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Tribuna:José Luis Abellán es catedrático de la Universidad Complutense.
Tribuna
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Juventud: el mito de la noche

Todos los que tenemos -o hemos tenido- hijos en edad adolescente conocemos el fenómeno. Nuestros hijos salen de casa cuando nos hemos metido en la cama o estamos a punto de hacerlo y regresan a ella justo en el momento contrario: cuando estamos a punto de levantarnos y salir para nuestro trabajo. El hecho merece una meditación aparte, pues revela aspectos importantes de nuestra sociedad. La realidad es que la noche se ha convertido en el tiempo privilegiado del ocio para nuestros jóvenes, y eso es algo sobre lo que merece la pena detenerse.La particular perspectiva para que esa meditación sea fecunda debe dárnosla uno de los rasgos de la sociedad actual y que puse de relieve en un reciente libro mío. Me refiero a lo que en ese libro llamaba el triunfo del presente, es decir, al hecho de que nuestra vivencia del tiempo se realiza cada vez más sobre dicho modo verbal. El pasado, es decir, una vida centrada sobre las raíces y la tradición, ha perdido sentido en un mundo dominado por las macroestructuras que condicionan nuestras vidas marcadas por la movilidad social y laboral; el futuro ha deseado también de ejercer atractivo, a la vista del fracaso de las utopías y de los horrores a que nos ha conducido la creencia en supuestos paraísos finales a que nos llevaría la sociedad sin clases o la desaparición del Estado. Todo ello unido a los avances de una tecnología de las comunicaciones que nos instala en la vivencia permanente de la simultaneidad, ya sea a través del fax, del ordenador o de la televisión. Desde el punto de vista de las comunicaciones, pasado y futuro desaparecen; el presente se impone omnímodamente.

En la sensibilidad vital de las nuevas generaciones ha calado hasta el fondo este inédito estado espiritual, dándose la circunstancia de que es en la noche donde han encontrado su vivencia privilegiada. En la noche se suspende el tiempo y el presente adquiere todo su esplendor; en ella los jóvenes se salen del calendario y del reloj, desapareciendo las reglamentaciones horarias de todo tipo; por eso en la noche se anda de un sitio para otro sin compromisos ni lazos de ninguna clase. Es la famosa movida.

La noche se ha convertido en un impresionante potencial movilizador, aunque no conduzca a ninguna parte. La noche se consume y se consuma en sí misma; es el reino de la libertad que no tiene meta ni fin alguno. El joven volverá a casa cuando le lleve la propia fuerza de la noche, pero que no se nos ocurra fijarle una hora o sugerirle un compromiso, porque habremos despertado en él un instintivo rechazo.

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En esta vivencia de la noctunidad entran, desde luego, otros elementos, y uno de los más importantes es la necesidad de afirmarse frente a los adultos. En la noche estos adolescentes encuentran un espacio vital que les es propio y donde desaparecen la mayoría de los elementos de control social que sufren durante el día, muy especialmente los de tipo familiar. La noche es el reinado, de la transgresión: suspensión del tiempo, de las reglamentaciones, del control. En suma, vivencia a tope del presente y de su infinita plasticidad en un espacio que admite todas las iniciativas. En la noche el joven se afirma a sí "sino, encontrando un espacio abonado para desafiar al mundo de los adultos. Su personalidad se afianza así en un espacio donde encuentra motivos para retroalimentarse en su desarrollo como persona.

Finalmente, debemos también hacer notar cómo en ese presente continuo que es la noche se desarrolla otro de los rasgos definiciores de lo contemporáneo: la vivencia de la simultaneidad. Sin duda es el momento propicio de los radioaficionados, que se suelen poner en contacto entre sí a esas horas; es el momento también del zapping, en un intento desesperado de escuchar todas las televisiones y de no perderse nada. Es el momento también del peregrinar en la calle de un lugar a otro; como ya dijimos antes, el joven no está nunca en un mismo sitio toda la noche. Se mueve de un lugar a otro, alterna distintos ambientes, y, lo más importante, en cualquier caso, no es el haber estado en tales o cuales sitios, sino precisamente el haber ido de uno en otro. El carácter de movida a que nos referíamos se combina así con el de simultaneidad, y el joven se siente dueño de un espacio infinito que es el suyo. Es así como estos adolescentes han hecho de la noche su propio mito. No pretendamos, pues, quitárselo, porque al fin y al cabo han creado así un mundo que les es propio, donde se evaden de las tensiones que le deparará la vida diaria. No les cerremos ese espacio que les permite una cierta esperanza.

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