El chico del quinto
¿En qué quedamos? ¿Hay niños en población suficiente, sobran o se nos derrite la raza, la blanca al menos? Hablo de los niños españoles corrientes, braquicéfalos o no, como especie humana. Las demacradas criaturas que nos ofrece el telediario, famélica miel para las 100.000 moscas, colgando de las escurridas ubres, apenas nutricias, producen pesadumbre, aunque conmuevan poco a causa de la reiteración de tanta miseria. De ésos no.Habito un edificio medianero de los barrios de Centro y Chamberí, siete pisos y un ático retranqueado; 11 viviendas y ni una sola criatura de edad inferior a los 17 o 18 años. La casa es vieja y con ella envejecemos sus moradores habituales. Personalmente encuentro poco atractivo -ni siquiera soportable- el llanto o los gritos infantiles, salvo cuando fueron mis propios hijos y había una madre dispuesta a mecerlos y aguantarlos.
No amo a la tropa pueril; constato un fenómeno demográfico en nuestra ciudad, lo que tampoco es no vedad: se clausuran guarderías y en las escuelas agavillan a críos de diferentes edades. El parque del Retiro, salvo en domingo soleado, es un recinto de pensionistas, algunos estudiantes talludos, que no van a arrullarse; gente que ataja, y los veloces corredores que trotan camino del infarto.
En otro tiempo bullía de gurruminas y gurruminos bajo la confiada y distraída mirada del aya o la madre joven, cuya faena era la de orear a los retoños. En los barrios bajos, en los populares y entre los termitero ' s que forman los enormes bloques de cemento se res guarda la supervivencia de los pequeños en estrechos espacios de arena o de cemento. El automóvil y la moto les han echado de las calles, acabando con las deportivas competiciones, denominadas pedreas -o dreas, apocopado al revés- en las que eran víctimas seguras las farolas.
Cualquiera llega a la deducción de que se acabaron las familias numerosas, ristra de seis herederos en adelante, y que las parejas actuales han reducido la producción a dos, uno o ninguno. El naufragio de las mujeres y su llegada a los litorales del trabajo -no olvidemos que es condena y penitencia- nos devalúa el exclusivo germen; los bebés-probeta pueden considerarse como prototipos o fórmulas-uno demasiado caros y de fabricación muy sofisticada.
La reproducción palingenésica que viene del Sur y de la piel oscura será más recambio que agregación, aceptado a costa del instinto de conservación. Hay menos niños blancos, y los que no lo son y llegan a relizarse habrán alcanzado tal fortaleza y pujanza arrolladoras que difícilmente analizarán legitimidades de asentamiento como ha ocurrido desde el principio de los tiempos. Así fue y será así, aunque algunos no lo veamos. Sin trenos apocalípticos, por favor.
A mi pesar, considero con enternecida nostalgia la ausencia de bullicio en mi escalera. Lo ganado en tregua y en quietud se pierde en pulso y vitalidad. Recuerdo una historieta antigua: el crío, revoltoso y malvado, que alarma a los inquilinos pulsando los timbres y ocultándose ante la salida, temerosa o airada, de quienes franqueaban la puerta a nadie. Un vecino, avisado y de malas pulgas, logró agarrar del cuello al galopín y le conminó a identificarse: "Me llamo Carlitos, pero todos me conocen por "el hijo puta del quinto izquierda".
Abomino de los rapaces que, en la playa, me mojan el periódico que estoy leyendo y espolvorean de arena mi espalda untada de crema; los que aullan y corretean entre las mesas en los restaurantes domingueros, ante la insensible complacencia materna o paterna; me desazonan los arrapiezos mendicantes y los inaguantables chiquillos alborotadores en los trenes y aviones. Pero, en medio del espeso y perdurable silencio de mi casa, echo en falta al hijo de puta del quinto izquierda.
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