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"Me gustaría que me hubiese pasado a mí"

Jan Martínez Ahrens

El pasado 15 de diciembre, Dámaso Segovia Peralta, de 50 años, torció su ruta al apretar el acelador de su Pegaso Comet de ocho toneladas. Bajo las ruedas quedó su destino y la. vida del taxista Antonio García Mayor, de 53 años, casado, con dos hijos. El cadáver fue arrastrado más de 20 metros. El juez encarceló a Segovia, le devolvió la libertad con una fianza de 500.000 pesetas y, finalmente, le ha procesado por homicidio -algunos testigos afirman que una discusión de tráfico motivó el arrollamiento-, Segovia, con la voz aplastada por el recuerdo, niega ser un asesino, niega haber discutido y niega haber sido consciente del atropello. "Fue un accidente. He conducido más de 700.000 kilómetros y nunca he tenido un percance", alega. Pero, entre tanta negativa, salta una confesión: "Pienso en su familia y me gustaría que me hubiese pasado a mí. Me cambiaría".

Este hombre de aspecto manso, casado y sin hijos, reconoce que sigue atrapado en el número 17 de la avenida del Llano Castellano (Fuencarral), el lugar del accidente. "Soy incapaz de matar", murmura. En ningún momento de la entrevista le desborda la fiera que le atribuyen.

El relato de su caída empieza a las 6.45 del 15 de diciembre. Desayunó un café con leche y dos magdalenas. A las 7.55 llegó a su puesto de trabajo en la calle de Berruguete. Se puso el mono azul. Le ordenaron transportar cuatro pilas de papel a una nave de Fuencarral. A las 8.30 montó en un Pegaso Comet con un motor de más de 20 años. Un cuarto de hora después se topó con un taxi con tres pasajeros a punto de bajarse. El vehículo, según la versión de Segovia, estaba situado a la derecha de la calzada y dificultaba el pasó del camión. Hacía frío y la niebla inundaba Madrid.

"Desde la cabina le indiqué con ademanes que condujese el taxi más adelante, donde había, sitio de sobra. El taxista, que estaba de pie junto a su puerta, me señaló que esperase. No hubo discusión", dice Dámaso Segovia, quien recalca que, subido a la cabina y con la ventanilla cerrada, el ruido del motor le impidió cualquier comunicación verbal con el taxista.

"Los coches que tenía detrás empezaron entonces a adelantarme. Yo metí la primera, inicié la maniobra y sobrepasé al taxista. Le vi por el retrovisor derecho. Fue la última vez", comenta Segovia. Y prosigue: "Había tráfico e iba lento. Seguí unos 80 metros, hasta que un joven con su coche me indicó que había atropellado a un señor. Subí el camión a la acera, bajé y corrí hasta el cadáver. Estaba a 20 metros del taxi".

¿Y no sintió que arrastraba un cuerpo bajo las ruedas? "No, si no me hubiesen avisado habría seguido hasta mi puesto de trabajo", contesta el acusado. Habla trémulo y mira perdido. Le acompaña su esposa, que más de una vez reconduce su conversación al cauce de la pregunta. Ambos se cogen de la mano. Las aprietan cuando Dámaso describe su llegada hasta el cadáver.

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"Me empezaron a temblar las piernas. Una doctora le había metido un dedo en la boca. Se me vino el mundo encima. Me puse a llorar allí mismo. Un vecino me llevó a su casa y me dio un vaso de agua".

Desde aquel piso sintió el rugir de las sirenas. Aún resuenan en su cabeza. Se justifica: "Nunca intenté darme a la fuga, nunca lo hubiera hecho". La policía le condujo a los calabozos de la Puerta del Sol. El juez ordenó su encarcelamiento: la quinta galería de Carabanchel y su ruido de navajas.

El día de Reyes recobró la libertad. Ahora le duelen el paro y la memoria: "Mi vida ha ido para mal. Me levanto y pienso en esa familia. Si quisieran, hablaría con ellos". Su voz ha decaído.

Dámaso Segovia parece no saber ya qué decir. Le acusan de haber atropellado por una discusión banal a un taxista y de haberle arrastrado casi 50 metros con su camión de ocho toneladas. A sangre fría. Le acusan de ser un homicida.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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