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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Autopistas del saber

LA REVOLUCIÓN del siglo XXI ya ha comenzado.La información- su tratamiento, almacenaje , accesibilidad y envío a latas velocidades y a los rincones más remotos del mundo - desempeña en ella el mismo papel que la imprenta de Gutenberg, la máquina de vapor o la electricidad desempeñaron en las distintas fases de la revolución industrial.El primer reto es multiplicar las llamadas autopistas de la comunicación, criaturas intangibles que mediante la combinación de la informática -los ordenadores- y las telecomunicaciones -de los satélites a las distintas telefonías- transportan esa información, y posibilitar que conecten a toda la humanidad. Pero, como dijo el vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore, en la reciente conferencia del G-7, "nuestro sueño no versa fundamentalmente sobre la tecnología, sino sobre la comunicación". El desarrollo -aún incipiente en Europa, más avanzado en EE UU- de estas tecnologías permite aplicaciones casi infinitas que afectan al modo de trabajar, de estudiar y de vivir.

Su aplicación a los procesos industriales reduce drásticamente los costes y genera nuevos enfoques en la producción: el teletrabajo domiciliario acabará con un concepto no sólo de la fábrica, también de los servicios. Y, lo que es tan o más sustancial, posibilita la creación de nuevos empleos, aunque en sus fases iniciales pueda destruirlos, como ocurrió con el primer maquinismo. Más aún, configura múltiples formas de autoorganización del trabajo y resuelve potencialmente algunos de los problemas más complejos de las grandes urbes (tráfico, coste del suelo).

En la educación debería permitir algún día que los escolares de apartados rincones accedan desde su escuela rural a los tesoros de la cultura, la ciencia y la tecnología. Las culturas minoritarias y las áreas geográficas menos desarrolladas serán grandes beneficiarias de esas autopistas. Podrán asomarse a ellas y entrar así en lo s grandes circuitos de intercambio, venciendo el obstáculo de su carácter periférico.

Para que estos horizontes sean algo más que un cuento de hadas, urge que toda la sociedad perciba las enormes posibilidades y que los dirigentes busquen mecanismos que generalicen el acceso a las nuevas redes. Algo difícil, si se recuerda que sólo en Manhattan hay más aparatos telefónicos que en toda África.

La información rompe fronteras y distancias. Los intentos retardatarios y los proteccionismos están llamados al fracaso. Pero si se quiere evitar que la: nueva revolución concentre poderes en lugar de difundirlos, la competencia debe librarse dentro de unas reglas antimonopolistas y garantes de los derechos de propiedad intelectual y de protección de datos claramente establecidos y vigilados.

España asiste casi virginalmente a esta revolución. No bastan los esfuerzos de modernización de sus telecomunicaciones públicas en la vigilia de la liberalización. Debe trazarse una estrategia clara para explotar las posibilidades de las autopistas. En ausencia de grandes capitales financieros y de monstruos empresariales, como son requeridos para esta ingente empresa, habrá que poner el acento en la formación, en el capital humano, en el fomento de las pequeñas empresas capaces de contribuir -aunque sea- subsidiariamente- a la construcción de las nuevas redes o de llenarlas de contenidos útiles y exportables.

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