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Tribuna:DEBATES: LA PASIÓN DEL FÚTBOL
Tribuna
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Imágenes de un paisaje apasionante

Jorge Valdano

La dictadura adormecía con fútbol las conciencias inquietas, decían. En la democracia corrupta se elige el fútbol como refugio, dicen. Gente a la que la política lleva a empujones al estadio o gente que huye hacia el estadio para escapar de la política. Se va al fútbol engañado o para olvidar, sugieren algunos intelectuales, que de tan profundos que son pierden de vista al hombre y matan con profecías lo que no logran comprender. Silencio, intelectuales pensando desde hace un siglo: "La misma dinámica del progreso va a desactivar algo tan primitivo" (un cientificista);, "el desarrollo creará ofertas deportivas más refinadas" (un clasista y, "el hombre nuevo, solidario y puro, consentir ese opio" (éste es de izquierdas); "qué asco" (un clásico); "la televisión matará el fútbol" (un inadaptado). Y, sin embargo, no muere, y a veces llega a ocupar el centro de la escena nacional, dejándonos la impresión de que su fuerza crece.Crece tanto que en el primer sábado del año le volaron mariposas por las vísceras a toda España por algo tan usual como un Real Madrid-Barcelona. ¿Hastío político? Eso pasa por la cabeza, y yo hablo de algo que hace cosquillas en el estómago. Los del Madrid, porque podía ser; los del Barça, porque no lo podían permitir, y los demás, por resolver una gran incertidumbre que pareció reducirse al desafío más primario: a ver quién es mejor. Pero esa orgía de sensaciones en donde el bien se entiende con el mal no es sólo una cuestión de honor. Como siempre que un partido importa se juntan la fe, la vergüenza, el odio, el deseo de venganza, el miedo al fracaso, el concepto de nación, el placer sádico, el amor, el rito, la culpa. Un juego de proyecciones que nos inquieta de verdad y que compromete nuestra felicidad.

Pasemos rápido por lo que ya sabemos. Su origen es espontáneo e impreciso, como si una fuerza lúdica hubiera impulsado al hombre a patear una esfera en distintas partes del mundo. No nos fue, impuesto, sino que respondió a un mandato instintivo: jugar. Ese poder tribal deja al fútbol a salvo del progreso, porque no hay evolución que ponga en olvido al mono que somos.. Fueron los empresarios industriales de la Inglaterra del siglo XIX quienes animaron a los trabajadores (no inocentemente) a competir; así, el fútbol fue encontrando sus reglas y mutando en espectáculo. Las huellas digitales de los dominadores se verán cada vez más claras en el negocio, pero aunque detrás de cada club exista un Berlusconi, los colores de la camiseta, por extraños simbolismos, le sigue perteneciendo a los aficionados.

Desmond Mórris nos enseñó a ver un partido como caza ritual, como batalla estilizada, como reflejo de la posición social, como ceremonia religiosa, como droga, como negocio y como representación teatral; todas alegorías que se hacen solubles en el sentimiento de cualquier hincha que va al campo sin importarle nada lo que acabo de decir. Lo cierto es que si el alma existe tiene una sección dedicada al fútbol.Sabíamos que las raíces eran profundas, pero queda por explicar su florecimiento, y si bien el centro de la fiesta no es el mejor lugar para observar, creo que el análisis debe empezar por la locura mediática.

Cuando la televisión llegó para adueñarse del mundo, el fútbol ya estaba ahí, y como su estilo es pragmático, lo compró y lo usó. El fútbol ganó porque no hay espectáculo que sobreviva a estos tiempos si no es televisivamente adaptable. ¿Amor a primera vista?; más bien matrimonio de conveniencia.

Muertas las ideologías, el mundo cayó en manos de gente práctica que anula cerebros bajo- montañas de nada. Se ayuda a no pensar, y para eso lo mejor es alejar de la realidad mediante la ficción, los entretenimientos, los juegos. La televisión plantea una doble superficialidad: la de la urgencia y la de la mirada. Urgencia porque con su avalancha de información logrará que no deje huellas en nuestra conciencia la fugacidad que se nos está escapando en estos momentos. El fútbol, que tiene la virtud de renovar ilusiones a toda velocidad, se convierte en un producto apto. Nos aferra al presente con dosis de suspenso, emoción y, en algunos casos, belleza. Un cuento que interesa y cierra porque resuelve un misterio (el del resultado) en menos de dos horas.

En cuanto a la mirada televisiva, es frivolizadora, pero al fútbol no le importa, porque el juego existe para ealejarnos de lo serio. La visión del buen aficionado queda condicionada por la falta de calor popular, que le resta pasión al interés, y distorsionada por la reducción del panorama (sólo se ve las inmediaciones del balón) y por el capricho del realizador, que muchas veces (demasiadas, quiero denunciar) lleva nuestros ojos hacia sitios secundarios mientras el partido está que arde. Pero la televisión publicita el fútbol al multiplicar con repeticiones la polémica, el detalle de clase o la cumbre del gol. También lo humaniza al ponernos en el salón de casa el gesto de alegría, desilusión o rabia de los jugadores para que los niños los conviertan en héroes y las niñas en novios (bienvenidas, mujeres). No es fútbol, sino futbolistas, pero todo sirve para empujar la locura. ¿Que la tiene matará el fútbol?; yo creo que lo está avivando como espectáculo.

Si sólo hablamos de fútbol hay que recordar que fue en el Mundial de Italia 90 cuando se llegó al punto máximo de una peligrosa contradicción. Un espectáculo popular, universal y próspero, que disfrutaba de una creciente influencia social, se fue enfermando de importancia. Cuando se entroniza el éxito, perder un partido puede parecer una catástrofe, y esa amenaza tensiona al jugador y acobarda al entrenador. La resultante es un fútbol miserable que produce aburrimiento, en nombre de la promesa de eficacia; esto es, ataca la esencia del espectáculo, del juego y del negocio. Italia 90 nos asustó.

Hoy, el fútbol español está vertebrado de la mejor manera: buenos jugadores y permiso para jugar. El cálculo y la geometría, que le ponen un bozal al instinto, se debaten hoy contra un discurso abierto en donde el orden es sólo el punto de partida de la creatividad, la técnica y el coraje del jugador, verdadero dueño del fútbol.

No es que muerta la rabia se hayan acabado los perros, pero furia ha dejado de ser sinónimo de estilo desde que la quinta del Buitre, primero, y el Barcelona de Cruyff, después, se repartieran los títulos de Liga de la última década. Cuando gana el talento, pagar la entrada es más fácil. Hasta los. intelectuales están pidiendo la palabra para dotar al fútbol español de un discurso del que siempre careció.

Lo cierto es que hay días en que todo parece ficción, excepto el fútbol, como si el indiferentismo social que produce el consumismo, la corrupción y los modelos falsos necesitaran ser compensados por una pasión lúdica.

El fútbol sirve al ocio, no da soluciones, pero, como todo lo que afecta a la alegría y la tristeza, a veces alcanza una trascendencia que sin poner en peligro la realidad la sustituye por otra, acaso insignificante, que lo ocupa todo. Se convierte en un agujero tan pequeño como el de una cerradura, desde el que se puede ver un paisaje apasionante. Asómese: Laudrups, Stoichkovs, Bebetos.... héroes en época de escasez; la tribu reunida alrededor de un sentimiento; la fuerza de la ilusión, de la venganza y del ' erotismo; la fiesta mediática; la violencia de los que no encuentran salida ni se sienten representados por nadie. Mire bien; a pesar de su simpleza (o quizás por ella), es un juego complejo que nos vuelve auténticos en medio de la consagración de la mentira. Mire, mire.

Jorge Valdano es entrenador del Real Madrid.

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