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El comandante en limusina

De uniforme en el Louvre y de traje con los empresarios, París relajó a Fidel Castro

Enric González

, Tan afligido siempre por el imperialismo yanqui, lo primero que hizo Fidel Castro como turista en París tuvo algo de paradójico: se acercó a los Inválidos y depositó un ramito sobre la tumba de Napoleón, el último gran emperador de Francia. El líder máximo de Cuba dedicó la mañana de ayer a recorrer las avenidas de la capital francesa a bordo de su limusina oficial y entre un gran aparato de motoristas y sirenas, y se detuvo en dos lugares: el citado mausoleo y el Museo del Louvre.Castro se mostraba relajado, pimpante y feliz, pero no tanto como su guía turístico, el ex ministro socialista Jack Lang. Hacía ya dos años que a Lang, alejado de su querido Ministerio de Cultura, no le dejaban entrar en su Louvre como cabeza de comitiva y con escolta. Ayer se resarció. Aprovechando que era martes, día de cierre, Castro y Lang pasearon a sus anchas y contemplaron la Gioconda sin su habitual orla de turistas.

El enigmático retrato de Leonardo da Vinci, la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo fueron las piezas por las que más se interesó el líder cubano, quien, por el contrario, y pese. a los esfuerzos didácticos de Jean Galard, director de los servicios culturales del Louvre, no mostró curiosidad por la historia del museo. Castro, que vistió para la ocasión su impermeable verdeoliva y sus botas militares, estuvo "muy amable y perspicaz", según Galard.

Por la tarde, Fidel Castro careció de la compañía y las carantoñas de Jack Lang. Pero los 300 empresarios franceses con los que se enfrentó no fueron menos obsequiosos. A su llegada a la sede de la patronal, con el traje y la corbata de las grandes ocasiones y un retraso de media hora, los potenciales inversores en Cuba le recibieron con una fenomenal salva de aplausos. Y le rieron todas las gracias: "No crean ustedes que ya no soy comunista; A mi edad, no estoy para pasarme al capitalismo, es demasiado tarde para eso", arrancó, ante el embeleso de la audiencia.

El comandante describió Cuba, "el único país del mundo aún sometido a bloqueo por los EE UU", como una excelente inversión. "Tenemos la población mejor educada del Tercer Mundo, y además no hace huelgas", proclamó, para añadir que quienes se animaran a llevar sus francos a la isla no tendrían problemas con la corrupción: "Nuestros ministros, créanlo, no son de los que piden comisiones". "Cientos de empresas norteamericanas hablan con nosotros, algunas han firmado acuerdos para el caso de que se levante el bloqueo", explicó, "pero se sienten discriminadas cuando ven que los franceses, españoles y alemanes están ya viniéndose con nosotros".

Castro aduló cuantas veces hizo falta a sus "queridos amigos, los empresarios franceses", que "no se dejan impresionar por el bloqueo norteamericano" y "saben resistir a las presiones exteriores", y acabó llamándoles a "participar" en la apertura de la isla a los capitales extranjeros. "Un proceso que se desarrolla", señaló, "dentro del máximo orden". Uno de los empresarios asistentes calificó el acto de "un poco surrealista, pero sin duda interesante".

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