seguida, al comprobar que no se les habían aparecido los novios, sino sus dobles.
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