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En dique seco

Encerrados en un hotel, los tripulantes del 'Estai' no pueden olvidar su temor al futuro

ENVIADO ESPECIAL"Si por lo menos hubiera futbolines, esto sería otra cosa". Benjamín Fernández, contramaestre de frío del Estai, se toma la vida como viene, pero cree que la espera sería más leve con algo que hacer. Marineros y oficiales del pesquero gallego -25 personas en total- hacen corrillos en el vestíbulo del hotel Newfoundland, en Saint John's. Se aburren, quieren ir a casa, fuman en proporciones alarmantes para la media de Canadá y cuentan a las cámaras de televisión que, si no hay trabajo, quién va a pagar las letras del piso. "La música va por dentro", trata de explicar a los periodistas canadienses Manuel Nogueira. José Benito, marinero, no tiene demasiada prisa por volver al barco: "Ya hay tiempo para estar en él. Ahora si nos dan un poco de dinero, saldremos a dar una vuelta, a ver si nos dejan tranquilos".

El abogado de la compañía ha prometido algo para compras y para comer fuera, cosa en la que el marinero Domingo no tiene gran interés: "Estoy triste, triste, porque no se pasa el tiempo, no sabemos qué ocurre, estamos intranquilos y yo he dormido muy mal...". El engrasador José Martínez tampoco tiene mucho interés en salir: "Lo que quiero es que entre alguien por esa puerta y nos diga: 'Venga, fuera'. Pero, ¿salir, con el frío que hace? Se está mejor aquí, calentito. ¿Entretenimiento? Pues subir a la habitación y leer algo y ver un poco la televisión, aunque no entendamos lo que dice". José Martínez no sabe todavía cómo se come aquí, pero no se hace ilusiones, por su experiencia: "Yo lo que sé es que los inspectores canadienses, siempre que vienen a vernos coinciden con la hora de comer. Normal. Como en España se come en muy pocos sitios, y, encima, con la ventaja del pescado fresco y de las empanadas gallegas que nos hace el cocinero".

La televisión canadiense quiere saber si los marineros han hablado con sus familias, si pasaron miedo en el abordaje, cuánto ganan al año, qué pasaría con su empleo si se cierra el caladero. Con intérpretes improvisados, ellos contestan, y siguen después, con las manos en los bolsillos, de los sillones a la barra del bar, de la barra a la puerta de hotel, de la puerta a la habitación. "No apetece otra cóosa. Estamos con la moral por los suelos, no sabemos qué va a pasar con el trabajo. La familia pregunta... y qué le decimos...".

El oficial Gonzalo Villanueva y el marinero José Manuel Novoa están más bien apagados: "Esto, la pesca, está muy mal por todos lados". Delante de la primera caña del día hay más optimismo en el marinero Felipe: "Entre que te levantas tarde, te das una vuelta, te bajas, te subes...". ¿Mejor en la habitación del hotel que en camarote? "¡Hombre!, el espacio es otra cosa: esto es dormir cómodo, ancho, suelto. Respiras. Allí somos tres o cuatro en cada camarote". Domingo no se deja tentar por las comodidades: "La habitación está bien, pero se la podían guardar: yo preferiría estar en mi camarote. ¿Por qué? Pues por estar donde tengo que estar, en mi sitio, y no aquí". Y ni siquiera Felipe, a pesar del tamaño de la cama, quiere quedarse: "Aquí no hacemos nada. No es nuestro sitio éste, No hacemos nada, nada".

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