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CIRUGIA HEPÁTICA

Los alcohólicos británicos vuelen a beber tras ser trasplantados

Isabel Ferrer

Un trasplante de hígado cuesta en el Reino Unido a la sanidad pública alrededor de 12 millones de pesetas. Los médicos calculan que un 10% de sus receptores son alcohólicos que vuelven a beber tras la operación. La escasez de donantes y el poco éxito registrado con los bebedores ha provocado tensiones en los centros quirúrgicos especializados en este tipo de intervenciones. Sus responsables no descartan sacar a los bebedores empedernidos de las listas de espera para trasplante hepáticos si no abandonan el hábito en firme.El estudio más reciente sobre la incidencia de los fallos hepáticos tras recibir un nuevo hígado revela que un 90% de los alcohólicos trasplantados bebe de nuevo. En algunos casos, las cantidades de alcohol ingerido llegan a alcanzar el equivalente a cuatro botellas de vino diarias. El nuevo órgano no lo soporta y suele fallar a los dos años.

Para algunos psiquiatras lo mejor sería tratar al alcohólico como un paciente que sufre un desorden psicológico más. También se ha propuesto exigirles que se comprometan a olvidar el alcohol para siempre una vez operados. En estos momentos ya tienen que dejarlo por lo menos un año antes de entrar en el quirófano para recibir un nuevo órgano.

El comportamiento de este grupo de pacientes constituye una auténtica pesadilla para la Fundación Hepática Británica. En este país, las donaciones de órganos son difíciles y escasas. Sugerir que algunos enfermos "tiran el dinero invertido en ellos" puede entorpecer la captación de fondos para nuevos trasplantes.

El caso del fumador

A pesar del malestar reinante, no se habla aún seriamente de la posibilidad de negar operaciones a los alcohólicos. Pero antecedentes muy cercanos en el Reino Unido muestran como a los médicos cada vez les preocupa más la relación entre los estilos de vida de sus pacientes y el pronóstico de cualquier intervención a que se sometan.

Porque el tabaquismo sí se ha interpuesto ya entre los fumadores y sus médicos. En agosto de 1993, un enfermo del corazón, fumador, falleció en Londres sin llegar al quirófano. Durante varios meses los especialistas se negaron a operarle por culpa de su afición al humo.

Cuando por fin el paciente iba a ser intervenido murió a causa de su dolencia cardiaca. Ese mismo año, un ginecólogo de la ciudad de Birmingham negó igualmente un tratamiento de fertilización a una joven de 22 años por ser fumadora.

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