Un gobierno sin políticos
En 1994, Italia pareció el país en el que la telecracia se hacía realidad como régimen político que sustituía a los partidos. Silvio Berlusconi construía en pocos meses una fuerza política, establecía la alianza con dos partidos opuestos entre sí -los neofascistas del Movimiento Social Italiano y la Liga Norte- y vencía en las elecciones. Menos de un año después, el gran miedo a la telecracia que ha invadido Occidente ha dado muestras de sus excesos. Ha bastado un viejo democristiano tenaz y astuto como el presidente de la República, Oscar Luigi Scalfaro, para mandar de vuelta a Berlusconi desde el liderazgo de su Gobierno al control de sus cadenas. Y ha nacido así otra novedad italiana, en cierto modo ya implícita en el Gobierno de Berlusconi: el gobierno de los técnicos. Por técnico se entiende a un experto de la burocracia o del mundo profesional, con frecuencia profesor universitario, que se caracteriza por el hecho de no haber militado nunca en un partido político. Y los miembros del Gobierno de los técnicos formado por el presidente Scalfaro tienen una característica adicional: no son miembros del Parlamento. La formación de un Gobierno sin parlamentarios tiene un solo precedente en la historia italiana, el del Gobierno del mariscal Badoglio, nombrado por el rey Víctor Manuel III cuando echó a Benito Mussolini. Duró menos de un año. Y no había Parlamento. Scalfaro ha formado el Gobierno de Lamberto Dini con un Parlamento abierto. Naturalmente, la iniciativa del presidente de la República. ha sido contestada por Berlusconi y sus aliados, que pedían elecciones inmediatas en vista de que en el Parlamento no había una mayoría alternativa a la que se había disuelto por el abandono de la Liga Norte. Sostenían que el concepto mismo de un Gobierno formado sólo por iniciativa del presidente de la República era anómalo desde el punto de vista de la práctica constitucional. La izquierda tenía tanto miedo de la telecracia que aceptó ofrecer al Gobierno del presidente, compuesto únicamente por técnicos no parlamentarios, su voto de confianza, mientras que Berlusconi y sus aliados se abstenían. Y eso que el jefe del Gobierno, Lamberto Dini, era autor de esa reforma de las pensiones por la que los sindicatos hicieron la marcha sobre Roma y promovieron huelgas y desórdenes por tiempo indefinido en todo el país. Pero eliminar al telécrata Berlusconi bien valía un Gobierno sin mayoría, sin parlamentarios y a todas luces de centro-derecha.El Gobierno de los técnicos ha sido bien aceptado tanto por la opinión pública nacional como por la internacional. Se ha visto al Gobierno de los técnicos no parlamentarios, sin partido, de designación institucional, como una solución legítima. La democracia palidece ante la ilegitimación de los políticos acusados de corrupción y el embrujo de los técnicos que conocen el saber hacer de una, sociedad compleja.
Desde entonces, el Gobierno de Dini ha ido de éxito en éxito. El presidente Clinton ha acogido favorablemente su tesis de aumentar los fondos del Fondo Monetario Internacional (FMI), recurriendo al sector privado. Lamberto Dini ha sido durante mucho tiempo funcionario del FMI. El general Colin Powell, posible candidato republicano a la presidencia, ha encontrado fascinante la idea de un Gobierno sin políticos. La izquierda italiana, que se había agrupado en las pasadas elecciones en torno al presidente Ciampi, director del Banco de Italia, acepta ahora al democristiano universitario y burócrata de Estado Romano Prodi como figura que contraponer a Berlusconi. Pero con eso no basta. Circula el rumor de que después de las elecciones, y en caso de victoria del centro-derecha, Lamberto Dini podría ser su propio sucesor. Podría pensarse en Berlusconi como jefe del Estado, mientras que el líder de los posfascistas, Giancarlo Fini, sabe que la neonata Alianza Nacional, totalmente ligada a su imagen, sólo tiene futuro si procede gradualmente. Finalmente, en el momento en que la economía se convierte en el todo de la política, la idea de los políticos de asumir los cargos dignificantes del Estado dejando a los técnicos la gestión puede parecer, que tiene futuro. Berlusconi ha sido abatido no sólo por el deterioro de la mayoría provocado por Umberto Bossi, sino también por la desconfianza de los mercados internacionales. La fuga de capitales de Italia, incluso en un momento de crecimiento económico y de estabilidad de la inflación, ha puesto de relieve que los mercados internacionales imponen la estabilidad del Ejecutivo y lo previsible de sus acciones. Berlusconi, hostigado por el jefe del Estado, acechado en su mayoría, investigado por los jueces milaneses, no ha podido recoger los frutos de su éxito político. Y se ha visto que las finanzas pueden, en ciertas circunstancias, batir a la política. Resulta claro que el telécrata Berlusconi ha personificado la democracia, es decir, un verdadero movimiento de opinión, ha creado política. Y su éxito radica en el hecho de que, en este momento, en el país de la Democracia Cristiana y de la unidad de los católicos, el centro como categoría política ha llegado a su fin y el partido posdemocristiano se divide en derecha o izquierda. Es una victoria política de Berlusconi, pero se ha producido gracias al hecho de que el Gobierno de los técnicos, guiado por su ministro del Tesoro, Lamberto Dini, está en el poder. Del ejemplo italiano se puede deducir que ha llegado la muerte de la militancia política, del partido político, de la política democrática como la hemos practicado hasta ahora. Un lenguaje religioso, moral, económico, se convierte en el léxico común. ¿Un ejemplo? Los llamamientos a la ética de la vida del papa Wojtyla nunca han sido tan escuchados en Italia como desde que se acabó la unidad de los católicos. Tributaria antes del lenguaje político, la Iglesia ahora puede hablar políticamente su lenguaje ético-religioso. Se agolpan por escucharlo y se hace lo imposible por asumirlo. Hay otra política en ciernes, al menos en Italia.
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