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Crítica:CINE: 'UN MARIDO PARA MI MUJER'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Gente corriente

El señor Maravillas, que es éste el título que hubiera debido lucir en su estreno español este debú del italo-británico Anthony Minghella en el cine estadounidense, es una de esas modestas películas neoyorquinas en las cuales las peripecias de gente corriente se entremezclan con el tráfago de las calles, las puestas de sol contra los rascacielos y el melting pot cultural que mezcla italos -con hispanos, wasps con negros. El filme, que responde por una vez a un esquema ligeramente diferente al habitual, es decir, chico ha perdido chica-chico no quiere recuperar chica-pero chico recupera chica cuando la ve en brazos de otro, cuenta las peripecias de un electricista -Matt Dillon, muy creíble en su papel de proletario con mono azul y manos sucias-para , ver cumplido un sueño.Un sueño, además, muy americano, el regreso a los orígenes, o lo que es lo mismo, reabrir una bolera a la que iba de pequeño con su padre -la infancia, papá que ya no está, la recuperación de un lugar en, el que se ha sido feliz, cuando hoy ya no se es, ¿me siguen?- Pero para poder hacerlo en pie de igualdad con los compañeros de trabajo a los que embarca en la aventura, debe encontrar un marido para su ex mujer, con el fin de ahorrarse la pensión que pasa para que ella, una mujer de hoy en día, estudie en la universidad; o sea, el trabajo manual apuntalando-ayudando a redimir al trabajo intelectual, vieja consigna maoísta, quién lo diría.

Un marido para mi mujer (Mr

Wonderfal)Dirección: Anthony Minghella. EE UU, 1994. Intérpretes: Matt Dillon, Annabella Sciorra, M. L. Parker, William Hurt, Vincent d'Onofrio. Estreno en Madrid: cine Madrid.

El filine avanza por derroteros del todo esperables, aunque eso sí, basado en un guión que, aunque nunca pasará a las historias del cine -entre otras cosas, porque acumula situaciones virtualmente de manual: el paso de la comedia a la casi tragedia por obra y gracia de un accídente es sólo una de ellas-, destaca por su cuidado, a veces primoroso, en la descripción de los personajes, a los que Dillon, Hurt, Sciorra y Parker confieren una inmediatez verdaderamente resaltable. Minghella se esfuerza porque el aire naturalista de su personajes no se pierda en una puesta en escena demasiado evidente, de ahí que sea el suyo un trabajo callado y paciente, que tal vez algún espectador exigente podría confundir con adocenado y rutinario.

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