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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Impuesto reformado

EL NUEVO anteproyecto del impuesto sobre sociedades (IS) no despierta entusiasmos ni grandes rechazos. El Gobierno ha enfriado el texto por el procedimiento de hacerse esperar más de lo debido (se había comprometido a aprobarlo antes de diciembre de 1992) y vertebrar su contenido por dos principios, el de la neutralidad fiscal y el de la capacidad recaudatoria, que apenas proyectan algún efecto sobre la competitividad de las empresas, un objetivo que sí estaba en el espíritu inicial de la reforma. La tibieza es, pues, la cualidad dominante del nuevo impuesto.El nuevo IS mantiene el tipo de gravamen (35%) y elimina casi todas las deducciones fiscales a la inversión, salvo muy pocas excepciones. Esta eliminación es oportuna. Primero, porque el impuesto era el instrumento socorrido para recoger deducciones y exenciones que supuestamente estimulaban la aparición de empresas, la inversión o el empleo, a cambio de anular totalmente la capacidad recaudatoria del tributo. Segundo, porque tal acumulación de deducciones y exenciones había perdido toda capacidad de estímulo sobre la economía real: al hacerse permanentes, se habían incorporado a la rutina impositiva.

La principal novedad es que ofrece un sucedáneo de la tan solicitada actualización de balances mediante la posibilidad de que las empresas puedan valorar sus existencias al coste último del mercado, y no según la media ponderada de sus valores. Esta disposición, junto con la posibilidad de amortizar el fondo de comercio (ahora será un gasto contable y un gasto fiscal), dará un respiro a las empresas. También ha sido bien acogido el intento de incentivar las inversiones en investigación y desarrollo (I+D). En cuanto a la posibilidad de tributar por plusvalías reales, se reconoce que será un alivio, pero la cuantía del beneficio dependerá, en última instancia, de las tablas de conversión que presente el Gobierno. Las propuestas más contestadas del anteproyecto son la supresión de las exenciones por reinversión de plusvalías y la eliminación de las ventajas fiscales del leasing.

Eurosocialistas

EL CONGRESO de los Socialistas Europeos, celebrado estos días en Barcelona, ostenta un nombre más ambicioso de lo que es su realidad actual: no existe ningún partido socialista con una dimensión europea, ninguno que trate los problemas a escala continental. Los que se reunieron fueron delegados de los partidos socialistas de los 15 países de la Unión Europea, con el añadido de Noruega, Chipre, Malta e Islandia. Además, fue una novedad la presencia como invitados de los partidos ex comunistas del Este, ahora redefinidos como socialistas o socialdemócratas.El encuentro ha tenido un contenido fundamentalmente propagandístico, aprovechando la presencia de líderes conocidos, como Delors o González, para respaldar a candidatos como Jospin, en las inminentes presidenciales francesas, o el líder laborista británico, Blair, el que cuenta con mejores expectativas. El mensaje central de la conferencia fue que la derecha no quiere la integración europea y que, siendo ese objetivo inseparable de la cohesión social, sólo la izquierda puede culminarla un día.Felipe González pudo consolarse de la amargura de la desafección interior con los halagos foráneos: ni uno solo de los oradores dejó de resaltar su papel corno figura internacional. El alemán Scharping se mostró sorprendido por el contraste entre la actitud de la derecha española respecto a González y el aprecio de que éste disfruta entre los principales líderes conservadores europeos. Un elogio involuntariamente ambiguo.

Lo cierto es que las propuestas de González han tenido un peso considerable en las resoluciones aprobadas, en particular en relación al Mediterráneo. En vísperas de la presidencia española, la conferencia ha pedido a la Unión Europea (UE) un incremento de su cooperación con África del Norte, no sólo por un deber de solidaridad, sino por interés propio. Aparte de esto, los socialistas reiteraron su preocupación ante el principal problema del momento en sus países, el paro estructural, y defendieron la perspectiva de una reducción de jornada -la semana laboral de cuatro días- como vía para un reparto del trabajo. El balance global arroja una cierta decepción de las empresas, abrumadas por las numerosas desapariciones de incentivos y deducciones y por la ausencia de un plan de actualización de balances. Los analistas fiscales tampoco ven en este anteproyecto un plan fiscal que permita estimular la competencia o competitividad del mundo empresarial.

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