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El síndrome del 98

A tres años del centenario del 98, las heridas de la guerra de Cuba continúan abiertas. Algunos analistas ya hablan sobre este tema; sin embargo, se olvidan de otorgar voz a los cubanos. Desde que la metrópoli tuvo que abandonar la más preciada de sus colonias, y EE UU, a modo de tutelaje, entró en la escena, se ha configurado un triángulo de complejas relaciones entre los tres países, que, a pesar del tiempo transcurrido, no se avizora una solución.La OTAN y el comercio europeo han acercado a los dos grandes; pocos recuerdan las tardanzas de Marshall, y sólo la revolución de Castro les hace hablar con diferentes matices del país más pequeño. Cuba sólo salta a las mesas españolas cuando los telediarios lo creen digestivo, y eso depende de que los balseros o los disidentes cubanos sean noticia. Aquí el problema cubano llegó en forma, de mito revolucionario, y devolverlo al plano de la realidad lleva su tiempo.

Son todavía numerosos los españoles ortodoxos ante el problema cubano. Para ellos, la isla hay que salvarla (a toda costa y coste) del enemigo del norte y conservarla como laboratorio experimental con Castro en el poder. Si los conejillos de Indias del experimento son 11 millones de cubanos, no importa; aquí se hacen tres comidas cada día. Todo vale en nombre de la utopía; la isla no puede ser reconquistada por el capitalismo, y mucho menos por los yanquis.

Sin embargo, la necesaria revolución de 1959 ha llevado a muchos cubanos a ser más proamericanos que nunca, aunque eso duela a muchos en España. Si EE UU recibía a los exiliados de la isla, otogándoles el derecho a trabajar al año de llegar a costas norteamericanas el régimen de Franco en España les impedía entrar. Nadie oculta el carácter político de la bienvenida a los cubanos en la Florida, pero tampoco nadie puede decir que los del norte regalen su dinero.

España dio la espalda a los emigrantes de la isla. Las. visas llegaban con cuentagotas; hubo negativas al permiso de trabajo, o barreras a la integración, sin olvidar que Cabrera Infante no fue el único cubano expulsado por sospechoso de comunista. Cuba fue una de las pocas coincidencias entre Franco y la oposición; para el dictador fue un asunto entre gallegos; para los otros, el símbolo de esperanza de un sueño que Stalin se encargó de desmitificar con su barbarie.

El castrismo ha separado a miles de familias, ha sembrado el odio en todos los que voluntariamente han decidido abandonar su barco; reforma su Estado sólo para los inversionistas extranjeros, y, por si fuera poco, continúa atizando el odio entre los cubanos. No sentir los gritos de libertad que los balseros descubrieron al mundo es estar ciego. El Gobierno del PSOE se equivoca si pretende trasladar miméticamente a Cuba la transición española.

Si en las dictaduras de derecha la economía convive con el mercado, en las de izquierda hay que crearlo. Fidel juega al cambio, exhibe a Solchaga y, hace movidas financieras, pero en la isla, para los cubanos todo sigue igual. Si la diplomacia de La Habana impone sus interlocutores para el diálogo, si las inversiones y las ayudas que llegan a la isla los cubanos continúan viéndolas como un soporte del régimen actual, el PSOE está hipotecando el futuro de los españoles en Cuba.

Se dice en Cuba que la guerra del 98 en el campo de batalla la ganaron los cubanos a los españoles, y que para salvar la honra, la metrópoli pactó con los del norte el fin de las hostilidades. En otra versión, aquí culpan a EE UU por la pérdida de Cuba, está pendiente esa afrenta. El perdón no ha aflorado, y parece que se intenta jugar a la carta cubana, no en favor de los cubanos, sino para que España recupere el prestigio de gran potencia.

Que en Washington estén probablemente equivocados no justifica que el Gobierno de González nos venda un tránsito pacífico en Cuba en el que no están todos los que son necesarios, y son casi nada los que están. Si se hunde otra vez el Maine (tal como pasó en el 98), en España habrá que inventarse un nuevo mito cubano, y entonces la guerra por la isla se habrá perdido definitivamente.

Daniel Silva es periodista y economista de origen cubano.

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