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Tiurana, el último pueblo 'ahogado'

Los expropiados por el pantano de Rialb entregan hoy las llaves de sus casas

Sólo cinco llaves de Tiurana llegaron ayer al Gobierno Civil de Lérida. Llaves enormes de vetustos portales que pronto se llenarán de lodo gris bajo el agua del Segre. Para los vecinos de esta próspera población de la provincia de Lérida ha llegado la hora de1 adiós: hoy es el último día que tienen de plazo para entregar las llaves de las casas que les fueron expropiadas para ser anegadas por el pantano de Rialb, cuyas obras avanzan inexorablemente.El ministro de Obras Públicas; José Borrell, ha prometido que Tiurana y su vecina Basella serán las últimas víctimas de la política de grandes pantanos. Pero, para las gentes de Tiurana, ese no es ningún consuelo. La mayoría de sus 250 habitantes se ha ido ya. Para qué alargar la despedida. Pero en el pueblo, de aspecto fantasmal, todavía quedan 12 familias y 81 tienen que entregar aún sus llaves, hoy, en el Ayuntamiento de Tiurana.

Enclavada en un fértil valle surcado por el río Segre, Tiurana ha sido siempre un pueblo con encanto, con mucha historia y con un patrimonio monumental muy valioso. De todo ello sólo se salvarán de las aguas el cementerio, la fachada de la iglesia parroquial, el viejo pozo de piedra y algunas arcadas de la calle Mayor.

Lluís Farrés no quiso esperar al último momento. Fue ayer al Gobierno Civil con su hijo, pero sólo entregó media llave del portalón de su casa. Un gesto con carga semántica: "Entregaré la otra mitad cuando me paguen una industria que me han de expropiar", dijo.

Nadie espera que en el desalojo de Tiurana se produzcan resistencias numantinas, como en el pueblo leonés de Riaño. No será así, entre otros motivos, porque durante todo el proceso de expropiaciones los afectados no tuvieron prácticamente el apoyo de nadie y porque las indemnizaciones recibidas -unos 7.000 millones- han sido generosas. Sin embargo, en muchos casos el dinero no podrá compensar el sacrificio y el sufrimiento moral de quienes tendrán que abandonar a la fuerza el paisaje de sus recuerdos. "A las dos familias ricas del pueblo, que estaban arruinadas, les ha tocado la lotería, pero los demás nos sentimos como árboles talados", dice con tristeza Joan Esteve, de 70 años. Le haría ilusión recoger su última cosecha de patatas. "Espero que me dejen hacerlo", apostilla Esteve.

El tiempo y la maquinaria administrativa no se han detenido, ni un instante desde que se anunció la expropiación. Los afectados han podido organizar el éxodo, aunque la mayoría no se considera psicológicamente preparada para dar el último paso. El del adiós. Con el dinero recibido han comprado casas y tierras en poblaciones vecinas. Pero tendrán que rehacer sus vidas en otro paisaje, y a muchos, especialmente a los de más edad, no les será fácil adaptarse.

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