Destino
Hay quien no cree en el destino, pero yo sí. No otra cosa que una traviesa y complicada jugada del destino, una trama novelesca, me parece la peripecia que ha conducido hasta la foto imaginaria que ahora todos podemos manejar, y que muestra a un Luis Roldán vencido y a disposición de la ley, a los pies del hombre que llegó a ministro, a poderoso ministro, nada menos que porque él se fugó, forzando la dimisión del titular anterior.Cuando Roldán andaba por ahí, tentando lianas con las que trepar e inventándose un falso currículo, una falsa biografía, carreras inexistentes y honores que nunca habían sido suyos, Juan Alberto Belloch era una persona seria que trazaba su camino mediante una trayectoria profesional irreprochable, aparentemente alejado todavía de las ambiciones políticas. Pero el día en que Roldán se largó, dejando a Antoni Asunción con el traste al aire y la dimisión en la boca, se abrió la fulgurante ascensión de Belloch en la política, y hoy es el doblemente ungido que nos anuncia la entrega del presunto realizada por una de sus dos mitades, Interior, a la otra mitad, la Justicia. No me digan que no es de novela.
Si no estuviéramos tan resabiados, si todo lo ocurrido en los últimos meses no formara parte del duro aprendizaje del engaño y la ocultación, si no se nos hubieran retorcido los colmillos descubriendo escamoteos y falacias, si no fuera hoy, en que nos despertamos desconfiados y gruñones, sino ayer, cuando aún creíamos, en lugar de sospechar conspiraciones -y lo hacemos en legítima defensa: para que el abismo no vuelva a abrirse bajo los pies cogiéndonos desprevenidos-, ahora estaríamos la mar de entretenidos, gozando con la paradoja que ha señalado esta historia desde el principio.
Pese a todo, me gustaría que aquí hubiera un Sherlock Holmes para el Moriarty en calzoncillos que acaban de traernos.
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