_
_
_
_
_

La policía sometió a hipnosis al único testigo del secuestro de Anabel Segura

Jan Martínez Ahrens

JAN MARTÍNEZ AHRENS. No hay fronteras Para los investigadores del secuestro de Anabel Segura. Ni físicas... ni psíquicas. La Brigada Provincial de la Policía Judicial de Madrid sometió el año pasado en dos ocasiones a hipnosis a Antonio B., de 62 años, único testigo del secuestro más largo de la historia española.

Antonio B., hombre recio y de maneras francas, trabajaba como jardinero el 12 de abril. de 1993, día en que la joven estudiante fue introducida por la fuerza en una furgoneta blanca frente al colegio Escandinavo de La Moraleja (Alcobendas).

El hombre, al escuchar el grito de auxilio de Anabel, salió del centro y llegó a ver por un momento a los secuestradores. Un instante crucial. Precisa mente, con las sesiones de hipnotismo, la policía trataba de rescatar del inconsciente de Antonio B. algún detalle que hubiese quedado sumido en el olvido y que condujese a la identificación de los delincuentes. Por ejemplo, la matrícula de la furgoneta.

Más información
Falso retrato robot

La primera sesión de hipnotismo se desarrolló en la comisaría de Latina. Una fría mañana de invierno, dos agentes de Secuestros recogieron a Antonio B. en su domicilio de Hortaleza. En coche le llevaron hasta las dependencias policiales. `Yo, por ayudar, que no falte", comenta el jardinero. Un psicólogo de la policía abrió el interrogatorio. Relajación, luces tenues, voz tranquila. Nada. Las preguntas del hipnotizador, según cree recordar Antonio B., chocaron contra el muro del olvido. La policía no desesperó. En menos de un mes le volvieron a recoger, rumbo a un nuevo viaje al interior de su psique. Esta vez los agentes escogieron como hipnotizador a un especialista de prestigio de Majadahonda. Antonio recuerda sus barbas blancas y su acento extranjero.

PASA A LA PÁGINA 3

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

"Hágase a la idea de que oye las olas del mar", le susurraron al testigo en el diván policial

VIENE DE LA PÁGINA 1El facultativo le tumbó en un diván. La habitación descansaba en penumbra. Le masajearon dulcemente el rostro. Relajación. El hombre de barba puso la voz muy, muy suave: "Hágase a la idea de que oye las olas del mar". Pero Antonio B., por más que lo intentaba, seguía pegado al diván. Sentía sus manos frías y el mundo boca arriba. "Es que me pongo muy nervioso" rememora y añade: "Me hicieron mil preguntas, incluso me dijeron que dijese números a boleo, creo que era para ver si conseguían la matrícula". La sesión terminó difusamente [en la hipnosis, el paciente vive lo que sucede]. "La verdad es que me comentaron que habían confirmado que decía la verdad, pero que no podían sacarme más información". Con este resultado, le devolvieron a casa y le indicaron que posiblemente le requiriesen otra vez.

Desde entonces no ha vuelto a recostarse en el diván. Pero Antonio B., casado y con una hija de 28 años, no olvida. Su relato, hasta la fecha guardado por la policía y la juez -nunca había hablado con los medios de comunicación-, constituye, junto con las conversaciones telefónicas de los secuestradores, la base de la investigación.

Antonio B. recuerda que el 12 de abril de 1993, día festivo, había regresado de Galicia con su esposa. Esa misma jornada, la familia viajó, desde Madrid, hasta su pueblo natal, en el suroeste de la Comunidad de Madrid. Antonio B., sin embargo, prefiri6 acudir a su puesto de trabajo, para "hacer unos arreglillos". Con su Ford Fiesta se desplazó hasta el colegio Escandinavo, en la urbanización de La Moraleja.

Sobre las 14.30 se cruzó junto al centro escolar con una joven rubia, alta, vestida con ropas deportivas. La chica, de paseo, escuchaba música con unos cascos. El jardinero la conocía de haberla visto por la zona en otras ocasiones. Era Anabel Segura.

Antonio B. entró en el centro. La joven siguió su camino por la acera de enfrente, en dirección al colegio Base. Unos 20 minutos después, a las 14.50, el jardinero, de faena en las calderas del colegio, escuchó una llamada de auxilio. "¡Socorro!", gritó una voz femenina. Antonio B., siempre según su relato, cruzó el jardín y salió a la calle. Corriendo.

En la calzada se topó con una furgoneta blanca ya en marcha. Tras el cristal acertó a distinguir a dos secuestradores.

Uno agazapado y otro, al volante, de rostro moreno. Antonio B. notó cómo el conductor del vehículo, de perfil, le clavaba la mirada. El jardinero le insultó. La pequeña furgoneta, sin ventanas traseras, del tipo Renault-4, aceleró. "Si llegó un poco antes, los agarró", indica Antonio B., quien descubrió en el suelo el rastro de Anabel: el casete portátil, la cinta, la chaqueta deportiva y la camiseta. Presumiblemente, Anabel se había resistido a los secuestradores y durante el forcejeo perdió la ropa de cintura para arriba.

Inmediatamente después de recoger las prendas, Antonio B. montó en su Ford Fiesta. Pretendía seguir a la furgoneta y alertar a la Guardia Civil. En el trayecto se encontró con un vigilante jurado, con perro pastor alemán, al que contó lo sucedido. Fue este guarda quien avisó a la policía. Desde entonces, la búsqueda del paradero de Anabel Segura se ha convertido en uno de los principales quebraderos de cabeza de los agentes madrileños. (El último contacto telefónico con los secuestradores, que pedían 150 millones de rescate, se estableció el 22 de junio de 1993).

A Antonio B., como único testigo de los techos, se le ha recomendado por su seguridad que se mantenga en el anonimato. Su testimonio, si algún día se captura a los delincuentes, será fundamental en la prueba de reconocimiento.

El hombre, que poco después del secuestro perdió el trabajo, ha manifestado su total disposición a ayudar a la familia de la víctima. "He sufrido pesadillas y aún paso noches en vela. Pero tengo la absoluta certeza de que Anabel aún vive", afirma este jardinero, quien no teme ser sometido nuevamente a hipnosis. Una técnica de modificación del estado de la conciencia que se emplea en la lucha contra el dolor y en el tratamiento del estrés, las fobias y ciertas adicciones. Su característica, según los expertos, reside en que centra toda la atención del paciente en un solo punto.

Esta reducción relaja las barreras naturales de la mente y fija con mayor intensidad los mensajes que se reciben -como las preguntas del psicólogo de la policía- Uno de los métodos consiste en encadenar sugestiones -por ejemplo, la luz, los masajes, la voz...más rápidamente de lo que se pueda racionalizar. Las funciones del cuerpo se lentifican pero el individuo vive lo que sucede.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_