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El caso del asesino sibilino

Fernando Savater

La aparición de José Amedo en Telecinco la pasada semana fue un espectáculo realmente único, una verdadera experiencia -no precisamente regocijante- para quienes le vimos, movidos por esa misma curiosidad algo morbosa con que los niños y ciertos aprensivos olisquean sus defecaciones en el retrete antes de decidirse a tirar de la cadena. Esa deposición de Amedo, nunca mejor dicho, merece un estudio semiológico de los que se fijan tanto o más en la forma que en el contenido. Resulta curioso que los medios de comunicación que yo he consultado no hayan intentado una descripción más completa del fenómeno. Será que nos vamos acostumbrando a todo.Reconozco que, en este mundo nuestro ambiguo y travestido, siento cierta debilidad por la gente que va disfrazada de sí misma, como subrayándose con doble trazo. Por ejemplo Rappel, excelentemente caracterizado de adivino papanatesco, o Ruiz-Mateos, insuperable en su personaje loco de y venenoso de Ruiz-Mateos, algo así como el malvado de un tebeo de Batman o Dick Tracy. Amedo bordó la otra noche su papel de chulo mafioso, de hombre dispuesto a cualquier golpe de mano, cuando hay provecho, pero que al día siguiente venderá a sus patrones si las expectativas son, mejores en otro gang. Su actitud mezclaba el desplante y el recelo con esa exaltación justiciera típica de bribones que no quieren que se les haga justicia. No es caso único estos días, ya lo sé, pero pocas veces se presenta el juego de modo tan descarado, tan encarnizadamente descarnado. Y de vez en cuando se daba un masaje en la nariz con el ademán subrepticio y alucinado que suele verse en inquilinos del lavabo de caballeros de ciertos locales a las tantas de la madrugada...

Se caracterizó a sí mismo muy bien con un vocablo del que estaba obviamente orgulloso y que aplicaba a Rafael Vera: "Es un sibilino". Lo dijo así, sustantivando el adjetivo, como si ser sibilino fuera pertenecer a una secta o a una orden mendicante. Según el diccionario de la RAE, sibilino se dice de alguien "misterioso, oscuro con apariencia de importante". También se puede decir "sifilítico", pero en tal caso se presta al viejo chiste de la mujer despistada que presenta a su marido como "sifilítico" en lugar de "filatélico", por lo que es mejor la primera variante. Un tipo oscuro con apariencia de importante: ése es José Amedo, no hay duda. Así debían entenderlo sus entrevistadores, que le hacían preguntas con la atemorizada complicidad del que palmea el lomo de un tigre, ejercicio por el que se cobra, pero que no deja de encerrar riesgos. ¿Se imaginan ustedes lo que habríamos oído si Iñaki Gabilondo hubiese entrevistado a Felipe González.con tantos miramientos? Parecía que lo que tenían delante no era un condenado en firme por numerosos atentados, el responsable material (si no fue él, ¿quién fue?) de delitos en los que resultaron muertas o lesionadas docenas de personas, sino una combinación preciosa y singular de Tomás de la Quadra Salcedo con Noam Chonisky. Le escuchaban sin interrumpirle, con reverencia, mientras él despachaba sus acusaciones y sus amenazas contra personalidades gubernamentales del más alto nivel, salpimentadas por aforismos filosóficos de calendario zaragozano contra el corrupto sistema en que vivimos. Tan respetuosos estaban que no les pareció de buen gusto insistir cuando Amedo, que tanto sabe de lo malos que son los políticos entre los que no se ha movido, guardaba un ominoso silencio sobre los policías entre los que ha pasado su vida. ¿Masa? ¿Quién es, el personaje de. un cómic Marvel? ¿Galindo? ¿Será un título de Vázquez Montalbán? Aunque quizá Amedo no sabe por dónde van los tiros, es obvio que sabe por dónde pueden venirle...

No sé si este sibilino que pasea y toma copas rodeado de guardaespaldas mientras tantos van a la cárcel dice toda la verdad, parte de la verdad o lo que en verdad le interesa. Sólo sé que a quienes le emplearon quizá un día se les puedan perdonar los crímenes que organizaron, las ineptas y reiteradas mentiras con las que intentan escurrir el bulto ante sus responsabilidades, pero nunca -nunca- el pecado nefando de habernos puesto a los ciudadanos de este país a merced de los dimes y diretes de semejante sibilino.

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