La orejita de la ratita
José Tomás le cortó una orejita a la ratita. Lo que no acaba de entenderse es cómo no le cortó las dos orejitas a la ratita. Porque la ratita no era corretona y picaruela, según es habitual en las de su raza, sino cachazuda y modorra. La ratita salió, y sólo quería tumbarse, allá donde la dejaran tranquila por lo ancho del redondel. A lo mejor es que estaba harta de queso.La ratita era coloradita. Tenía cuernos la ratita, aunque se discutía si se trataba realmente de cuernos en sentido estricto o de sendos palillos de dientes que había encajado junto a las orejitas, en plan castizo, para cuando lo del queso. Las orejitas no eran peludas. Se les advertía incipiente pelusilla, y basta, pues la ratita debía de ser muy jovencita. La ratita parecía está en la edad del biberón.
Domecq / Rivera, Rodríguez, Tomás
Novillos de Juan Pedro Domecq, impresentables, varios sospechosos de afeitado, otros exageradamente gachos o brochos, totalmente inválidos; excepto el sexto, bien presentado, que cumplió.Rivera Ordóñez: estocada (escasa petición y vuelta); estocada corta y descabello (silencio). Javier Rodríguez: pinchazo, estocada trasera descaradamente baja -aviso- y dobla el novillo (aplausos y saludos); aviso antes de matar, pinchazo hondo ladeado y rueda desaforada de peones que tumba al novillo (palmas y saluda). José Tomas: estocada (oreja); tres pinchazos, estocada saliendo trompicado, rueda de peones -aviso- y se tumba el novillo (palmas). Plaza de Valencia, 13 de marzo. 5ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.
El ganadero propietario de la ratita y de lo demás que envió a la famosa feria fallera -Juan Pedro Domecq es su nombre- a estos cándidos animalitos de Dios los llama toros artistas. Los hay exagerados. Lo bueno del ganadero, sin embargo, es su fantasía oriental. Trae en una jaula las ratitas que roen los pastizales de su cortijo andaluz, y dice que son toros; las ve pegar cabriolas en el redondel, y las eleva a la categoría de artistas. Este hombre es capaz de venderles a los empresarios taurinos un ninot de falla y hacerles creer que es el Coloso de Rodas.
La ratita pegaba tumbos y José Tomás le pegaba pases en justa correspondencia, allegando fino ademán y académica apostura. Raro fue el pase en que no se desplomaba la ratita a los pies del autor; luego los pases acababan como el rosario de la aurora. Lo cual no impidió que la faena concluyera triunfal. Despenada la ratita de certero estoconazo, parte del público se puso a ventear las al mohadillas (según estilan los valencianos para pedir orejas) y el presidente concedió el trofeo.
El sexto ya daba el tipo de novillo, tenía hechuras, fortaleza para soportar dos varas, sacó su pizca de mansedumbre y aspereza, y aunque José Tomás estuvo pegándole pases hasta entrada la noche, ya no pudo allegar ni academicismos ni finuras. Los toros tienen este inconveniente: que en un momento dado le puede romper a cualquiera la sistemática. No obstante hubo un detalle muy a tener en cuenta: del volapié al cuarto embite, José Tomás salió trompicado con las astas hurgándole la pechera, y al zafarse del derrote, ni se inmutó, ni se miró siquiera los posibles desperfectos.
Salvo la lidia de ese sexto ejemplar, no hubo más novillada. Fue la novillada que no existió. Se caían los animalitos de Dios con sólo mirarlos (acaso eran también tímidos); en lugar de meter vara carnicera, los siempre feroces individuos del castoreño, ahora enternecidos, les rascaban un poquito con la puya; la aguerrida grey banderillera les prendía mimos a los palitroques. Las cuadrillas, bien se vio, estaban transidas de sentimiento ecológico. Los diestros, por el contrario, resultaron ser más duros de corazón y molían las ratitas a derechazos. A veces intercalaban naturales o manoletinas, quizá porque en la variedad está el gusto.
Javier Rodríguez intervino afanoso y bullidor, y a su primera ratita la llegó a ligar una excelente tanda con la izquierda, el Señor le premie por eso. Rivera Ordóñez, en cambio, estuvo mediocre, destemplado y torpón. Mal bagaje para quien se encuentra a las puertas de la alternativa. Rivera Ordóñez se despedía de novillero en esta función ratonera, y si careciendo de enemigo sólo exhibió torpeza, destemplanza y mediocridad, lo que vaya a ser capaz de hacerle al toro (al toro-toro, se quiere decir), es un secreto insondable; una procelosa incógnita.
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